Sobre Córdoba, Sevilla y demás

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Sobre Córdoba, Sevilla y demás.

Hace pocos días, una amiga del portal, Rita, tan amante de Córdoba como yo mismo, y un servidor, recibimos un post dirigido a ambos, en los cuales, literalmente, se nos mandaba a la Mierda, que sí que queríamos ver algo bueno, Sevilla.

En este mundo de las redes sociales casi nada te sorprende, menos aún los insultos sin motivo, pero este me hizo pensar, cosa que estaría lejos de la intención del malhablado, y dándole vueltas a esta cabeza mía, empecé a deducir cosas, quizás ciertas, quizás erróneas, no lo sé, el lector decide.

La primera fue, a despecho de lo dicho, que cuando alabamos nuestra ciudad, motivo de buena hombría, y derecho por demás, hay personas que sintiéndose inferiores por tu alabanza, lejos de honrar su ciudad alabándola, denostan aquella que es enaltecida de cualquier forma.

Eso se llama complejo de Inferioridad, no de la ciudad, del individuo, pues Sevilla, es una gran ciudad, pero para mí tiene un defecto, que no es Córdoba, aunque en tiempos lo fuera. Que decir de su belleza, de sus monumentos, solo que no son los míos, que sevillanos para defender Sevilla hay más que cordobeses, y gritan más alto que nosotros.

El problema, es que cuando los cordobeses, piensan muchos que inferiores a ellos, alzan su voz defendiendo y alabando Córdoba, les estamos quitando protagonismo, como si la belleza tuviera “numerus clausus”.

Bien es cierto que no es de costumbre que voces como las nuestras, y en ellas incluyo a aquellos que no solo aman Córdoba sino que se atreven a ensalzarla en cualquier medio, se oigan quizás un poco más alto, como si no tuviéramos derecho a ello. Córdoba es una ciudad mediana, abocada a muchos de los males de una urbe olvidada y denostada por todos, donde la única referencia es la de los noticiarios por el calor, que no solo abunda en los tópicos andaluces, sino que tiene aún más que cualquiera de las ciudades de nuestro alrededor.

Estoy cansado no ya solo del desprecio, sino aún más cansado de la indiferencia hacia nosotros, malditos sean aquellos que nos tachan con las lacras de la incultura, del desaliento, de la pereza y del puñetero tópico andaluz en todas sus vertientes.

Nosotros los olvidados hijos de Córdoba, siempre pisoteados desde hace siglos, emigrantes forzosos a otras tierras extrañas y hostiles, donde el mendrugo hay que arrancarlo con los dientes si es necesario, ¿Qué no tenemos derecho a gritar el nombre, las bellezas de nuestra amada tierra?, que se vaya el que piense eso con su madre, que se vende por poco dinero en cualquier mancebía.

Ya hay más cordobeses por el mundo que en Córdoba, y lo permitimos, súbditos de capitales de taifas modernas, olvidados en las reglas del imperio, y esclavos por Decreto Ley a continuar pidiendo como pobres en escalera de iglesia, lo que por derecho nos corresponde.

Nacidos a la sombra de la Mezquita, casi “na”, hijos de la capital de un Imperio, dominadores del gran rio, y amos de una vega en otros tiempos la más feraz del mundo, ahora nos matamos entre nosotros como perros en jaula, mientras nos jalean de todos lados, porque mientras muerdes no piensas, que es lo que cualquiera de nuestros dominadores, nuestros amos, que son eso, desean.

Nada tengo contra Sevilla, estudié en ella, ni contra Málaga donde viví, admiro al resto de Andalucía, a mis primos de Jaén, a los altivos granadinos, a Huelva la perla olvidada, a Almería, el que fue astillero más grande del mundo, y ese Cádiz, punta de tierra que hace el amor a la mar con su belleza, pero lo siento, más amo a esta puñetera tierra que se llama Córdoba.

A fuer de perro viejo, cosas aprendes, y una de ellas es, importante por demás, que nada se regala, todo se consigue con esfuerzo y doblegando voluntades, nadie nos va a regalar nada, somos el culo de España, donde hasta la cabeza apesta, y nos quedamos quietos viendo como nadie hace nada por nosotros, ¿esperáis otra cosa?, cosas prometidas que son minoradas, o dadas a otros lugares, limosnas de arrastrarnos como pedigüeños ante cualquiera que pueda dar algo, así nos luce el pelo.

¿Dónde están los cordobeses que subían el pan, y colgaban a los recaudadores de impuestos? ¿Dónde se esconden aquellos que casi revientan a los que querían poseer en la noche de bodas a sus esposas? ¿Dónde aquellos cordobeses que con la espada ropera en la mano se enfrentaban al injusto corregidor, teniendo a sus mujeres detrás, con los chiquillos y una daga en la mano?, mira que he buscado, y con pena te digo, que por mucho que pregunto, no los encuentro.

Dedicado a Rita España, “no ofende quien quiere, sino quien puede”