El Viejo Guerrero

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El Viejo Guerrero.

Sintió la brisa en la cara, apenas si había amanecido, los sonidos de los caballos, del nerviosismo, del metal contra el metal le rodeaban, miró a su alrededor, vio las oriflamas, las banderas, los gallardetes y sintió el pifiado de los caballos que se percibían tan nerviosos como sus jinetes.

Otra batalla más, quizás la última, siempre pensaba lo mismo, pero esta vez percibía la sensación mucho más fuerte que antes.

Mil batallas, muchas derrotas, muchas victorias, la desazón de salvar a los suyos, de llevar a los que quedaban de nuevo a un sitio seguro, el sabor de la victoria, de conseguir triunfar, ninguna de esas sensaciones le era ajena, ambas las había vivido.

Se había retirado, y vuelto a luchar, había vencido y tomaba lo de aquellos que le habían retado, así había conseguido más tierras, más honores, más victorias, y ahora, el enemigo le estaba arrebatando todo lo que tanto le había contado construir, poco a poco, como una especie de gangrena que carcomía cualquier parte que mereciera la pena.

Se sentía viejo porque lo era, le hubiera gustado disfrutar de sus nietos al lar de un buen fuego, rodeado de sus perros, de sus amigos, tras un buen banquete, pero el futuro se lo negaba. No daría un paso atrás, el enemigo era superior, lo sabía, más jóvenes, con más hambre que ellos, amenazaba con dejarlos sin nada, poco le importaba a él, solo luchaba por que los suyos siguieran conservando lo que él, año tras año, batalla tras batalla, cicatriz tras cicatriz, había conseguido.

Había criado a los suyos fuertes, y allí estaban a su lado, su gente de confianza, que le habían acompañado en mil enfrentamientos, allí todos, todos lo que habían ganado con él, perdido con él, pero que al fin se habían levantado y seguido luchando.

Solo había un problema, la espada pesaba cada día un poco mas, la coraza, ya no era tan liviana, y le dolían los huesos por el esfuerzo de moverla y de levantarla, ya no era el león de muchos años atrás, su cuerpo había soportado las heridas sin una queja, había caído y se había curado, y él nunca había abierto la boca para quejarse, pero hoy la mano le temblaba y no era de miedo, era el solo peso del acero.

El enemigo frente a su cara, más que ellos, infinitos más, querían lo suyo, querían cualquier cosa que pudieran coger, y él lo sabía, él había sido así, siempre lo había sido, los comprendía, pero no por eso iba a dejar que se adueñaran de lo que le quedaba, lucharía, bien lo sabían, no se rendiría, nunca lo había hecho, nunca lo haría, además nunca había sido un buen perdedor, nunca, y ahora menos, ahora que tenía que demostrar que no estaba viejo y cansado, aún más.

Oyó el grito de sus enemigos y sonrió, no le daban miedo, había luchado siempre contra enemigos terribles que no daban cuartel, ¿morir?, no le importaba, solo le importaba que su gente, su familia sobrevivieran, que su legado no se perdiera en el fuego de después de la derrota.

Había visto como poco a poco su reino se había ido reduciendo, ahora lo que fue un vasto territorio, era apenas el lugar que pisaban y las montañas que tenían detrás, él no pensaba huir pero se sentía mejor sabiendo que cerca, si perdían, encontrarían refugio los que sobrevivieran, sobre todo su familia.

Miró tras de la muralla del enemigo y creyó ver la figura de la muerte, siempre la veía cuando llegaba la batalla, sabía que estaba allí, siempre estaba allí, escuálida oportunista, pero ahora era distinto, le miraba, y le pareció ver que su descarnada mandíbula dibujaba una sonrisa, el sonrió a la vez, pero sabía que hoy, justo hoy, le sonreía a él, pero no sintió miedo, quizás hasta tranquilidad por la certeza de que no sobreviviría. Cualquier otro hubiera evitado el enfrentamiento, pero el no, no le había enseñado eso, él no era de esa clase de personas, lucharía hasta el último de sus alientos, y siempre había sabido que algún día sería vencido, y que el paisaje de una noche con su familia, al final de sus días, era algo menos que una ilusión, era un sueño que nunca se cumpliría, pero ese era el, el primero en entrar en batalla, el último en dejarla, y no cambiaría, y ahora cuando los años se amontonaban en su espalda, no lo iba a hacer.

