Empezaron a reírse como si no lo hubieran hecho miles de veces; cualquier cosa, cuando estaban solas después del trabajo, siempre les hacía gracia.
– Ange, yo quiero ese hombre.
Rosa se puso seria.
-No me gustan los gilis como el Yayi, que a ti te tiene loca, y es lo más tonto del universo, que además parece un niño chico.
El famoso Yayi era un hijo de p… de los grandes.
– Y tú que te crees, ¿que eres diferente?, -le preguntó Ange con cara de sabelotodo-, además, al Yayi se le cae la cara de guapo.
– Y de gilipollas, y de golfo, -Rosa la miró con cara de gata enfurruñada.
-Que tienes más cuernos que la percha un marqués, -Rosa la miró a los ojos.
– Pues como yo me entere, -a Ange le salió una cara de mala de serie venezolana.
-Se los corto.
– Pues ve afilando el cuchillo, -Rosa movió la cabeza con pena, sabía que era de verdad.
Y volvieron a reírse, olvidando cualquier cosa que hubiera pasado ese día.
Se llevaron al muchacho detenido, y Montes, Santos y Maldonado, se montaron en el coche para Comisaría, el automóvil hervía como si hubiera estado aparcado en el infierno. El aire acondicionado echaba aún más fuego a su interior, una tortura, Pablo no imaginaba cómo los cordobeses podían soportarlo.
– Vamos a tardar más en el papeleo que en la detención, -comentó Montes mientras conducía.
– Ese es nuestro trabajo, más ordenador que calle, -Santos puso cara de resignación.
-Pero, Inspector, para ser su primer día en la calle no está mal.
– Vamos, esto era un juego de niños, -respondió Pablo-, tenéis en barbecho (sin detenciones) tres meses el mercadillo, me lo habéis puesto en bandeja, podíais haberlo hecho en cualquier momento. A mí me viene bien que haya coincidido con mí incorporación, pero poco mérito el mío, era fácil encontrar a alguien vendiendo ropa falsificada, no eran ladrones de banco ni secuestradores.
– Tampoco nos vamos a encontrar mucho de eso aquí, esta es una ciudad tranquila, -apostilló Santos.
– ¿Cuánto tiempo lleváis aquí destinados?, -preguntó Pablo a ambos.
– Yo llevo catorce años, nacido y criado aquí, conozco toda España, tengo un chico que nació en Valladolid, y la chica en Bárbate, -Montes levantó las manos al cielo, soltando el volante.
-Pero al final he vuelto a mi tierra.
– Pues yo llevo cinco, lo mismo que Montes, -comentó Santos-, también soy de aquí, casado con una cordobesa, y hasta que no volví a mi tierra no paró de amargarme la vida.
Santos movió la cabeza.
-Pero por mí está bien, y usted, Inspector, ¿de dónde es?
– De novecientos kilómetros más arriba, de Santander, y mi primer destino es en Julio a una de las ciudades más calurosas del país, pero bueno, espero poder soportar este infernal clima, todavía no estoy hecho a esto.
– ¿Una de las ciudades más calurosas?
Montes se rio a carcajadas.
-No, la más calurosa, espere a que llegue agosto, entonces si va a saber lo que es calor.
– Además me toca ese mes, -suspiró Pablo con resignación, -no tengo derecho a vacaciones aún, pero bueno, todo se andará.
– No es un mal destino, -Montes asentía como queriendo creérselo.
-Aquí se vive bien, tranquilo, y la Comisaría es bastante normal, yo he estado en algunas que son un infierno, en esta, se puede vivir.
Pablo apenas si llevaba cuatro días en Córdoba, había aterrizado directamente de las vacaciones de Graduación, ñas cuales había pasado en casa de sus padres. Saltó de veinticinco grados a más de cuarenta, de la costa del norte, a la costa de la bellota, como decían allí.
Miró el enorme edificio de la Comisaría de Córdoba mientras se acercaban a él. Un gran cuadrado en medio de dos bellos Parques en el centro de la ciudad. Un bloque de color azul. Como único signo de identificación ondeaba una gran Bandera española, y unas letras pequeñas con su denominación. A sus alrededores flores y árboles, parecía no ser un lugar para detenciones y malas vivencias.