Las Lágrimas de las Estatuas

El amor entre alguien que comienza su vida, y el de alguien que comienza el declive, entre quien tiene un gran futuro por delante, y la que intenta olvidar su pasado.


Prácticas, urgencias, guardias, todo entre la envidia, el odio, las rencillas y sobrevive, es mágico, es el futuro.


Ella, abandonada, solo mira a un futuro gris que se retuerce en sí misma, que como un sarmiento, la devora.


Se conocen, se pierden, y poemas en medio del dolor, de la soledad, del contante huir de la vida, y la vida les devuelve a ellos mismos, la plenitud, el encontrar la perla en la única ostra.


Pero la vida los separa, los destroza, los deja con el alma destruida, a pesar de todo, de las luchas, de los esfuerzos, terceros hacen que se diluya en el transcurrir del tiempo, y se olvida, o eso parece.


¿Es su sino, no lo es…?

Algo de lectura os dejo, si os gusta, ya sabéis…

Las Lágrimas De Las Estatuas

Pedro Casiano González Cuevas

CAPITULO I

Guardias

-Domi, cuanto te quiero.

Víctor besó a su amigo, este lo sujetó para que no se diera de bruces en el suelo, pesaba como un burro muerto.

-Anda que viene bueno hoy, – afirma Dolores, la madre de Domingo.

-Madre, las guardias, que te revientan, Víctor las lleva cada día peor, ayúdame a meterlo en el cuarto de la hermana.

-No, en el tuyo, ha venido Lola.

-Ayúdame a meterlo en el mío, madre.

– ¿Dónde vas a dormir?

-En el sofá, estoy muerto, la mía también ha sido de cojones.

-Esa boca…

-Ya está el muerto en la cama, madre, ¿cómo ha sido que Lola ha venido?

-Pregúntaselo tú.

– ¿Yo?, ¿a Lola?, sí, para que me dé de hostias.

-Que es tu hermana, te quiere.

-Esos amores mejor en la distancia, madre, – Domingo sonríe, Dolores también lo mira, es su ojito derecho.

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Víctor se levantó con la cabeza como si se la hubieran molido, dio varias vueltas en las sábanas, después, tardó un buen rato en centrar la vista, ¿dónde estaba?, casa de Domingo, sin duda, se levantó, casi se cayó al suelo, ¡vaya tajada[1]!, la había cogido comatosa, además seguía cansado, cada vez llevaba peor las guardias.

Salió de la habitación, y entró en el cuarto de baño, alguien se duchaba.

-Domingo, – gritó mientras orinaba -, ¿cómo no te emborrachas cabrón?, ¿Cómo la meas?, ¿Cómo llegué?

Tiró de la cisterna y sonrió, el agua saldría fría.

-Tírate de los huevos, gilipollas.

Víctor puso los ojos en blanco, era la voz de una mujer, a la que había cortado el agua caliente.

-Lo siento, lo siento, – fue lo único que pudo decir antes de salir del cuarto de baño.

Se apoyó en la pared, Domingo sonreía, al lado de su madre.

-Ya conoces a mi hija.

-Si la has visto en pelota te capa, – era Domingo.

A Víctor se le subieron los colores.

-Anda, Víctor, entra en mi cuarto de baño.

Agachó la cabeza y se arrastró hasta el cuarto de baño de Dolores, destruido, con dolor de cabeza y… mierda, el día empezaba bien.

Tardó un buen rato en salir, era vergonzoso, nunca se le quitaría, su padre diría que era un imbécil, pero su padre siempre lo vería así.

Cuando salió, Dolores y Domingo sonreían entre sí; frente a ellos, una muchacha mayor, delgada como si no hubiera comido nunca, con un suéter que dejaba ver unos brazos en los que solo destacaban músculos huérfanos de grasa, y una cara, que, si se le hubiera añadido algo de magro que la definiera, hubiera sido agradable, mucho más que agradable.

-Buenos, días, y perdone señorita, no sabía…

La mujer lo miró, y siguió untando mantequilla en el pan.

-Víctor, te presento a la que creías que solo era un espíritu, mi hermanita, Lola, traductora internacional; hermanita, mi compañero de desgracias en el MIR, el doctor Don Víctor Burguillos, brillante neurocirujano, cuando no está borracho como una perra.

-Encantado, señorita.

La mujer lo miró, y tomó un sorbo de café.

