Sueñas con Sirenas

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Sueñas con Sirenas

Sueño con sirenas, con mares lejanos, donde se pierde mi mente en el aliento de la salina, con peces que nunca veré, escondidos tras las escamas plateadas de las olas.

Tierra adentro, me seco, me voy enmudeciendo, pero moriré aquí, en la sierra, donde nací, y no veré amaneceres de húmeda brisa marina, ni gaviotas en mi postrer mirada, solo la sequedad de la dureza de mi tierra, mi amada, odiada tierra que pare terrones duros como la vida entre surcos de sudor de hombres que nacieron viejos.

Quiero ver barcos que me llamen con sus sonidos, y sirenas que no pierdan sus lágrimas en el perlado océano, sino bellas mujeres de cola plateada que me sonrían, que me esperen más allá de las rocas, donde nunca podré llegar, pues el polvo me ahoga en este camino polvoriento que cruza mi alma, mi casa llena de sol, de calor y de fortaleza nacida de la necesidad.

Acabaré mis días entre los que nada regaló la vida, los que amamos las sierras peladas, los alcornoques, las dehesas, lejos de las saladas extensiones que se pierden en el horizonte. Desde mi mortaja solo veo montañas, olivos, encinas, y viejos quejigos, y no estoy triste, pero una pequeña lágrima surca mi quemada mejilla, la arruga nacida de la solanera del día bajo la fuerza de un sol que parece solo dedicar su tiempo a mí.

Arena, y mis pies no se hunden en ella, no está húmeda, cuando lo está mis pies se hundirán en ella, será barro que me impedirá caminar, que hará que desfallezca a cada paso, y sueño con mojar mi viejo cuerpo en la suavidad de la sal húmeda de un mar lejano.

Me quedo aquí, estoy aquí, mi vista la interrumpen las montañas, el mar, sin embargo cuando lo miro me pregunta, no tengo fin, ¿Dónde quieres ir?, y aquí estoy entre montañas, con la piel quemada del tórrido aliento de una madre que atenaza a sus hijos, y me iré como nací, con el dolor de mi tierra dura, de mi cuerpo bajo terrones de tierra seca, en donde nada crece, solo hombres de sudor y hierro, y morimos cansados de vivir. ¿Dónde está el mar?

Dedicado a mi amigo Alfonso Gómez Romero