
Luis camina hacia casa, se le ha hecho tarde, como siempre, además el coche no lo ha cogido en la mañana, y ahora cuando el sol se ha ido, se echa de menos, nunca pasa nada, pero lo que fue no hace tanto lugar de naves industriales, la mayoría abandonadas, se ha convertido en algo cuando menos tenebroso, y eso consigue que el cuerpo enerve el vello como si fuera un animal que teme por su vida.
El calor no termina de llegar, y si en el día se puede estar bien, cuando aparece la oscuridad, nada es lo mismo, se mete en el cuerpo de una manera que no es agradable, se para, enciende un cigarro, está nervioso, no sabe porque, pero se promete que no volverá a dejar que el coche se quede en casa, que ahora con el motor cambiado está muy bien, y en todo caso puede coger un taxi, y sonríe, pensando que es un rata con el dinero.
– ¿No nos vas a decir de que te ríes, medicucho?
A Luis se le encoge la tráquea, por la definición es que no se trata de un asalto salvaje, sino de algo premeditado, van a por él, está claro, muy claro.
-No te preocupes, doctorcito.
Casi no puede ver al que habla, lo que si ve, son las dos figuras que a la mala luz de una farola se perfilan como algo a lo que tenerle miedo, y lo tiene, quiere correr, pero sabe que lo atraparían, así que solo se queda mirando como si fuera estúpido, temblando, casi con ganas de orinarse encima, pero que no sepa defenderse no significa que sea cobarde, solo se arrepiente de no haber sido más precavido, conoce a su exsuegro, que lo que le ha hecho no le ha gustado, ¿podría imaginar que actuaría de otra manera?, no, seguro que no, así que si lo joden es por estúpido, no porque no sepa defenderse.
-No te preocupes, doctorcito, solo me han pedido que te machaque esas manitas, ¿es que te la cascas mucho?, -una sonrisa de desprecio-, no, es que el que me manda, dice que ganas dinerito con esas manitas, y quiere que te mueras de hambre, que sepas que al que roba, se le cortan las manitas, pero no te las vamos a cortar, te las vamos a dejar de tal forma que querrás que te las hubiéramos cortado, que tú sabrás de operar, pero nosotros de hacer daño, más.
Nota como se acercan, cierra los puños, quizás no sirva de nada, pero que, si sobrevive, que piense que por lo menos no se quedó quieto para que lo mataran como un cordero.
– ¿Ya estamos de nuevo aquí?, -es una voz más grave-, joder, ¿es que no os cansáis?, a vosotros mismos, o a otros perros que mandaron, les hice unas advertencias cortantes, así que el que siga con las tonterías, este que lo es, le corta lo que os sobre, que, seguro que es mucho, que de pellejo como la de un viejo, llenos estáis.
– ¿Quién eres tú?, so tío mierda, -es la voz de anterior-, somos tres, te vamos a cortar los huevecillos, después le vamos a quitar unos dedos al médico, para que no nos pueda señalar, -sonríe, se ha hecho gracia, se cree gracioso.
-Pues nada, a la faena, -y Garri piensa que de los descuidos come el lobo, nada pasaba, dejó que se quitaran de en medio los que vigilaban, y así le va la faena, que las ratas salen a la calle haciendo fiesta en vista de que no se ve al gato.
El que habla se acerca, pero sabe que es solo una estratagema, son los dos gorilas de los lados los que van a ir a por él, abre la navaja, que brilla a la luz de la luna como el colmillo de una gran fiera, y es lo que es, salta a un lado, pilla de improviso a uno de los que querían coparlo, es en la barriga, huele a excremento, a porquería, sabe que quizás lo ha llevado a tener que cagar en bolsa, y sonríe, lo que es, es lo que es, pero lo importante, es que uno de menos, de tres a dos, va diferencia, pero el otro gorila que creía más lento, salta, se la clava, no es mucho, ha parado con la mano, pero sangra, mucho, por la barriga, también la mano con la que ha parado el hierro, e instintivamente, la suya, su colmillo, que se dispara, no raja, pincha, en el pecho, con maldad, ya no es herir, es matar, y si no mata, casi, el tipo cae al suelo, chilla como lo que es, una perra, pero casi no oye el cantineo, “me has matado”, no le interesa, era lo que buscaba, y sonríe a pesar del dolor, que no ha esperado ni a enfriarse.
El que hablaba que saca huevos de donde sea y se arranca, otra en la barriga, más profunda, más malvada, más mala, pero se descuida, y es faena lo que se hace de continuo, ni pensar, la navaja entra en la barriga y sin querer queriendo, tira para arriba, sale de todo, y el tipo asustado, se mira lo que sale, se echa hacia atrás, sorprendido, si no anda listo, se morirá.
Se mira la barriga, dos pinchazos, tiene mucha sangre, pero más le sale, siente como alguien le aprieta la barriga, ve como un saquito se aplasta contra ella.
-Corre a un centro sanitario, si no te desangras, todo irá bien, -aprieta el torniquete que le ha hecho con su propio saquito, mira al hombre-, ¿por qué Garri, por qué?
-Te lo debo, mira a los que están chillando, sino estarías como ellos.
– ¿Y tú?
-Soy duro como el cuerno de un cura, -sonríe, o lo intenta, llama por el móvil.
Se sienta en el suelo, se aprieta el saquito que era amarillo claro, ahora es rojo.
-Bicho, a los de las naves del hospital, con un matasanos, me han pegado dos pinchos, escucha, -solo habla-, porque no habéis tenido los cojones de seguir con lo que os ordené, como no vengas, mejor que me muera, hijo de puta, que te saco las tripas por las orejas, -cuelga.
Despacio mira Luis.
-Vete, estos irán al hospital, ellos que son los malos al hospital, que mal hecha esta la vida, -sonríe-, hostia, como duele, pero no me voy a quejar como esas mariconas, vete, que la policía coge a quien quiere que lo cojan.
– ¿Y tú?
-Yo sé más que los que salen en la tele, tira, fuera, nadie dirá nada, ellos porque no les interesa, yo, porque me habré ido a un médico, o a tomar por el culo, que me da igual.
-Gracias.
-Piérdete.
Luis camina rápido, no lleva nada que le cubra el pecho, y corre de lugar oscuro en lugar oscuro, no por nada, por todo, la locura, y siente como si el mundo hubiera cambiado en solo un segundo.