Cuando Caigan las Murallas

CUANDO CAIGAN LAS MURALLAS. Ultimas Noticias de Qurtuba, Primeras Noticias de Córdoba.

Ultimas Noticias de Qurtuba, Primeras Noticias de Córdoba.

“Querida Yamila:

Te escribo hoy día 15 de Hzeeraan (Junio), del año seiscientos catorce (1236 D.C.), para comunicarte, que estoy sano y salvo.

Solo espero que tú, mi bella flor, junto con nuestros hijos os encontréis bien en la lejana Ifriquiya. Os echo de menos cada minuto que pasa, pues es mucho el tiempo que no os veo, a pesar de que, en mi corazón, a cada latido, repita vuestros nombres.

Querida esposa, perdóname por haberos dejado solos, no a vuestra suerte, pues tu familia, en parte, os acompaña, pero no puedo hacer otra cosa, mi alma, me lo impide.

Solo me compensa la tranquilidad de que estéis lejos de cualquiera de los peligros y vicisitudes de esta nuestra ciudad. Aún resuena en mis oídos tu llanto y el de los niños al marcharos, tu cara, llena de lágrimas y desencajada, y mi corazón se estremece al recordarlo, y durante un segundo desearía poder dejar esto y abrazaros con tal fuerza que podría romperos.

Querida, te echo de menos en estas calurosas noches, cuando el bochorno, el miedo, y la incertidumbre no me dejan dormir.

Pero créeme, esto no es lo que hace años era, ha cambiado radicalmente, y no para mejor como puedes imaginar, prefiero que recuerdes nuestra casa, como la dejaste, el lugar de nuestros paseos, que, aunque no eran los de la Córdoba Imperial, en nada se parecen a los que ahora puedo contemplar, pelados de árboles, destruidos los bancos, rotas las pajareras, y los jardines destrozados, como si los hubiera comido un elefante. Estos que otrora fueron maravillas, y ahora, solo son lugares de muerte y desolación.

Te escribo desde la azotea de nuestra casa, y desde ella puedo ver la más bella de las ciudades, puedo ver como muere, como es muerta.

Atardece, la luz, que aquí parece inacabable, continúa iluminándolo todo, pero ya no hay rumor de fuentes, ni del agua fluyendo por los incontables caños, los cristianos los han cortado todos, los del Elefante, los de Camello, cualquier sitio por donde llega el agua, ha sido sellado y bien sellado, y el Gran rio (Wad al Quibir), bulle de cuerpos purulentos y podridos que lentamente arrastran sus aguas.

Gracias a Alá, el misericordioso, tenemos pozos, y aguas del interior de la tierra, que impedirán que muramos de sed, que no de hambre.

Miro a mi derredor y veo, en la lejanía, los minaretes de muchas mezquitas caídos, y como nubes de humo negro se elevan de sus emplazamientos, y cientos de nubes más, que acompañan a los sagrados lugares, en la locura de los salvajes cristianos.

Ninguno hemos conocido la ciudad como fue en tiempos del victorioso (Almanzor), ni conocimos la ciudad brillante (Madinat Al Zahra), si hemos visto como se reducía paso a paso, año a año, como los arrabales se encogían sobre si mismos y las riadas de cordobeses que huían de esta tierra ahora maldita, en un momento atacada por cristianos, en el siguiente por nuestros propios hermanos musulmanes, cuando no por ambos en alianza.

Tiempo de locos, momento de locura, Qurtuba muere, morirá, prefiero que queden en tu corazón y tu memoria, nuestros paseos, aun en tiempos turbulentos, por los jardines del Gran Rio, de la frescura de la primavera, de la belleza de los atardeceres en verano, de lo que aún quedaba de la que fue capital del mundo, y que ahora es apenas carnaza para los hombres de la maldita cruz.

¿Recuerdas la almunia de nuestro primo Rahid, en la falda de las montañas?, estuvo ardiendo varios días, y por las noches era un espectáculo tétrico ver como las llamas destruían lo que había sido un pedazo de paraíso en la tierra.

Pero el peor enemigo, no es el que quiere asaltar las murallas, son los propios cordobeses, el saqueo y la rapiña se apodera de todos aquellos que malvivían en los arrabales, y ahora moran en los palacios abandonados de sus dueños, donde todo lo que quedó de valor, ha sido mil veces saqueado y vendido. Ahora, sin nadie que los frene, aterran a aquellos desgraciados, que, como yo, han escogido quedarse, en ese momento es cuando salgo en su busca, y los matamos como lo que son, perros, y es cuando me alegro de que os halléis lejos de todo esto.

