
Luis espera en el bar de siempre en el centro, frente a los grandes almacenes, le han cambiado el nombre, los propietarios son distintos, pero nada cambia, todo continúa con el ritmo de una ciudad, grande, pero que no deja de ser provinciana, y el bar es el abrevadero de los de oficina, de los negocios turbios, de los tratantes de ganado, aunque sean animales de metal, de los buitres de las subastas, los peores animales, que allí abundan, y sobre todo del paso de tórtolas para los de pico fino, de los de brazo levantado, que todos quieren que los vean, lo de siempre, que nada ha cambiado, mil años han pasado, y seguro que los romanos, sin variar mucho el sitio, tenían las mismas costumbres.
El café no es malo, pero si escaso hasta la estupidez, como si fuera un tiro en la boca, que económicos en todo menos a la hora de cobrar, camareros como los leones, molestarlos lo menos posible, que todos muerden, salvo la excepción que mira a sus compañeros y mueve la cabeza, consciente de que en esa selva de egos cordobeses va a durar lo que un chicle a la puerta de un colegio, pero de los públicos, que es menos tiempo.
Un cigarro donde no se puede, pero Luis conocedor de la leyes y costumbres, hace como el de al lado, que parece una chimenea, que hay leyes que no es que sean estupideces, es que son contra la misma vida, que también es dañina, como casi todo lo que es bueno o gusta en la vida.
La figura imponente de la norteña, no pasa desapercibida, nadie tiene el coño suficiente como para presentarse, bajando de un enorme alemán negro, con un abrigo más que blanco níveo, tan bonito que da pena que lo gaste un cuerpo, hatea que se lo ves a Helga, que parece que ha nacido con él, sonrisa de la mujer de hielo, que algo quiere.
No pregunta, se sienta, sonrisa de nuevo, no es que quiera algo, es que espera ser obedecida, como si no quedara otra opción, posiblemente así lo sea, en este caso, si es a lo que viene, ha venido por nada.
-Buenos días, Herr Monforte.
-Buenos días, Helga, ¿cómo está su padre?
-Bien, recuerdos le manda desde nuestra helada casa.
-Gracias, sigo su salud, sé que está bien, lo demás es cortesía, ¿que la trae a esta soleada tierra en la que el abrigo que encandila se dejó en los armarios hace semanas?
Helga sonríe, la observa, no hay una sola línea fuera de su sitio, no la han maquillado, la han recreado como diosa de la antigüedad nórdica, como princesa guerrera, ¿lo peor?, lo sabe, sabe usarlo, es consciente del poder sobre los hombres, y como las mismas diosas, no duda en usarlo.
Luis sonríe, sabe que ella sabe que lo sabe, es un juego que se juega desde el momento en que la primera mujer tuvo conciencia del poder que ejercía sobre el macho bestia y salvaje.
– ¿Que la trae por aquí?
– ¿Me va a decir que no lo sabe?
-Yo nunca sé nada, por lo menos de lo que no es mío, otra cosa es mi imaginación, a la que no le hago caso, te hace perder demasiado tiempo.
Sonrisa asesina.
-Siempre le digo a mis amigos, que conocí a alguien del sur, que es más que los del norte.
-Sí, Helga, los del sur no tenemos abuela, vosotros tenéis más que padres.
Pone cara de extrañeza.
-Que no os hace falta nadie, que os ensalzáis vosotros mismos.
La mujer asiente.
-Vuestro idioma es complicado, ¿necesitaré aprenderlo?
Luis se encoge de hombros.
-Solo somos unos lerdos hombres del sur, no merece la pena, señora de las nieves.
-Me gusta el nombre.
-No más rodeos, Helga, ¿a qué ha venido?
-Lo sabe bien, pero no le demos más vueltas, me gustan algunas, pero no navegar en círculos, el motivo de que dejara el hospital.
– ¿No lo sabe?
-Sí, lo sé.
-En ese caso, ¿cuál es la pregunta?
– ¿Podría volver?
-No, cuando me echan de un sitio, por salud, mental y física, no me lo vuelvo a plantear nunca.
– ¿De ninguna manera?
-Sí, así es, de ninguna de las maneras.
-Me he desplazado kilómetros de mi ruta, en una agenda tan cargada que me cuesta llevarla, y he venido hasta aquí, ¿se da cuenta del valor que tiene?
-Ahora que me he ido, quizás sí, que me echaron como un perro, en su momento me lo definió aún más claro.
-No le echaron, terminó su contrato.
