¿Relajarse?, sí, imposible. ¡Su primera misión! no podía evitarlo, exteriormente parecería que estaba todo controlado, pero por dentro se lo comían los nervios.
Sólo recordaría de esos momentos la tensión, no podía estar en su habitación, daba largos paseos e intentaba evitar que su mente se obsesionara con la idea de los próximos días.
El sábado llamó a Valdivia.
– ¿Quién es?, -oyó Pablo al otro lado del teléfono.
– Pablo Maldonado.
– Pablo, esperaba su llamada, ¿cómo ha ido con lo del nene de Calero?, -preguntó Tomás con algo de impaciencia.
– Insuficiencia de pruebas, según parece, eran de outlet, caso desestimado, todo va para adelante, -Pablo no mentía, todo era verdad.
– Bien, lo vamos a hacer de la siguiente forma, coja sus cosas, unas pocas, ropa y aseo y venga esta tarde a casa, ya le comentaré.
– De acuerdo, Tomás, -ni idea de qué iba el viejo Valdivia, llamó a Montes.
– Montes, soy Maldonado.
– Sí, dime.
– He contactado con Valdivia, quiere que coja mis cosas y me vaya a su casa.
– ¿Para qué?, -preguntó Montes, el hombre tenía la mosca tras de la oreja.
– No he preguntado, te iré informando acerca de lo que vaya pasando, mi móvil lleva GPS, la pistola la dejo en la armería del cuartel, ¿de acuerdo?, -tenía que confiar en él, quería que todo estuviera claro para Montes.
– Cuidado, Boss, no se fie de nadie, esto está yendo demasiado deprisa.
Quizás Montes realmente intentara protegerlo, pensó Pablo.
– A mí me lo vas a decir, correr es poco, pero es lo que hay.
– Cuídese.
– Gracias.
El Ayo los reunió a todos, la familia al completo, eso solo sucedía cuando algo súper importante había sucedido y debía contarlo. Rosa estaba un poco asustada, Ange también, sus bromas cesaron durante esos instantes.
– Esto que os voy a decir es algo que quizás no entenderéis el por qué, pero espero que confiéis en mí tanto como lo habéis hecho hasta ahora.
Hizo una pausa.
-No hago nada por capricho, ya lo sabéis, sois mi familia y nunca os pondría en peligro; si no fuera porque algo extraordinario va a suceder, y todo lo que a partir de ahora haga, es para que no nos perjudique lo que suceda, es serio, tendré que poner cosas donde no se esperan, realizar extraños cambios, ¿me comprendéis?
Todos callaron, Rosa no entendía nada, pero no se le habría ocurrido abrir la boca, ni a ella ni a nadie de los que estaban allí, todos tenían demasiado respeto al Ayo, no porque fuera el Ayo, sino porque su palabra era ley, y no sólo para ellos.
Les contó lo de Pablo, lo del rumano, toda la historia. Por un lado, el corazón de Rosita se llenó de alegría, pero, por otro lado, negros nubarrones cruzaban su pensamiento. ¿Un payo en casa?, no se le habría pasado por la cabeza ni en un millón de años, ¿y lo de que se hiciera pasar por rumano?, ella las pillaba al vuelo, pero aquello se le escapaba, a pesar de todo, ella pensaba en lo que decía su gente, no reniegues del cielo cuando te manda algo bueno.
¿Dejarlas a ellas solas en el puesto con un payo?, ¿por qué confiaba a ciegas el abuelo en alguien que no conocía de nada?, demasiadas preguntas y ninguna respuesta, confiaba ciegamente en el Ayo, pero aquello era difícil de comprar.
Aquella noche, ni Ange ni ella rieron, ni hicieron bromas, las dos estaban pensando en lo mismo, ¿qué pasaba?, se fueron a la cama en silencio, por lo menos a ella, le costó dormir.
Pablo casi no comió aquel día esperando los acontecimientos, así que cuando llegó a casa de Valdivia, tenía un hambre de mil demonios.
Le abrió Ester, no dijo nada, tenía la cara seria.
– Sígame, -se dio la vuelta sin comprobar que la seguía.
Le estaba esperando Tomás en un salón muy grande, de color rojo oscuro en el que colgaban retratos en blanco y negro de personas en marcos muy antiguos. Era amplio. Un enorme sofá ocupaba casi todo un testero, solamente acompañado por una mesa de cristal que cerraba el cuadrado con dos grandes sillones. En frente del sofá un aparador antiguo recargado con más fotos familiares enmarcadas, pañitos tejidos, un antiguo equipo de música modular, un Sony, pero con años, unos cuantos discos y muchos libros, en todas partes, la única tecnología que existía era un enorme televisor de LED, justo al lado del aparador y centrado con el sofá. En una de sus butacas, estaba Tomás.
– Pablo.
– Buenas tardes, Tomás, -Pablo dejó la bolsa que traía.
– ¿Traes armas?, le preguntó el viejo.
– No, la he dejado en la armería.
– Bien, te voy a decir la forma de hacerlo, si no estás conforme, me lo avisas y aquí no ha pasado nada, todos tan amigos.
– Te escucho, -Pablo prestó atención por la cuenta que le traía.
– A partir de ahora te llamaras Pablo Lupei, es el nombre de un primo de Rosita que murió joven en Rumania, ahora ha regresado de la tumba, así nadie podrá sospechar de tu aspecto, te has criado en el norte con unos familiares, y ahora estás aquí porque ésta familia tiene problemas.
