No me gusta meterme en berenjenales, menos uno que no me preocupa en absoluto, pues soy de la opinión, de que el que no quiera estar conmigo, que se vaya a tomar por el culo, que será de afición lo suyo.
Pero hay una cosa que no creo que se deba de permitir bajo ningún concepto, y hablo acerca de esa mayoría que no quiere la independencia, ¿Qué hacemos con ellos?, ¿los dejamos abandonados a su suerte en un país nuevo y extraño, dominado por supremacistas?
Yo me pongo en su pellejo y me siento realmente mal, ¿Quién puede arrogarse el derecho a decirte que no es tu casa el lugar donde has nacido?, nadie, pero además estampándote el sello de ciudadano de segunda, en un país que has ayudado tu a que crezca tanto, que ahora se pueda permitir el lujo de dejar a sus hermanos tirados.
Pero lo que me produce risa y pena a la vez, es la ascendencia de algunos de los independentistas más radicales, me explico.
Jordi Sánchez Picanyol, 50 por ciento no catalán, mínimo. (Jorge, aunque cambies el acento de Sánchez)
Oriol Junqueras i Vies, 50 por ciento no catalán (Oropéndola, Junqueras es gallego)
Carles Puigdemont Casamajó (50 o 25 por ciento no catalán, sino andaluz, es decir sangre charnega) Ruiz, Valdivia, Toledo y Valero, de sus ascendientes.
Gabriel Rufián Romero (vaya elemento), (100 por cien no catalán, de Alcaudete (Jaén) y Turón (Granada, Andalucía). Sin comentarios.
Y así podíamos seguir hasta aburrir a un lector infatigable, Garcías, Sánchez, López, Pérez… como decía mi abuelo, “es tu sangre, ráetela si puedes”, y ahora que nos hablen de genotipo, de superioridad de los catalanes, de diferencial genético, que desvergüenza, que despropósito, que ganas de liar lo que no se ha enrollado, pandilla de… termínelo cada uno como quiera.
Y por si no se acuerda Charnegos era el nombre que ponían los franceses a los pobres catalanes tiesos como alambre, que en su país se buscaban la vida, es decir, más despectivo, por supuesto, que el que quieren dar a los demás.
Otra más, ellos fueron los que pidieron unirse a España.