Y a pesar de todo, está vacía, ¿Cuántos quedamos?, no lo sé, pero pocos, de mi Alam (Regimiento de mil hombres), apenas si queda para un Liwa (Sección de doscientos hombres), es decir soy un Naquib, yo, que ha tenido que dejar sus pendones y fundirlos en uno solo, el que tú siempre quisiste, el caballo negro sobre fondo verde, el de mi padre, de mi abuelo, ¡de tantas generaciones¡

¿Recuerdas a Abdulá, el que me juro fidelidad, y prometió dar su vida por la mía?, ¿el Arif (Oficial) en quien más confianza tenía?, desertó hace dos días con veinte hombres más, algunos de ellos con sus familias, ¿tendría que perseguirlos?, no, los comprendo, sé que Abdulá no tiene miedo, no lo ha tenido nunca, pero sabe que Qurtuba caerá, y ha visto lo que los cristianos hacen a aquellos que se les oponen, y han temido por las suerte de sus familias, espero que se salven, solo los locos como yo, somos lo suficientemente lerdos como para quedar entre estas ruinas.

Ayer mis hombres mataron a varios saqueadores que querían robar los pebeteros de plata de la Mezquita de los Pescadores, no sentí pena, ellos tampoco, pero lo peor, es que es el día a día, todos piensan, y con razón, que lo más inteligente es huir, solo mis hombres, aquellos que, como yo, prefieren morir aquí, continuamos empecinados en defenderla.

Cada día quedamos menos, los cristianos se empecinan en asaltar las viejas murallas de la Axerquia (Barrio del Este), y las descuidadas del rio, las que pueblan los juncos y el lodo, y ataque tras ataque, algo se derrumba, y la ciudad es más débil, y hay menos soldados para defenderla, bien muertos, bien huidos en deserción, ¿qué más da?, pero ellos parecen disponer del número de los enjambres, y con testarudez embisten una y otra vez como toros heridos por los tábanos, sin importarles la defensa que les oponemos.

Reforzamos las murallas que caen, con las piedras de los palacios derruidos, de las mezquitas caídas, de tal forma que parece la frazada de un pobre, pues está plagada de mil colores, pero aguanta, y más allá de ellas, solo ruinas, humo y en la noche los mil fuegos que pueblan Qurtuba en derredor, ¡malditos adoradores del diablo!, ¿no habrá rayo que los fulmine?

Una y otra vez, matamos y somos muertos, una y otra vez entran, asaltan las murallas como demonios, y los expulsamos de nuevo, y solo quedan cadáveres que llevamos al rio, para evitar las calamidades de la podredumbre, sin importarnos que sean nuestros hermanos o enemigos, pues la muerte rasa al hombre en igualdad.

Un chusco de pan viejo y correoso, algo de cecina dura como las piedras, pero no nos quejamos, luchamos día a día, momento a momento, como si fuera el último, y el caballo negro en la bandera verde, aunque hecha jirones, ondea al viento, tanto que los cristianos han prometido cien dírhams de plata al que la entregue al sanguinario rey Fernando, a quien Alá maldiga.

Si, Yamila, Qurtuba arde por los cuatro costados, el calor ayuda a los incendios, y veo como la biblioteca está en llamas, y nadie lucha por apagarla, y la miramos, incrédulos, y sin importarnos que se extienda, como si lo deseáramos, pues todo está vacío. ¿Quieres un palacio?, ven y cógelo, pero solo el tiempo que nos queda, aquellos que más necesarios eran, fueron los primeros en huir.

Por la noche solo se oye la ronda de mis hombres o de cualesquiera otros soldados, que no reparan en los que, contraviniendo el sagrado Corán, beben hasta caer en delirios cercanos a la muerte, la desesperación es tal, que encontramos mujeres y hombres que se han colgado, o que se han cortado las venas, sabemos que han pecado, pero los comprendemos, y quizás, hasta los envidiamos, y seguimos con nuestras rondas.

Lo más triste, es cuando a pesar de todo, alguna patrulla apresa a un desertor, sabemos que no tiene sentido, pero lo ejecutamos, y es duro, pero a la vez, extrañamente, nos hace saber que somos mejores, aunque tengamos la certeza de que nosotros no tenemos ni la oportunidad que tuvo, el que acabamos de ajusticiar.