-Sí, cierto, si me quedo, me destruyen poco a poco los mercachifles de dirección de su centro, así que sí, me fui, diez segundos antes de que me echaran, y si, sé que el experimento fue un fracaso, lo sé, porque los que no se quisieron operar, posiblemente ya los habré operado en el nuevo hospital, imagino, no llevo la cuenta, pero algunos nombres, más que eso, sus expedientes, me son conocidos.
La mujer lo mira, la sonrisa ha desaparecido.
-Pida.
-No, -Luis niega con la cabeza-, cuando operé a su padre, creo que le dejé claro que el dinero no es mi motor principal, lo son mis pacientes, si después del mejor de los cuidados hay dinero, me parece bien, pero primero lo primero.
-Pues pida.
-No necesito nada, en el nuevo hospital me lo han dado todo, incluso un sueldo, unos premios por objetivos que no creía que me pudieran ser dados, supongo que eso también me hace pensar que donde estaba era solo un mercado de esclavos, quizás como en el que estoy, pero más rata.
-Supongo que eso quiere decir que no volverá.
-Efectivamente.
– ¿Sabe que Maestre ha desaparecido con todo su bagaje?
– ¿Quiere decir con su yerno?
La mujer asiente.
-Eso no es importante.
-Contaría de nuevo con el equipo que creó.
-No, lo único bueno de que me echaran, fue saber que, salvo excepción, no podía confiar en nadie.
-Habla de Galante y de su secretaria.
Luis asiente.
-Los traeríamos también, las condiciones serían mucho mejores para todos…
Luis la interrumpe levantando la palma de la mano frente a ella.
-Sé que no es cosa suya, es demasiado buena negociadora, sabe que no va a conseguir nada, me ha estudiado como una rana abierta en canal bajo el microscopio, así que debe de ser todo instrucciones de su padre.
La mujer no contesta, no sonríe, continúa con una bella cara de póker.
-Dígale a su padre, que estaré pendiente de él, que no lo descuidaré, que, si me necesita, que cuente conmigo, que seré su cirujano si así lo desea, que se despreocupe, los hospitales pueden cambiar, pero mis pacientes, siempre tienen el mismo cirujano, por supuesto, si ellos lo desean así.
– ¿Lo que dice es cierto?
-Como que ha amanecido esta mañana.
-Bien, y sepa que Maestre pagará en el infierno de los abandonados, sus ínfulas de grandeza, sus intentos de hacerse rico con el trabajo de los demás, el que no sabe su sitio, acaba en ningún lado.
-Sí, pero no es mi problema, ahora por lo menos.
-No confíe, Monforte, los hospitales son solo un negocio, de cuerpos destruidos, de los que se saca más, debido a la desesperación, al dolor, a mil cosas, pero solo un negocio, un consejo, no se cierre a nada, mañana le puedo hacer falta.
-Querida Helga, se equivoca en una cosa.
Sonrisa sibilina de no puede ser.
-No crea que para mí operar es algo imprescindible, cada vez más, me doy cuenta de que no solo no soy necesario, sino que quizá el que no opere, sea hasta bueno, posiblemente acabe en una facultad, clases magistrales si alguien las quiere, no sé, demasiada responsabilidad, como hoy, que me amenazan ofreciéndome todo lo que querría, -sonrisa de Luis, cansada sonrisa-, no, querida Helga, el torpe médico cordobés, de ese sur profundo, quizás deje de operar, me canso, no de mi profesión, sino de lo que la rodea, demasiada suciedad, demasiados egos, demasiados intereses espurios, -suspira-, si, demasiado que está y que no debía de estar.
La mujer lo mira, sonríe, se levanta.
-Estaremos en contacto.
Luis se quiere levantar, pero antes de que pueda hacerlo, Helga se mueve hacia el magnífico coche alemán, que misteriosamente está a apenas unos metros de donde han hablado, ve como se monta y se van, sabiendo que ningún prepotente soporta no conseguir lo que quiere, levanta la mano, otro mínimo café, necesitara quizás dos docenas, pero durante media hora, no tiene nada que hacer, después hospital, mesa de operaciones, y algún desgraciado que entra con las esperanza de que el miserable matasano andaluz le salve la vida, por muy de lejos que venga.
Sonríe, mira a la chica preciosa que orgullosa camina por el centro de la ciudad, es magnífica, de una belleza hasta casi terrible, en un lugar en el que a las mujeres se les cae la cara de guapas, vuelve a sonreír, si, es un paso de tórtolas, de maravillosas tórtolas, pronto vendrá el calor, pronto, si, pronto.