Don Bernardino de los Ríos

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Debió nacer en los primeros años del siglo XVI; joven, apuesto y de gran disposición para el estudio, pero al mismo tiempo uno de los calaveras mas desenfrenados de Córdoba: su hermano mayor, deseoso de aprovechar su talento y al par quitarlo de su lado para no arrostrar los compromisos á que temía lo espusiera, concibió la idea de mandarlo á Salamanca, á lo que aquel accedió gustoso, emprendiendo á seguida su marcha. En la espresada ciudad principió D. Bernardino sus estudios con gran aprovechamiento; mas no tardó en dar muestras de su genio revoltoso, siendo el primero en todos los lances, hasta que en uno de ellos hirió mortalmente a otros tres estudiantes: entonces desapareció, y al cabo de algunos días encontrábase en Flandes, donde abrazó la carrera de las armas, en que había, sin duda, de encontrar mayores peligros, no solo por los que el oficio brinda, sino por su carácter desobediente, que bien pronto le hizo cometer un segundo crimen, matando á uno de los sargentos á cuyas órdenes servía. Con la fuga evadió el ser preso, y disfrazado y errante, llegó al cabo de mucho tiempo á Córdoba, presentándose á su hermano, quien no pudo menos de afear sus vicios y mala conducta, siendo muy severa la que con él siguió en los pocos dias que estuvo en su casa; esto no obstó para que después de varias y serias cuestiones, le robase el dinero y alhajas que pudo, marchándose de incógnito á Ecija, lugar en que pensaba estar seguro, por los muchos parientes y amigos que allí tenía. Durante tres ó cuatro meses logró su objeto; mas al cabo llegaron las requisitorias para prenderlo, por uno de los procesos en contra suya formados: nadie se atrevió á ocultarlo, no fiándose de su conducta, viéndose en la necesidad de emprender otra vez el camino, sin rumbo fijo, pues no se atrevía á volver á Córdoba con su hermano, por la ingratitud conque había pagado su cariñosa hospitalidad. Hambriento y destrozado iba en dirección á Andújar, cuando se le incorporó un fraile trinitario, quien le dirigió la palabra, inspirándole tal confianza, que durante el viaje, le contó su pasada vida y el castigo que parecía sufrir por ella: muy buenos y saludables consejos hubo en contestación, entre ellos él qué se presentase en el convento de la Sma. Trinidad, de aquella población, donde indudablemente hallaría el amparo que tan preciso le era; en esto llegaron á una encrucijada y volvió á quedar solo, meditando sobre las consoladoras palabras del religioso. Llegó, pues, á Andújar, y sin titubear, fuese al convento, en cuya portería preguntó por el superior; mas en aquel punto vio un cuadro alumbrado por un farol, que representaba el retrato del fraile con quien había conversado.— ¿Quién es ese religioso que está ahí retratado?— preguntó al portero. — ¡Ah! señor— le respondió — ese es San Juan Proto-mártir, uno de los santos mas milagrosos de nuestra orden. — ¡Oh! entonces me he salvado, porque él me ha dicho que venga á esta santa casa. — En esto lo llamaron de parte del Prior, y entrando, se arrojó á sus pies, anegado su rostro en llanto, y le contó cuanto hemos referido, mostrándole á la vez su sincero arrepentimiento, y el afán que sentía de abrazar la vida religiosa. D. Bernardino de los Ríos, tomó el hábito en aquel convento en 1542, y allí en el de 1575, murió en gran opinión de santo, dejando muchos ejemplos de virtud, dignos de imitarse.