Sintió la excitación de la próxima batalla, los caballos cada vez más nerviosos, los caballeros que lo rodeaban agarraban los escudos como si se les fueran a escapar, y todo parecía como el mar antes de desatar la tormenta.

El enemigo avanzó, despacio, como una marea sinuosa que se acomodaba al terreno, lenta pero inexorablemente bajó la montaña, y comenzó a subir hacia ellos, mientras miles de flechas les asaeteaban desde sus filas, pero imperturbables, a pesar de los caídos, continuaban avanzando, y en un instante, apenas un parpadeo, un grito enorme, salido de miles de gargantas atronó el valle, y como un solo hombre comenzaron a correr hacia ellos con toda la velocidad que les permitía la inclinación del terreno.

Levantó la ahora pesada espada, y corrió como si tuviera veinte años, el primer choque le quitó el poco resuello que le quedaba en sus viejos pulmones, pero aguantó, movió a los que tenía a su frente, y tajó con la espada cualquier cosa que se opusiera al movimiento de su tizona.

Rompió la hilera de escudos y se encontró rodeado de hostiles, se movió de un lado a otro, intentando contrarrestar los golpes de armas que le venían de todos lados, pero lo que tenía que pasar pasó, no cabía duda, un fuerte golpe en el casco, hizo que este saliera disparado hacia atrás, y durante unos instantes no supo dónde estaba, pero el siguiente golpe lo despabiló, y siguió oponiéndose, acero contra acero, a todos aquellos que solo querían su muerte.

Defendiéndose, retrocedió, vio que la batalla estaba perdida, que las filas de los suyos eran sobrepasadas, que la derrota era segura, y gritó la peor palabra, “retirada”, pero a la vez vociferó “los míos a mi lado”, y pensó en los que le acompañaban siempre, que ahora, como él, tenían que sacrificarse para que el resto pudiera salir del matadero.

Miró a su lado entre golpe y golpe y estaba solo, nadie, ni siquiera aquellos a los que había premiado, a los que había hecho dadivas y favores, estaban a su lado, sonrío y pensó, con ironía llena de amargura “mejor solo que mal acompañado”. Los entendía, el miedo es libre, pensó, pero él no era de ese palo, y a pesar del cuerpo magullado continuó defendiéndose, intentando dar segundos, que no minutos, a los suyos para que se pusieran a salvo.

Sintió el golpe en la clavícula, la loriga lo había protegido de la herida, que no del golpe, y algo se había roto, el escudo, medio destruido, colgaba solo movido por la inercia de su cuerpo, ni siquiera sintió el dolor, pero sabía que ahora, su muerte estaba cerca, tan cerca que sintió su presencia, y sonrío.

En un segundo miró atrás, y vio como los suyos, se alejaban de la batalla, defendiéndose mientras lo hacían, y se sintió mejor, ya no importaba lo que pasara con él, los suyos se escapaban, solo esperaba que pudieran enfrentarse al futuro incierto que seguro que les esperaba.

Sintió como el acero le atravesaba el estómago, parecía como si tuviera el infierno en las tripas, se había descuidado, y lo habían aprovechado bien, tan bien que sabía que estaba muerto antes de que el acero llegara al final, se dejó caer hacia atrás, las fuerzas le fallaron, cayó sobre el cuerpo de alguien, no sabía si enemigo o enemigo, pero sería su postrer sudario, eso sí lo sabía.

