El Último Viaje

El anciano se despertó y se miró los brazos, ya no le dolían, vio que no había tubos que surcaran su cuerpo ni agujas clavadas en ellos.

Estaba bien, todo era blanco, como en el Hospital pero supo que no estaba allí, era otra cosa, otro lugar, no se asustó, demasiado tiempo con el dolor, lo único que ahora estaba solo, nadie le acompañaba, pero cuando volvió a mirar alguien que no pudo definir estaba allí y no estaba.

Se levantó, y lo miró a los ojos, sintió como si le quemaran.

-¿Quién eres?

-¿No lo sabes?, y la voz se oyó, pero no salía de ninguna garganta, se lo imaginó.

-¿He muerto?

-Si amigo mío, estás en otro sitio, en otro lugar que no ocupa lugar.

-¿Tengo que tener miedo?, dijo el anciano incorporándose de una cama inexistente.

-No, solo se te juzgara.

-¿Por mis pecados?

-No, por tu vida, por lo que has hecho o has omitido.

-Pregunta, pero sé que la decisión está tomada.

La cara sin cara sonrió, no la vio pero lo supo.

-Nunca has sido tonto, ¿verdad viejo amigo?

-Antes de morir, comencé a ver las cosas, tu bien sabes que nací con una venda en los ojos.

-¿Has muerto solo?

-No, y me duele, ahora lloraran por mí, los he dejado, no quería ¿qué harán ahora sin mí?, porque te juro que me importa una leche lo que hagáis conmigo, sufro por los que se quedaron abajo en ese tu jodido mundo.

-Esa boca…, dijo sin decir la voz.

-Tú me la diste, así…

La cara sin cara sonrió de nuevo.

-¿Que has hecho con tu vida?, amigo.

-Caerme, y levantarme otra vez, llorar y al día siguiente seguir luchando por los míos, solo he hecho daño a los que han querido hacérmelo a mí, si he sido agresivo, si he hecho mal, ha sido por desconocimiento.

-¿Creías en mí?

-No te lo puedo asegurar, he hecho las cosas porque tenía clara la diferencia entre lo bueno y lo malo, nada más.

-¿Entonces, lo has hecho por ti?

-Nunca por mí, el sufrimiento de los demás no es pago para nada, eso nadie mejor que tu deberías de saberlo.

-¿Has cometido muchos errores?

-Innumerables, y he agachado la cabeza y pedido perdón cuando me he dado cuenta, pero nunca he perdonado a los malvados, a los psicópatas, a los que disfrutan haciendo el mal, solo he querido que nadie de los míos fuera avasallado por ellos, perdóname si puedes, pero lo haría una y mil veces.

-¿Quién es tu familia?

-Aquellos que tu mandaste con mi misma sangre, aquellos que me encontré en la calle, y me acompañaron en este viaje.

-¿Te has sentido solo?

-Siempre y nunca, porque la soledad es el precio de ayudar a aquellos que confían en ti porque tú les diste un corazón más pequeño, la compañía, es lo que nace cuando los proteges, eso es lo que pienso.

-¿Has robado?

-Nunca.

-Pero has pasado hambre.

-Sí y me la he comido.

La cara sonrió en lo que no tenía rostro.

-¿Podías haber llegado más lejos, podías haber hecho algo más?

-Siempre, no te voy a mentir, pero me diste un lugar en el mundo, y subí un poco más, ayudé a los que pude, y nunca nadie pasó hambre a mi lado, ¿más lejos?, ¿a qué precio?, ¿tú no conoces el mundo que creaste?

-¿Eres agresivo, lo sabes?

-Tú me lo diste, solo le he tenido miedo al miedo, nadie es más que yo, yo no soy más que nadie, si no eres el que me inculcó eso, mándame a tu infierno.

-¿Crees en el infierno?

-Acabo de llegar de él, agradezco la parada, pero si me vas a mandar allí, hazlo.

-¿A quién has querido?

-A mucha gente, he amado con todo mi corazón, he odiado con la misma intensidad, perdóname si puedes, pero ese soy yo, no tengo miedo a tu infierno, es solo otro viaje más, otro reto, otro padecer más, otra condena que cumplir.

-¿Y si es eterna?

-Ya está decidido, pero siempre he creído en alguien que ama, que cuida de los suyos, no en un exterminador con la espada en la mano.

-Tenemos un problema, dijo la voz sin garganta.

-¿Cuál es?, el anciano se temió lo peor.

-Te tengo que mandar de nuevo abajo, hay demasiada maldad en el mundo que has dejado, lucha, otra vez, de nuevo, empieza, y lucha.

-Bien, dijo el anciano, así sea tu voluntad.

Manuela lloró cuando vio a su hijo recién nacido, berreaba como un ternero, era precioso, grande como su padre, hermoso, y se acordó de Rogelio, de cómo murió en la manifestación por las calles de la vieja ciudad, ahora escondida en una casa pequeña, oculta de todos daba a luz a su hijo, lo tocó y supo que sería fuerte como su padre, lo abrazó y sintió que grandes cosas le esperaban, y Rogelio dejó de llorar miraba a su madre y vio el mundo por primera vez tras el velo de sus ojos recién nacidos.

©Pedro Casiano González Cuevas, 2018