-Espero no tener nunca nada en la cabeza, – contestó con desgana -, vaya médicos…

-Se la reconoce en el todo el mundo por ser simpática en varios idiomas, – afirma riendo Domingo.

Una cuchara golpea la frente de Domingo, Lola lo mira sin variar la expresión, éste pone las palmas de las manos delante suya pidiendo paz.

– ¿A un traumatólogo le sirven las manos para algo?, – continúa Lola -, te arranco cuatro dedos, no te la vas a poder ni pelar.

-Lola…, – recrimina la madre a su hija, ésta solo la mira, después continúa desayunando.

Víctor le da el último sorbo al café.

-Dolores, adópteme, tire a Domingo, no le sirve para nada, yo, sin embargo, saco la basura todas las noches.

Dolores sonríe, Víctor es un encanto, dos años que es amigo de Domingo, y parece hijo suyo.

– ¿Tú no tienes casa?, una enorme en el centro, – habla Domingo -, con padres, criada…

-Dolores, no lo tire, que se vaya a mi casa, yo me quedo contigo…, – Víctor pone cara de pucheros.

-Me lo estoy pensando, – mira a su hijo -, la verdad es que eres más guapo que Domingo…

-Madre…, – grita enfadado Domingo.

-Además, – continúa Dolores -, un neurocirujano gana más que un traumatólogo, – Víctor asiente con la cabeza -, Víctor hijo mío, ayuda a Domingo a que haga su maleta, – sonríe Dolores.

-Vete a tu casa, Domingo, – le pega un empujón Víctor, que está sentado al lado de Dolores, y se agarra a su brazo.

-Dolores, ¿Quién es el estúpido que me golpea?

La madre de domingo sonríe con ganas, aunque llegue borracho, es un rayo de sol cada vez que aparece el atractivo neurocirujano.

Lola lo mira, es un atractivo muchacho, las tiene que tener en fila, a su madre seguro, y Domingo lo quiere con locura, es bueno que la familia sonría, quizás algún día, cambien los recuerdos que las paredes del piso aún conservan.

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Víctor llega a casa, abre con cuidado, es tarde, más de las once, pero allí lo espera su madre.

– ¿Dónde has estado?, tu guardia terminó anoche.

-En casa de un amigo.

-De un pobretón, no se pega nada bueno.

Víctor mira a su madre, Doña Luisa, arreglada al más mínimo detalle, abogada de éxito, y esposa de uno de los más prestigiosos neurocirujanos del mundo, su padre; la compara con la madre de Domingo y la cambiaría al instante.

-Sí, Madre, -se da la vuelta.

-Desde luego, las malas costumbres se pegan…

Víctor abre su cuarto, se deja caer en la cama y duerme, está tan cansado…

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Una semana de mierda, ¿Cuántas intervenciones?, ni idea, solo que se juntan unas con otras.

Solo el ruido del taladro, los objetivos de las cámaras, y no temblar, nunca temblar, y le duele la cabeza.

Domingo es su único amigo, tiene miles, sale con una belleza, una abogada de éxito, pero no la llama, nunca le cuenta cuando le toca guardia, cuando termina, solo su padre lo sabe, Don Víctor.

Su padre es temido en todo el Hospital Universitario, en cualquier lugar donde haya que llevar bata, y se siente solo, todo está en su sitio, es la frase de su padre, como la odia, no fallar, perseverar, al final todo sale, serás, eres, el número uno…

Siente ganas de llorar, se ha olvidado del centro, de los bares donde se sirven mil ginebras distintas, Domingo ha desconectado el teléfono, habrá pillado bache, como él dice, y sonríe, tampoco es manco, que algunas residentes, se tiran a por él.

Sin darse cuenta está en el humilde barrio de Domingo, donde los pisos son de paredes de cartón, las entradas, de edificios rusos, y los parques tan abandonados como pueda ser, solo lo salvan los bares, los veladores, y una cerveza… fría… ¡qué cansado está!

Busca sitio, está lleno, en una de las mesas una figura familiar que no se mueve, hierática, como una estatua, es la cara de músculos y huesos solo, la hermana de Domingo, sola como la una, y mirando a un punto en el infinito.

Se acerca, es vergonzoso, pero es la hermana de Domingo…

-Me permites… Lola, – y sonríe -, no hay sitio.

La mujer lo mira de arriba abajo, lo ha visto hace rato, sabe que solo está ahí porque no hay sitio, no habla, el muchacho se sienta, sonríe.

