Una Lenta Agonía

Una lenta agonía.

Las paredes parecían derrumbarse a su paso, algunas estaban inclinadas como si quisieran alcanzar el suelo sin caer, pero misión imposible, al final colapsaban levantando nubes de polvo.

Y la suciedad, se hundía entre los restos, olores nauseabundos se esparcían al aire cada vez que se movía a través del intrincado laberinto de basura, que se amontonaba en estratos de tiempos olvidados.

Y el miedo, en cualquier momento podían aparecer, miró el fusil apenas unos pocos proyectiles eran lo que le quedaba, después nada.

Atardecía, y sintió como el pelo se le erizaba; el encapotado cielo, no contribuía a que la luz fuera algo brillante, al contrario, apenas si podía decirse que aun quedara algo de día.

Se dejó caer sobre una pared que parecía sólida, aunque no se fiaba del todo, cualquier cosa podía derrumbarse en aquel lugar, todo estaba apuntalado apenas por la inercia, pero necesitaba descansar, había perdido demasiada sangre, cientos de pequeños mordiscos le agujereaban el sólido traje, y a través de él, le manaba la sangre, se sentía débil, no eran pocos esos pequeños mordiscos. Sonrió, sabía que le quedaba poco tiempo.

Sus enemigos no eran como los de los juegos de ordenador, un jefe, un superpoderoso, ahí, aunque perdiera, moriría rápido, aquí sin embargo, era la muerte poco a poco, trozo a trozo, arrancándoles la vida con una paciencia insana, como regodeándose en el sufrimiento.

Las ratas, las malditas ratas, esos dientes afilados como si fueran bisturíes; en cualquier lado, apareciendo de cualquier sitio, en cualquier momento, como si fueran una ola de mortíferas bolas de pelo y de muerte.

En las sombras, ya de una oscuridad casi completa, las vio moverse, poco tiempo le habían dejado, apenas media hora desde la última, de la que aún no sabía cómo había podido escapar, pero estaba derrotado, que vinieran, le daba igual, estaba cansado, tan cansado, que quizás era mejor morir de una vez, no hacerlo bocado a bocado, trozo a trozo, lentamente, agónicamente.

Cogió aire con fuerza, y las observó, vio como sus ojillos taimados y crueles lo miraban sabiéndolo presa segura, apuntó y disparó, las vio saltar, pero eran demasiadas, abandonando el fusil cogió una piedra, y las machacó mientras sentía como le seguían mordiendo por todos lados, las lanzó de un lado a otro, pero volvieron, cuando se daba por vencido, simplemente se retiraron, pero la sangre le salía a borbotones por las nuevas heridas, ya le quedaba poco, ahora si era su sentencia de muerte.

Cogió una de las bolas de pelo, tenía sangre por todos lados, sonrió, ¡había matado tantas!, por lo menos eso, menos ratas para los demás que podían sobrevivir aun, que sabía que podían ser pocos ya.

La volvió, le miró la barriga, en ella, una calva dejaba ver unas letras, las leyó “Hecho en España” siguió leyendo la siguiente línea “Rata transgénica, Ministerio de Hacienda, Modelo 2.3”.

Volvió a sonreír, las habían actualizado, ya nada se podía hacer, cada vez eran más sofisticadas, más malvadas, más inteligentes, se metían por todos lados, y sabían dónde estaban, ¡maldita sea!, pensó.

Y volvieron, supo que era inútil, casi no le quedaban fuerzas, luchó hasta que empezó a nublársele la vista, casi no sintió el bocado en la yugular, e intento sonreír, eso era mejor que lo que había venido padeciendo desde que tenía uso de razón, por fin descansaría, y la luz se marchó de su mirada. Ahora descansaba en paz por fin.

Pedro Casiano González Cuevas 2.018