Vio como el arma se alejaba para después acercarse a terminar la faena, apretó los labios y miró a lo ojos del que lo iba a matar, su cara era una mezcla de miedo y odio, ya había visto antes lo mismo en su propio rostro, pero otra arma la paró, miró al que lo impedía, era el rey de los enemigos, movió la cabeza, y el que lo iba a matar seguió moviéndose hacia la batalla, el rey enemigo bajo la cara a modo de saludo y continuó su camino de destrucción.

Lo que había sido un gesto de deferencia lo condenaba a una muerte lenta y dolorosa, pasaron la horas, y a cada segundo el dolor se incrementaba aunque pareciera imposible, ¿Por qué no lo habían rematado?, cualquier muerte era mejor que el sufrimiento que le esperaba.

Sintió un ruido y vio sentada sobre una caballería muerta a la muerte que los miraba desde las cuencas de los ojos vacíos.

-Hola viejo guerrero, salió del desdentado cuévano que pretendía ser una garganta.

-Hola, ya te vi por la mañana, dijo el viejo guerrero mientras su cara mostraba un rictus de dolor, llévame ya, ¿a qué esperas?, siégame con tu guadaña.

-Yo no he matado a nadie, ¿ves que no la he traído?, ¿crees que me hace falta? A pesar de lo que podáis pensar, para eso estáis vosotros, y algo como una sonrisa se formó entre las desdentadas mandíbulas.

-Mira a tu alrededor, le volvió a hablar señalando el campo de batalla, ¿tú crees que os falta ayuda?, hoy he acompañado a muchos al otro lado.

-¿Y cómo es?

-Yo solo os llevo, dijo la parca, me está vedada la entrada.

-Entonces, ¿debo sufrir?

-Así es, como has hecho sufrir a otros, pero no te preocupes, todo pasa, pronto quizás, estarás muerto.

-¿Y si no es pronto?, dijo el viejo guerrero mientras con la mano que podía mover se agarraba el estómago.

-¿A quién crees que le importa?, le dijo el esqueleto, eso no es importante, nada es importante, mírate, antes glorioso, dominador, ahora derrotado, esperando que te lleve.

-¿Servirá de algo lo que he luchado, lo que he conseguido, para mí, para los míos?

-¿Quién crees que soy yo para tener respuestas?, no conozco a Dios, solo sé mi cometido, que me acompañes a un sitio que nunca he visto, que no conozco.

-Tengo frio, mis huesos se congelan.

-Porque a cada segundo que pasa eres más mío, déjate vencer, viejo guerrero, yo, al final, siempre lo consigo, siempre venís conmigo. Permíteme una pregunta, ¿ha merecido la pena?

El viejo guerrero la miró, extrañado de la pregunta.

-¿Podía escoger?

El esqueleto asintió con la cabeza.

-¿Cuándo, donde, como?

-Siempre y nunca, salió de la inexistente garganta. No luches más, déjate llevar, es inexorable.

-Siempre he luchado, le dijo el guerrero, ¿Por qué no ahora?

-La gente como tu sois interesantes, ¿Por qué lucháis?, ¿Por qué os aferráis a algo que sabéis que sin duda se ha terminado?

-Ya no duele tanto, dijo el cansado guerrero.

La muerte se levantó y le ofreció la mano.

-Ven conmigo.

El viejo guerrero se levantó, pero su cuerpo siguió tendido, no lo miró, pero lo había sentido, agarró aquel manojo de huesos, y se dejó llevar.

El campo de batalla desapareció entre una niebla que por momentos se hacía más espesa.

-¿Tienes miedo?, le preguntó la huesuda.

-Siempre lo he tenido, siempre lo he vencido, pero después de lo que he vivido, no creo que lo que me espera sea para ser tan temido.

-Bien, porque esto es solo el principio.

El viejo guerrero sonrío, a nada que hubiera temido, no se había enfrentado, quizás el lugar a donde iba no fuera tan malo, quizás no debiera de ser tan temido, una leve sonrisa le movió los labios.

-Vamos, muerte, llévame a mi destino, por mí, ya he empezado el camino.

©Pedro Casiano González Cuevas 2.018