-Lo siento, pero necesito una cerveza, – y vuelve a sonreír, es un encanto de niño, cuando lo hace, se le ilumina la cara.

Levanta la mano. Ella bebe una cerveza, el camarero se acerca.

-Un tanque, – pide -, un litro de cerveza, pilsen, fría como el mismo ártico.

– ¿Siempre bebes así?, – pregunta Lola.

-No, solo cuando estoy despierto, – y vuelve a sonreír -, ¿sabes dónde está tu hermano?

– ¿Tú me has visto cara de saberlo?

-Tienes cara de postal de diosa romana, pero no, no debes de saberlo.

Lola sonríe, es un adulador nato, y es bueno, muy bueno.

-Domingo me ha dicho que eres traductora.

Lola asiente con la cabeza, la cerveza está de muerte, la temperatura ideal, y un muchacho guapísimo al lado, todo de fábula, si no fuera porque tiene diez años menos.

-Sí, vacaciones, después, unos días más aquí, un congreso, alemanes, una historia.

Víctor comienza a hablar en alemán, pero Lola es perro viejo, no entiende nada.

-Si vienes a meter trabajo aquí, te marchas.

-Lo siento, es una broma, – sonríe Víctor -, ya sabes, uno que se las quiere dar de enterado, y cuando nos descubren, lloramos en silencio, – pone cara de tragedia griega.

Lola sonríe de nuevo, es la cerveza, seguro.

El tanque ha caído, Víctor, pide otro.

– ¿Es buena vida, esa de viajar?, – pregunta Víctor.

-Unos años, sí, después cansa, y mucho.

-Cambia de trabajo.

Lola sonríe, sabe quién es.

-Se nota que eres un cuchara de plata.

Víctor se pone serio.

-El otro día lo comenté de broma, pero te lo digo en serio, te cambio mi madre por la tuya, y te regalo mi nómina de diez años.

Lola lo mira, parece que lo habla en serio.

– ¿Los ricos también lloran?

-No, nos enseñan a no hacerlo, a base de hostias como panes.

Lola lo mira, está serio, la mirada se ha empañado en la bella cara.

-Bebe, amigo de mi hermano, todo se acaba en esta vida, lo bueno, y lo malo.

Víctor se bebe un vaso de un golpe, rellena su vaso y el de ella.

-Lola, – la mira a los ojos -, lo bueno es que se acaba, lo malo, aún estoy esperando saber, si es cierto o no.

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– Madre, vengo hecho un destrozo, – es Domingo -, son las nueve de la mañana, me voy a mi cuarto.

La madre niega con la cabeza.

-Vete a mi cuarto, en el tuyo, está Víctor.

Domingo mira extrañado a su madre.

-Ayer que se puso como una perra, tu hermana lo trajo.

Domingo piensa mil cosas, pero está cansado, la noche con Angie ha sido genial, pero ha dormido poco, se deja caer en la cama de la madre, está muerto, y en diez segundos ronca como si lo estuviera realmente.

Víctor se levanta, Dolores le sonríe, se incorpora.

-Dolores, no, no te preocupes, me voy, sé que abuso, perdóname.

-No seas idiota, siéntate.

Víctor lo hace, mira desde la mesa de la cocina como le prepara unas tostadas.

– ¿Qué te pasa?, Víctor.

-No lo sé, Dolores, no lo sé.

-Lo tienes todo, guapo, inteligente de buena familia, no lo estropees.

-Tiene toda la razón, Dolores, supongo que me faltan un par de hervores.

Dolores sonríe.

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– ¿Qué te ha pasado hermanita?, ¿tirándole los tejos a los niños de pecho?, – Domingo sonríe.

-Te pego una hostia que te desencuaderno, imbécil.

-Lola…

-Sí, yo deslenguada, pero tú tienes un hijo gilipollas.

-Lo sé, Lola, lo sé, lo padezco en silencio.

-Madre…, que soy tu ojito derecho, Lola no viene nunca, que me dé su cuarto, es mejor que el mío.

-Déjate de coñas, ¿Qué le pasa a tu amigo?, – pregunta Lola.

– ¿A Víctor?

Lola asiente.

-No lo sé, – afirma Domingo -, lo tiene todo, pero está más en casa que yo, pese a todo, es de lo mejor que puedas encontrar.

– ¿Tiene novia?

– ¿Te gusta?

-No seas imbécil.

