Bien Entrenado (Una visión desde el otro lado)

Bien Entrenado (Una visión desde el otro lado)

Se acomodó los correajes, siempre le apretaban, sintió como el chaleco le apretaba en el cuello, cada vez lo hacía un poco más, sería que estaba viejo, ahora las botas, bien atadas, le quedaba trabajo y no quería terminar descalzo, todo estaría lleno de cristales.

Se miró en el espejo, se dio miedo, pero más miedo tenía él, le esperaba algo gordo, no hacían que te pusieras la antidisturbios por gusto, no sabía a donde iría, qué pasaría, pero eran muchos años ya, siempre había tenido una sensación de sequedad en la boca, ahora podía ser lo suficiente sincero como para decirse que esa sensación era miedo.

Se ajustó, lo que ya estaba bien ajustado, y salió a paso ligero, la formación en el patio, una pléyade de uniformes negros, de hombres como él, que posiblemente estaban tan nerviosos como él, el que no lo estuviera, o estaba loco o era joven y estúpido, él ya había pasado esa etapa, y aún estaba vivo, nervioso pero vivo.

Volvió a tragar saliva, pensó que el chaleco estaba demasiado ajustado, pero sabía que no, que no era eso, era la espera, la incertidumbre.

Formación, ordenes, lo mil veces visto y oído, las advertencias, la forma de actuar, los grupos, las posiciones, las precauciones, mil veces visto y oído, hoy parecen nuevas, pero no cambia, el que ha cambiado es él.

Antes lo enfebrecían las ganas de hacer frente al problema, ahora solo se acordaba de su mujer y de sus dos hijas, ¿Qué sería de ellas si le pasaba algo?, volvió a sentir la sequedad en la garganta, la que no pasaba por miles de litros que bebiera, pero a pesar de todo, como siempre había hecho, no fallaría, no por el cuerpo, ni por el salario, ni por el ascenso mil veces negado, solo había una cosa que lo hacia salir el primero, en ponerse en riesgo, y eso era solamente una cosa, los compañeros, esos que tienes al lado.

La furgoneta, hacinados, moviéndose de un lado a otro, al tiempo olor a aliento ajeno, al que se lava poco, al que suda mucho, que lo suyo es la garganta, en otros el sudor del miedo, “ya falta menos”, piensa y las manos dentro de los enormes guantes le sudan, parece que se le van a salir, a pesar de que sabe que no lo harán, se tira por enésima vez del chaleco, que la función más certera que tiene no es parar las balas, es solo ser incómodo, una carga más.

¿Y la pistola?, antes te tienen que matar que sacarla, se va todo como si hubiera sido un sueño, no está en la pistolera, esta tan lejos de su alcance como si estuviera a miles de kilómetros.

Y recuerda el motivo, no era la vocación, eran los miles de currículos que había soltado por toda la ciudad, al final grande y deportista, un sueldo fijo, y seguridad, la que no había tenido en su vida, los compañeros, al principio mal, después con el tiempo, casi todos buenos, que siempre había alguno de la leche de la hiena, pero, eran eso, pocos.

Pitido, rápido a formar, cascos, escudos, y como los romanos, cerca unos de otros, y la marea que viene como si no les importara nada, ¿Qué espera que hagan? ¿Dejarlos pasar?, ¿desobedecer una orden?, ellos no saben de qué se trata, posiblemente tengan razón, ni lo sabe ni le importa.

La muralla se forma, pero la marea no se detiene, piedras, botellas, de todo lo que se puede arrancar, mover, y al final lanzar contra ellos, por suerte los escudos son duros y solo siente el movimiento que le produce el impacto, lo demás, se da por supuesto.

Otro paso más de la marea, parece que viene a cámara lenta, pero no es así, antes de que pueda volver a pensar ya están sobre ellos, y aguantan los primeros embates, ¡pero son tantos!, el escudo se mueve al compás de los empujones, se separan, lo peor que pueda pasar, y la adrenalina le corre por la venas, pero se contiene, está entrenado, sabe lo que hace, es un profesional, y aguanta.

Pero entre varios, le quitan el escudo, le golpean en el casco y duele, ahora la porra, no quiere golpear, pero le dan de nuevo en la cabeza, ya está cansado, quiere regresar con su familia, y la adrenalina vence, golpea como un lobo herido, solo quiere que se vayan, que lo dejen en paz, y vuelve a golpear, una y otra vez, pero parece que no les importan los golpes, a él sí, ya le duele todo, está cansado, y golpea para hacer daño, solo desea que lo dejen en paz, un compañero cae, lo acorralan y lo golpean en el suelo, es el bueno de Antonio, grande como un carro, pero bueno como un pedazo der pan, no ha empleado la fuerza que tiene, si no estaría rodeado de manifestantes caídos, pero cede y se deja golpear, se acerca, piensa en la mujer y los hijos del compañero, en los suyos, están solos, los demás solo quieren su cabeza, y golpea, pero no ceden, maldita sea, qué quieren matarnos.

Como vinieron se fueron, profiriendo toda clase de insultos, pero Antonio está quieto, no se mueve, le quita el casco, se olvida de todas las precauciones, la sangre brota de la boca de su compañero. “Está jodido” piensa, lo sabe, lo ha visto, llegan los sanitarios, la camilla, ¿cómo acabará?, se pregunta, y en su mente solo silencio, la mano de la porra le tiembla, y solo se hace una pregunta ¿Por qué?, y no hay respuesta, solo piensa en que hoy regresará a casa con su mujer y sus hijas.