Los cristianos, son como los cerdos, y huelen como tales, pero no debo de negar que son valientes, no cejan y en eso los admiro, no hay peor cosa para un soldado que caer muerto por un cobarde, por lo menos tengo la suerte de que mi enemigo es valeroso, y que no teme morir, como yo mismo.

Te ahorro el hedor de los muertos, la visión de todo con una capa de ceniza de pulgadas, de los cuerpos malolientes en la calle, abandonados, como si nunca hubieran valido nada, ni siquiera en vida, la agonía de los heridos, el hambre de los niños, y las visiones de horror que todo esto trae, y perdóname por contártelo, pero quiero que comprendas porque estás lejos de todo esto…y que me perdones.

Piensa amada Yamila, que un árbol cuando está enraizado, no se puede trasplantar, nací aquí, como mi padre, y el padre de mi padre, y así hasta incontables generaciones, que se pierden en el libro de los tiempos, y llevo el gran rio corriendo en mis venas, moriría, languidecería hasta morir, lejos de la Mezquita Aljama, del Alcázar… de nuestra casa, donde aún huele a ti. Me despierto por las noches y voy a nuestra habitación, llena de polvo y ceniza, y me acerco tu ropa a la cara, y me dejo llevar, recordándote, recordándonos en nuestras noches de amor, aquí, no en otro sitio, no en otro lugar.

Espero que me comprendas… y que me perdones, mientras haya la más mínima esperanza, aunque parezca una locura, de que pueda salvarse esta, nuestra ciudad, quedaré aquí, espero que lo entiendas.

Yamila, amada mía, oigo al almuecín de la Mezquita Aljama, nuestra joya más preciada llamar a la oración, ¿será la última vez?, ¿se apagará la voz que llama a los creyentes, como si nunca hubiera existido?, no lo sé, pero creo, que poco tiempo resta para que todo lo que me rodea sea solo un montón de ruinas.

Solo un último favor, háblales a nuestros hijos de mí, no deseo que perdure mi recuerdo en los libros de historia, pero si en el corazón de los que amo, diles que su padre luchó como un león, y murió defendiendo la tierra que le vio nacer, que los vio nacer, que te vio nacer, con la esperanza, aunque pequeña, remota, y estúpida de que no sea destruida, hazles sentirse orgullosos, como espero que tú, aun sabiendo de mi locura, lo estés también.

Tu esposo que te amará, mientras le quede un suspiro.”

________________

“Querido hijo mío, te hago llegar un presente que espero que enarboles con el honor de su anterior dueño, es una jineta cordobesa, la espada recta de los moros de esta tierra, de las que las nuestras descienden, es antigua, de una hechura sin par, nunca había visto una igual, es bella, y aunque carente de adornos, se nota que fue hecha con amor, y que su fiereza es terrible.

En su hoja, cincelado en árabe, aparece la leyenda “Que el que me empuñe, lo haga con Honor”, y es por ello que te la envío con Alfonso, que regresa herido de la campaña contra los moros, con la esperanza y la certeza de que así será en tu mano, pues eres mi hijo, y nuestra sangre no conoce la traición ni la cobardía.

Para que la respetes, te contaré la historia de cómo ha pasado a mis manos.

Bien es conocido, que lucho con nuestro primo Alvar, que como bien sabes, es docto en argucias y emboscadas, pues es perro viejo, cuando no, taimado zorro, valiente y pertinaz. Pues bien, no sé cómo, llegó a un acuerdo con los cristianos que aún quedaban en la ciudad, (mozárabes), de tal forma, que nos dieron ropas de moro, y nos ayudaron a penetrar por la puerta de la Muralla de la Axerquia, la llamada Puerta de las Palmeras, allí, sin gran dificultad, dimos cuenta de los centinelas, los cuales, tampoco eran tropa bragada, pues esperaban los moros que atacáramos donde estaba el grueso de nuestra caballería, en la Puerta de Martos, cerca del Rio, lejana en demasía de la Puerta de las Palmeras.

Con gran esfuerzo, en la cerrada noche, acabamos con cualquiera que se nos opuso, pues éramos muchos, duchos en pelea, y bien armados, pero cuando se inició la amanecida, la resistencia se hizo mayor. A pesar de haberlos pillado en total sorpresa, algunos de ellos se organizaron, de tal forma que nos encontramos en una de las estrechas calles, con una tropa de unos diez o quince de ellos, bien armados y protegidos, se les veía también profesionales, y conocedores de armas.