-Sí, Susana, una abogada de esas que no puedes evitar mirar al verla, una modelo con el cerebro de un psicópata, pero a los padres, sobre a todo a la madre, le encanta, todo en la vida de Víctor, está programado.

-Por eso te buscaba anoche, en vez de a la novia, seguro que no es… un ya me entiendes.

-Sí, – sonríe Domingo -, seguro, si oyeras como chillan cuando se las pilla…

Una colleja en forma de madre enfadada, golpea a Domingo.

-Madre…, – se queja -, que soy un eminente traumatólogo.

-Sí, y un gilipollas de cuidado, – remata Lola -, ¿Cómo es?

-Buena gente, muy buena gente, su padre, el Doctor Víctor Burguillos, una eminencia, y un hijo de puta de cuidado, le temen como una vara verde, cuando opera, toda la galería se llena de gente, es un genio, Víctor cuando lo ve, se va por otro lado.

– ¿Y cómo médico?

-Mejor que el padre, es como un pianista de clásica, música, lugares imposibles, carcinomas complicados, lesiones irreparables, Víctor las lee, como si él las hubiera puesto ahí, es un genio, cuando termine el MIR, irá a donde quiera.

-Entonces, ¿qué hace aquí, con un mierda como tú?

Víctor se encoge de hombros.

-Es mi amigo y punto, nos reímos, y sobre todo compartimos las guardias y las residencias, me apoya y yo lo respaldo, es duro, hermana, pero si necesito algo, sé que, si puede hacerlo, Víctor lo hará, ¿se puede pedir más?

Lola mira al hermano.

-Tienes suerte.

Domingo sonríe.

-Lo sé.

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CAPITULO II

De Operaciones y Alcohol

Víctor remueve el café de la cafetería, es un rato de descanso, junto a él, Domingo; las residentes y algunas médicas los miran, son los Chicos de Oro, los más destacados, y los más atractivos, pero parecen gay, si no fuera por las fehacientes pruebas, lo pensarían, pero solo han formado un tándem fuerte, en el que muchos y muchas quieren entrar, pero está blindado.

– ¿Cómo es tu hermana?, Domi.

-Más vieja que tú, más fea que Susana, y sin un euro en la cuenta.

Víctor, lo mira y sonríe, le mira la cabeza.

-Creo que tienes un aneurisma, te voy a operar borracho como una cuba, coño, cuenta, me interesa como persona, nada más.

Domingo lo mira interrogándolo.

-Sí, – Víctor abre los ojos -, sí, gilipollas, es tu hermana.

-Es de las personas, Víctor, que te hacen darte cuenta de la suerte que tienes, cuando conoces su vida, – la mirada de Domingo se vuelve triste -, ¿sabes quién me pagó la carrera?

Víctor asiente con la cabeza.

-Te voy a contar algo que nadie sabe, júrame que no saldrá de tu boca.

-Te lo juro, Víctor sin saber por qué, quiere saber, es extraño.

-Mi padre, intentó violarla con trece años, y le clavó un cuchillo en el vientre, casi lo mata, después, dos años en un correccional, como si tuviera la culpa, cuando salió, esperó a mi padre en una esquina y lo molió a palos, le advirtió que, si se acercaba a mi casa, lo mataba, después de vuelta al correccional, – Domingo hace una pausa -, le duele.

-Buena estudiante, mejor persona, se fue a Madrid, estudió idiomas, mientras fregaba casas, o lo que fuera, y Víctor, mi padre no nos volvió a pegar, ni a mi madre, ni a mí, ¿se puede querer a alguien más que a mi hermana?, te juro que no, ¿es dura?, como una piedra, ¿es fuerte?, como el vinagre, pero… le debo todo, todo, Víctor, dejó su vida por la mía, por la de mi madre, ¿puede existir alguien mejor en el mundo?

Víctor calla, mueve despacio la cuchara en un café inexistente, mira a Domingo, que hace lo mismo. Se levanta.

-Me voy, hoy está de jefe Lázaro, “levántate y anda a por otro paciente”, su puta madre, – ladra Domingo -, ¿a quién tienes?

-A su excelencia.

Domingo lo mira, no cambia a Lázaro por el cabrón del padre de Víctor, levanta la mano y saluda a Víctor que se marcha.

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-Burguillos, ¿qué ve en el TAC?

-Varias masas oscuras, correspondientes a micro infartos, además de una masa densa de dos milímetros, quizás un carcinoma en estado de crecimiento, que está provocando afasia en el paciente.

