106 Visiones

Guiomar mira desde el pasillo de los dos edificios que dominan la terraza, es difícil, casi imposible, que alguien pueda verlos, más que nada. porque la maleza forma una tupida red a la altura de los hombros de Ambrosio.

-Mira, Niña, esa es la chica que te está quitando lo que has defendido con uñas y dientes.

-No seas idiota, hoy soy su señoría.

-Cuando me pides que trabaje de lo que no tengo que hacerlo, eres la Niña, ¿lo entiendes?

-Sí, viejo saco de huesos.

             Ambrosio sonríe, enciende un cigarro.

-Estamos al aire libre, Niña, no me jodas, que estás mejor que yo.

-No, estoy mal, tengo el corazón mal.

-Como excusa cansa, -mira al médico-, mira, llega la niña, la que has salvado de la quema, la que ha vuelto con su padre, la que puede ser tu hija.

-No, sabes que no, este no es mi camino.

-Pues para no serlo bien que te recreas en él, y lo más triste, es que yo tengo que traerte.

– ¿Tanto te molesta?

-Me molesta que estés golimbreando[1], cuando…

– ¿Cuándo qué?

-Cuando tenías que estar allí sentada, ¿quién ha hecho más por él que tú?

             Guiomar calla, piensa en lo que ve, y siente una tristeza que sabe que le costará dominar, lo único cierto, es que la deuda con el que le ha alargado la vida, está cada vez más cerca de pagarse, o ella lo estima así, no le gusta deberle nada a nadie, y menos al que está tomando una maldita cola en un barrio de tercera, suspira, ¿o no es solo eso?, no lo sabe, no lo quiere saber.

– ¿Nos vamos?, Niña.

-Sí, Ambrosio, y saliendo de este maldito barrio, soy su señoría, o te jodo.

             Ambrosio sonríe, no le gusta cuando es la Dama de las Camelias[2], pero cuando se convierte en una auténtica hija de la gran puta, se siente bien, tan bien como cuando le preguntó porque no era su padre, vuelve a sonreír.

-Niña, que he aparcado mal el coche.

-Ve a por él.

-No, niña, vamos los dos, sabes, que estar aquí sola, un bombón como tú, no es bueno.

             Guiomar sonríe.

-Puto Ambrosio.

-Sí, Niña, el puto Ambrosio de siempre.

             Nieves sale del cuarto, se despereza delante de Luis.

-Hola padre, no te he oído, ¿llevas mucho tiempo aquí?

-Una media hora, no he querido molestar, ¿durmiendo o estudiando?

-Lo último, lo de dormir cuando terminen los exámenes, que es pronto, ¿puedo preguntarte algo?

-Claro, dispara.

– ¿Tenemos dinero?

             Luis asiente.

– ¿Mucho?

             Vuelve a asentir.

-Pero eso no significa que vivamos como si el dinero no importara, importa, y más que eso, nos definiría, solo seríamos dinero, si nos basáramos solo en eso.

-Si pensara lo que dices, me hubiera quedado con los abuelos, tienen más que tú, por mucho que tengas.

-Sí, supongo que sí, -le responde Luis-, pero vamos, que no me interesa, yo el poco o mucho que tengo, lo he conseguido salvando vidas, ellos…, -sonríe-, ¿sabes cómo es tu abuelo?

-Sí, supongo que sí, un abogado malvado.

-Se ha hecho rico comprando y vendiendo jueces para gente de la droga, de la prostitución, de la trata de blancas, no sé, no entiendo, sé que es un derecho, pero hasta el límite en que lo lleva tu abuelo…

             Nieves lo mira.

– ¿Que has aprendido estando con ellos?

-Lo que es estar sola, cuando hay gente a tu alrededor.

-Ven, siéntate conmigo.

             Nieves se echa sobre él.

– ¿Me vas abandonar de nuevo?

-No.

-Ya lo hiciste.

-No, pero me vencieron, era joven, tu madre muerta, destrozado, sin dinero, sin poder…, tus abuelos hicieron conmigo lo que quisieron, ellos si lo tenían, y te llevaron por…, no lo sé, te lo juro, yo no tengo esa clase de maldad, no permitieron que te vieran, ni tu abuela Teresa, ni a mi padre, que se murió sin saber de ti, eso no se lo perdonaré nunca, como a mí mismo.

-Déjate de historias, anciano, júrame que nunca me dejarás.

-Ni por todo el oro del mundo.