Carraspeó.
-Todo esto es cierto, incluso la familia y los problemas, están todos en la cárcel en Nanclares de la Oca por tráfico de drogas, pero tú has nacido en España y eres español, no sabes rumano, y puedes hablar todo lo que quieras, que no te delatará tu acento ni tu aspecto, -lo señaló de arriba abajo, -aquí tienes una lista de tu familia en el norte, con cosas que debes de saber de ellos, tampoco tantas. No te hagas el simpático, de hecho, te hemos puesto un mote para que tengas los menos problemas posibles, «el Callao», se le escapó una sonrisa al decirlo.
Una nueva pausa.
– Has venido para echar una mano a Ricardo y a protegerme a mí, los Ugalde los he quitado de en medio, a uno de ellos le prohibí que rondara a la Rosita y sé que anda encabronado, así que ten cuidado con ellos. ¿Estás de acuerdo?, -Tomás lo miró fijamente, esperando su respuesta.
– Supongo que sí, no hay muchas opciones, ¿no?, -Pablo estaba serio.
– Por desgracia, no. Sé que esto va demasiado rápido, pero es la única oportunidad que tenéis de detener al portugués, -la cara de Valdivia era seria también.
– Una pregunta, Tomás, ¿por qué realmente quiere entregar al portugués?, -sabía que le mentiría como si fuera tonto.
– Di mi palabra. Hicimos un trato.
No se creyó nada.
– ¿Hay algo más?
Negativa con la cabeza.
– ¿Seguro? -volvió Pablo a preguntarle.
– Si tú así lo crees, hijo mío.
Puso cara de resignación, de aquel pozo no iba a sacar más agua.
– Tomás, tengo que asegurarme con mis mandos de que esto es lo correcto y que tengo su aprobación para poder continuar, -Pablo no quería meter la pata, tampoco las tenía todas consigo.
– Piensa siempre lo que tienes que decir, -miró hacia arriba, -cuenta lo que de verdad sea necesario, está el criterio del hombre para saberlo y decidirlo, no somos máquinas, míralo todo, piénsalo todo y después decide.
Lo miró.
– Pero, por favor, no seas un simple emisario, no espero eso de ti.
– Pero, Tomás, realmente ¿me puede decir que hago yo aquí?, -la pregunta le salió sin pensar.
– Yo no te he elegido, tú mismo lo has hecho, todo estaba escrito.
Su cara cambió, su semblante era serio.
– Tú solamente haces lo que tienes que hacer, para seguir un guion que algo más grande que tú o yo hayamos pretendido.
– Realmente, Tomás, me tengo que dejar llevar, porque, perdóneme, no entiendo nada, -agachó la cabeza, se sintió impotente, el viejo no le daba información.
– Lo entenderás, -él lo afirmó con rotundidad, Pablo dudó totalmente.
– ¿Y ahora qué?, -preguntó, pero sabía que tenía que dejarse llevar por él, no había más remedio.
– Tomaremos la cena con mi familia, después dormirás en mi casa, y serás uno más de nosotros; mañana, te levantarás temprano, irás a montar el puesto, y todo seguirá su curso.
– ¿Cuánto tiempo?, -preguntó de nuevo, quería sacar algo en claro.
– El que sea necesario, que no será mucho, déjate crecer el pelo y la barba, poca gente te conoce aquí, pero es necesario que a partir de ahora pases inadvertido. Es esencial.
– Bien.
El viejo se levantó pesadamente del sillón, haciéndole seguirlo por unas escaleras estrechas, llegaron a una habitación, la abrió, mostrándole un pequeño cuarto con apenas un armario, una mesita de noche y una cama de barrotes de hierro. La ventana era pequeña, como la de un trastero, posiblemente lo había sido en otros tiempos.
– Aquí vas a vivir de momento, enfrente está la habitación de mi hijo, y dos más allá las de mis nietas, el cuarto de baño lo tienes aquí al lado. Cualquier cosa que necesites sólo pídela. Te esperamos para cenar.
Cerró la puerta y se marchó, dejando a Pablo con demasiados interrogantes.
Cuando Tomás se fue, se sentó en la cama, que crujió ante su peso. Estaba abrumado, todas las dudas salieron en ese momento, pensó, ¿qué hacía allí?, iodo empezaba a sobrepasarlo, su lógica le decía que aquello no tenía sentido ninguno, por lo menos para él, ¿por qué? se preguntaba una y otra vez, y no hallaba ninguna respuesta. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer si no dejarse llevar por la situación, intentando controlarla lo máximo posible?, cosa que no había sucedido aún.
Colocó sus pocos enseres en el armario, y bajó al salón.
Estaban todos esperándole, las primas y Ester estaban colocando los platos, Tomás y Ricardo ya estaban sentados en la mesa, nadie hablaba.
– Buenas noches.
Nadie le contestó, solo Tomás, que con una mano le indicó un lugar a su derecha, la del invitado de honor, él podía asegurar que se sentía de todo menos eso, más bien un condenado a la soga, sólo la presencia de Rosa hacía que se sintiera mejor.
Casi nadie habló en toda la cena, sólo las peticiones de pasar un plato y algo más, a pesar de que tenía un hambre de mil demonios no comió apenas nada, se le había cerrado el estómago.
Se disculpó y subió a su nueva habitación, donde pronto se quedó dormido. Pasó la noche inquieto, despertándose a cada poco, esperando con ansia que el nuevo día comenzara.