– ¿Operable?

-Por la edad del paciente, treinta y cuatro años, sí.

– ¿Se atrevería a efectuar la operación?

-Sí, Doctor.

-Bien, demuéstrelo, dentro de una hora en el quirófano tres, delante de sus compañeros, – le tira un dossier grande, es el historial del paciente, su padre tiene todas las notas en papel. Debe de estudiarlo en una hora, en cuarenta y ocho, apenas si ha dormido cuatro, pero….

Cuando termina, no se puede ni mover casi, el teléfono suena, es Domingo, no lo coge, sale del hospital, deja el coche allí, no puede ni conducir, y se dirige al bar donde se vio con Lola, mira a todos lados, sonríe, allí está la estatua.

-Doctor Burguillos, ¿cómo aquí de nuevo?, – sonríe Lola, Víctor siente algo extraño, ¿qué es?, ni lo sabe, ni le interesa en lo más mínimo.

-Doña Lola, ¿podría sentarme a su lado, tras de una dolorosa guardia de cuarenta y ocho horas?

Lola asiente, y llama al camarero.

-Una cola, – pide Víctor

Lola lo mira extrañada.

-Cuatro horas he dormido, Lola, si me tomo una cerveza, me muero aquí mismo.

– ¿Solo cuatro?

-Me ha tocado con el peor jefe del mundo.

Lola lo mira sin saber qué quiere decir.

-Mi puñetero padre, una operación de nueve horas, y mi querido progenitor mirándome por encima del hombro, como un halcón, esperando que meta la pata, la más mínima, para montarme una filípica, ¿y sabes lo que ha pasado al final?

Lola se encoge hombros, no lo sabe.

-Que se ha metido su excelsa lengua en el culo, y me ha tenido que dar la enhorabuena, he tenido suerte.

– ¿Tan bueno eres?, mi hermano asegura que eres el mejor.

– ¿Tú crees que eso me importa?, lo único que merece la pena, es el que está debajo de mi cabeza, esperando que salve la suya, lo demás, Lola, lo demás, ¿tú crees que importa?

Las ojeras de Víctor son enormes, pero sonríe, y a Lola le duele el estómago, puñetero niñato, pero, sin darse cuenta, sonríe también.

-A pesar de todo, – continúa Víctor y sonríe de nuevo -, mi heroína, sigues siendo tú.

Lola lo mira con extrañeza.

-Domingo me ha contado tu vida, – se inclina -, es usted, a partir de ahora, para mí, una leyenda, la de la Efigie de la Heroína Griega.

Lola sonríe, no sabe por qué, pero sonríe, posiblemente le duelan después esos músculos, no los usa desde hace tiempo, pero el imbécil este…

-Le has pagado la carrera al inútil de tu hermano, has trabajado como una mula, loor a la heroína, – y sonríe de nuevo.

Lola no sabe lo que significa loor, pero agacha la cabeza, parece que vuelve a tener quince años, se recompone y levanta la cara seria.

-La estatua vuelve, – sonríe Víctor -, no sé cuál me gusta más, si la belleza seria de la estatua, o la candidez de la bella mujer, que esconde dentro.

Le vuelve a doler el estómago, va a soltarle una grosería, pero en ese momento.

-Salve, insigne doctor, alabemos al mejor de los médicos, postrémonos ante él.

Son Domingo y una muchacha gordita, pero muy guapa.

Domingo se acerca, y poniendo la cara al lado de la Víctor, se echa el aire hacia él.

-Que se nos pegue algo, que nos venga su aura.

Angie le da un beso.

-No solo eres guapo, tienes manos de costurera, – y se sienta a su lado y lo agarra del brazo.

-Mi héroe, – y lo mira embelesada.

-Hermana, ahí donde lo ves, ese pobre desecho humano, producto de montar recortes de quirófano, acaba de realizar una operación delante de San Víctor, su padre, que es comidilla de todo el hospital, tanto, que hasta su padre ha dicho que no está mal.

-Iros a la mierda, – les pide Víctor.

-Domingo, lo nuestro ha terminado antes de empezar, – sonríe Angie -, me quedo con Víctor.

-No, llora Domingo, yo lo he visto antes, – y se le engancha del otro brazo.

-Encima de gilipollas, maricón, – le asegura Víctor a Domingo.

Lola sonríe, son un trio para comérselo, después serán unos dioses inalcanzables, ahora son adorables.