-Me vale.

-Así que espero que estés más confiada, más tranquila, porque me ha dicho Paloma que empollas para sacar nota para Medicina.

-Sí, pero lo tengo crudo, años de no hacer nada.

– ¿Quieres que te ayude?

– ¿Como?

-Usando mis influencias, que algunas tengo.

– ¿Cometer un delito por tu hija?

             Luis asiente.

-Me parece bien, pero espero que no tengas que hacerlo, tengo el culo plano, un culo precioso.

-Que además eres como tu madre, con el punto flojo.

-El que quiere la flor, quiere las hojitas de alrededor.

-Sí, supongo que sí, soy feliz, aunque me coma tus pestes.

-Una pregunta, anciano.

-Pregunta.

– ¿Paloma?

– ¿Qué pasa con ella?

– ¿A ti te gusta, la quieres, la odias, la…?, lo que sea.

– ¿Por qué lo preguntas?

-Para quitárselo de la cabeza, que la chiquilla es tan tonta, que es capaz de morir siendo virgen, esperando que tu des algún signo de que sabes que ella está viva.

-La vida no es tan sencilla, bruja.

-Si lo es, te gusta o no te gusta.

-Claro que me gusta.

-Atácale.

-No, soy viejo, viudo, sigo queriendo a tu madre, tú has venido a mi casa, no te va a criar una cría como tú, dirían que es una aventurera que busca el dinero, es demasiado joven, demasiado guapa, lista y buena, yo soy solo eso, alguien amargado que pasó el tiempo en el que…

-Pero que chorradas dices, no eres viejo, eres un maduro atractivo, eso sí, con muchas pasta, una eminencia, eso que se lleva Paloma a la buchaca[3], si dicen que digan, a mí me suda, en cuanto a que me va a criar, creo que sería al revés, la criaría yo.

-Sí, eres mucho más madura de lo que pareces, gracias a dios, por eso parece que me perdonas.

-No eres tan listo, pero sí, me gusta la chica, para ti sería algo positivo, para ella, algo increíble, llénala de hijos, eso sí, después de casarte, que con esa no te comes una rosca, anciano, que tiene el bollo prieto hasta que te cases.

-Como debe de ser, y, ¿qué es eso, de “bollo prieto” …?, ese tipo de expresiones no puedes decirlas.

-Me cortaré un poco de decir las verdades de la forma en la que entenderlas sea más fácil, hablábamos también de que tienes mucha pasta, mi paga, que no tengo, no hablo de subirla, sino de crearla, por supuesto partiendo de unos mínimos.

– ¿Cuánto serían esos mínimos?

-Teniendo en cuenta la inflación, la subida de los precios, que es aún más alta, cien euros.

– ¿Al mes?

-Semanales, ¿dónde vives, padre?

-Aquí, en el barrio, con ese dinero, me compro un piso cada tres meses.

-Ni aquí padre, ¿en cuánto has pensado?

-No sé, veinte semanales.

– ¿Que tú tienes dinero?, será porque no gastas nada, que rata eres, progenitor, ni hablar, otra cifra.

-Cincuenta.

-Una subida apreciable, ochenta.

-Sesenta y empiezo a tirar para abajo.

             Nieves se le abraza.

-Como te quiero, con treinta me hubiera conformado esto es un desierto, la ropa la regalan.

-Pues los cien los hubiera pagado sin problemas.

-Volvemos a la negociación, padre.

– ¿Veinticinco?

-No, padre, un trato es un trato.

             Luis sonríe, si, se está bien con una hija que creía perdida, además le sale a cuenta, pero ya aprenderá.

             Nieves lo mira, esta tiernito, le ha dejado que gane, pero que no se acostumbre, es capaz de sacarle agua a una piedra, pero es su padre, lo que quiere es a él, no su dinero, sonríe, si, se está bien con un padre que nunca hubiera esperado que fuera así, si, se está bien, muy bien.


[1] Popularmente, golimbrear es sinónimo de curiosear, olisquear, investigar lo que te rodea.

[2] La Dama de las Camelias es una novela que muestra el sacrificio y el amor. Tanto Marguerite como Armand sacrifican algo para amar al otro: Marguerite deja su vida llena de placeres y dinero, Armand deja de lado sus celos por la vida pasada de Marguerite.

[3] Bolsa, bolsillo. En Colombia, Cuba, Bolsa de la tronera de la mesa de billar.

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