Alvar tomó otra estrecha calle, para continuar hasta poder abrir las puertas a la caballería, y nosotros, más de treinta, quedamos para hacerles frente, pues lo importante no eran esos moros, sino que la tropa de Alvar continuara.

Los embestimos con la misma fuerza que nos recibieron, de tal forma que se produjo un enfrentamiento de los de temer, y a pesar de ser menos, aguantaron el envite, de tal forma que cayeron algunos de los míos. ¿Recuerdas a Gutierre, el hombrón del caserío de los Urdes?, pues el que parecía mandar la tropa, de apenas dos tajos, lo mandó con nuestro señor al cielo, al hombre que parecía un coloso, y que había sobrevivido a mil batallas, además, dejó a dos de los nuestros malheridos.

No quería más muertos entre los nuestros, pues aquel hombre, era el demonio con la espada, así que no te extrañe a ti, que me conoces, que me fui hacia él, sin pensar en que me ensartaría como a un cochinillo. Pero ya estaba herido, Gutierre, le había dado un tajo de cuidado en el costado, así que, en poco, tenía dos más, estos de mi factura, con lo que derramaba sangre como cordero en matadero. Sin fuerzas, cayó de rodillas.

Acabada la pelea, y muertos el resto, el moro, me miró a los ojos, y me recordó a ti, querido hijo mío, pues los tenía los ojos de color verde, de la tonalidad fuerte de los tuyos, y en ese momento se me encogió el alma, pues creí que te mataba.

El moro, dejó caer la espada, pues ni fuerzas tenía ya para mantenerla en alto, y colocó las manos en la forma en que rezan ellos, con las palmas hacia arriba, después se cogió la cota de malla que le cubría el cuello, y la separó hacia un lado, ofreciéndome la carne, me volvió a mirar fijamente, y asintió con la cabeza, como si me agradeciera lo que iba a hacer.

No lo pensé dos veces, no por odio, sino por un sentimiento extraño, le atravesé la abertura que dejaba la protección con profundidad y fuerza, pues no quería que sufriera, no sé por qué.

Cayó de lado, a pesar de la ferocidad de la herida que lo mataba, se dejó caer lánguidamente como si fuera a dormir, miré a mis hombres, y nadie dijo nada, cogí su espada del suelo y la contemplé con respeto, después volví la cabeza hacia mis hombres.

“Moro, y valiente, les dije, pero continuemos, que hemos de hacer lo que nos han mandado”

Ellos, mis hombres, quizás lo hayan olvidado, ¡son tantas las historias de los que tenemos la suerte de sobrevivir a las batallas!, que quizás, para ellos solo haya sido una más, pero para mí, el moro de los ojos verdes, verdes como los tuyos, que murió con honor, defendiendo lo indefendible, sabiendo que moriría sin remedio, me hizo admirarlo, por ello te envío su espada, con la esperanza de que parte del valor de este, mi enemigo, se transmita a ti.

Tu padre que bien te quiere.”

_______________________

El año de Nuestro señor de veintiséis de junio de mil y doscientos y treinta y seis, festividades de celebración y loores de nuestros Santos Pedro y Pablo y bajo su protección, mi señor el Rey Fernando III, conocido en toda la cristiandad como el Santo, tomó la ciudad de Qurtuba, de manos de los infieles. Gloria Te Deum.

Hoy reluce al sol la Sagrada Cruz, sobre el alminar de la Mezquita Aljama.

___________________________________

Tras seis meses de asedio, abandonados por su Rey Ibn Hud y los reinos vecinos, exhaustos y hambrientos, los cordobeses, entregan la ciudad al Rey cristiano.

Las Capitulaciones de rendición, exigen a sus habitantes que la abandonen, cosa que así hacen, eso no impide que sean víctimas del pillaje y los ultrajes, algunos, muchos, son aprisionados como esclavos.  Lo pierden todo, hasta el recuerdo, que se borrará, poco a poco, de las crónicas castellano-leonesas, por lo menos tal como fue la increíble Córdoba Califal.

La ciudad nunca volverá a ser la misma, no mejor, ni peor, sino diferente.

Qurtuba ha muerto, Córdoba nace. De nuevo.

______________

Salido de mi mente, sin base ninguna, desde el principio al final, solo es producto de mí imaginación.