-A todo esto, ¿qué haces aquí?, – pregunta Domingo.

-Buscarte, – contesta Víctor.

-Te he llamado y no me has cogido el teléfono.

-No lo habré oído, ya sabes que esta guardia ha sido de locos.

-Además que es verdad, la gente tenía que follar menos, – comenta Angie sin cortarse -, me he comido doce partos, si algún día me quedo preñada, mataré al padre, después me suicidaré, – se queda pensativa -, no, solo mataré al padre, me llamarán la mantis religiosa.

-Sobre todo religiosa, – comenta Domingo.

-Procura no dejarme embarazada, por la cuenta que te tiene.

Domingo se pone colorado como un tomate.

Lola ríe ahora, le cae bien la muchacha.

– Entonces, ¿tú eres mi cuñada?, – pregunta Lola.

-Me caes bien, pero tienes un hermano que es un gilipollas.

-Todo el mundo me lo asegura, – responde Lola.

Angie vuelve la cara.

-Tú, – mira a Víctor -, me ha llamado Susana veinte veces, – y pone el móvil encima de la mesa -, dile a tu novia que no me toque el coño.

-Tú me la presentaste, es tu problema, – le indica Víctor.

-Otro gilipollas, – comenta Angie mirando al cielo -, Dios los cría y ellos se juntan.

-Angie, ¿nos vamos?, – pregunta Domingo.

Angie hace la señal de la masturbación.

-Hoy dormir, estoy muerta, me voy, paga tú, Víctor, que eres el de la pasta, buenas noches.

-Te acompaño, – le responde Domingo -, hermana, no te lo comas, por favor, es un pobre desgraciado, Angie, espera.

Lola mira a Víctor, este le sonríe, el móvil suena, Víctor lo mira, le da la vuelta, se calla.

-Cógelo, – le pide Lola.

-No, es Susana.

-Pero es tu novia.

-Angie me la presentó a instancias de mi madre, trabaja en su mismo despacho, supongo que me casaré con ella algún día, es otro escalón en la escalera.

– ¿Qué escalera?, – pregunta Lola.

-La que me llevará al éxito y a la mierda, pero estoy entrenado para eso, es mi destino.

-Cámbialo, – le comenta Lola

Víctor sonríe.

Está cansado, y pide una cola, Lola lo mira fijamente, mientras no para de beber whiskey a palo seco, cuando lleva media docena, lo mira, ha pedido una botella, ya ha desaparecido casi un cuarto.

-Don Perfecto, – y lo señala -, el cenit de la humanidad, mi gran hermano te ha contado que estuve en un correccional, ¿no es cierto?

Víctor calla, está borracha, completamente borracha.

-Sabes, gran hombre, que todas las noches, la persona que más amas, el que te tiene que proteger, te manosee, y tengas que dormir en el cuarto de baño con un cuchillo.

Bebe otro vaso y lo llena de nuevo.

-Y que cuando estás sola con él, intente, – calla, y unas lágrimas salen de sus ojos -, sí, lo intente, y le des de puñaladas, que te duelen a ti mil veces más que al hijo de puta de tu propio padre.

Otro vaso.

-Que tu madre no te crea, que vayas a un correccional, que te muelan a palos, que te hagan perrerías, sola, como si fueras basura, abandonada por todos, que te conviertas en un animal para sobrevivir. ¿sabes eso?, Don Perfecto.

Víctor llama al camarero, Lola está borracha, muy borracha, tiene que poseer un hígado de piedra, se ha bebido casi una botella, más la cerveza, intenta que se levante, pero se tambalea, la engancha de los hombros, y camina hacia su casa, cruzan el jardín, Lola se vuelve, le coge la cara, y lo besa en la boca.

-Lástima que seas solo un niño, algún día, serás un gran hombre.

Después se pone de rodillas y echa todo lo que tiene en el estómago, ahora está peor, duda si llevarla al hospital, pero no quiere atestados ni líos, la lleva a su casa, llama al timbre.

Dolores los mira con sorpresa.

-Dolores, es Lola, ha empezado con el whisky…

-No te preocupes, ayúdame.

Entre los dos la llevan a su cuarto, Dolores se da la vuelta.

-Víctor, espera en el salón, tengo que desnudarla.

-Dolores, yo…

La puerta se cierra y Víctor se sienta en el sillón.

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El sonido de su móvil, está cansado, pero no cesa, será cabrón, lo coge, es Susana, rechaza la llamada, pero ha abierto los ojos, ¿Dónde está?

Domingo lo mira y sonríe.

-Excelentísimo señor, ¿está usted bien?

-Vete a la mierda, capullo, ¿a qué quirófano voy?, – y se incorpora, mira mejor, Dolores sonríe.

-Lo siento, no sé ni donde estoy, bueno, ahora sí.

-Madre, saluda al mejor neuro de todo el Hospital, que además ayudó a una damisela en apuros, sin beber una gota de alcohol, increíble.

-Dolores, ¿puedo matar a esa sabandija?, – pregunta Víctor.

Dolores asiente. Mira a su hijo.

– ¿Dónde has estado toda la noche?

-Con unos amigos, – sonríe Domingo.

-Con este no, – y señala a Víctor.

-Tengo muchos amigos, Mamá.

-Ya, ¿quieres un café?, es casi la hora de comer, pero…

-Dolores, si tiene hecho ya, si no…

– ¿Tú no tienes casa, capullo?, – le pregunta Domingo.

-Sí, además de saber quiénes son tus “amigos”

Domingo se pone los dedos en la boca. Víctor sonríe, sabe que está pillado con Angie, será su esclavo.

-Ya mismo me tengo que ir, he quedado con una chica estupenda, Angie.

-Pero, ¿y tu novia?, Víctor.

-Angie es mejor, mejor gente, un ángel.

Domingo se tira sobre él, y le pone la mano en la boca.

Dolores sonríe, dos médicos y ahora parece que tienen trece años.

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Lola se despierta, la cabeza le va a estallar, sabe beber, pero ayer, ¿Qué le pasó?, el chico de la sonrisa, Don Perfecto, está loca y lo sabe, en ese momento recuerda el beso, le suben los colores con los años que tiene, se deja caer en la cama, alguien entra, es su madre.

La mueve.

-Despierta.

Se hace la dormida. Más meneos.

-Déjame en paz.

-Con la edad que tienes, y que te tenga que traer el mejor amigo de Domingo, ¿qué va a pensar de ti?

-Madre, que me da igual, me duele la cabeza, déjame.

-Desde luego, que desagradable eres, – Dolores le deja el café y unos croissants en la mesilla de noche, con el café dos pastillas, y algo de B12, se reclina en la cama, todo empieza a estar más claro.

Lola solo recuerda la sonrisa del joven médico y le da vergüenza, se está portando como una colegiala, pero le da igual, las ilusiones son gratis, si viviera otra vida, si la hubieran dejado vivirla, quizás, … pero no, es ahora, una pena, pero la sonrisa no desaparece, y a pesar de todo, del dolor de cabeza, de la pena, sonríe, sonríe tanto, que le duele la cara, “seré gilipollas”, piensa, pero sigue sonriendo.

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-Ni me llamas, ni coges el teléfono, ¿qué te pasa?

-Nada, que estoy todo el día tocándome los cojones, y si paro, pues eso.

-Qué desagradable eres, ¿a quién te pareces?

-Al gilipollas de mi padre, – contesta Víctor -, o a la desagradable de mi madre, escoge.

-Tu madre, es una gran mujer, la admiro.

-Pues pídele que te adopte, problemas que me quito de encima.

-Víctor, ¡que son tus padres!

-Ese es el problema, Susanita.

-Te he dicho mil veces que no me llames Susanita.

-Sí, letrada Villar.

-He quedado con Vicky y Lalo, y con los demás…

-Olvídalo, ve tú, yo voy a dormir, mañana ya sabes, como siempre.

-Una cosa es el MIR, otra, que no me quieras ver.

-Pues eso, usted misma, Letrada Villar.

Víctor se aleja hacia su casa, Susana da un bufido y se marcha, apenas lo hace, Víctor coge un taxi, Domingo está de guardia, pero no es a él a quien quiere ver.

Mira por todo el barrio, pero nada, desde la cogorza no la ha visto, y sin saber por qué, está triste, más que eso, enfadado, tiene que controlarlo, lo sabe… pero no puede, y continúa caminando por el barrio, mientras, Lola, en el parque, desde un lugar que conoce desde pequeña, donde se escondía de su padre, mira como deambula, como si fuera un zombi, al neurocirujano.

-Lastima, Víctor, – se convence a sí misma -, no puede ser.

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[1] Borrachera a causa del consumo excesivo de alcohol.

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