101 Una Comida en Casa

Nieves mira a la familia de su tío, señala a Ernesto.

-Te conozco, -después a Isabel-, a ti también, -mira a las primas-, no os recuerdo, pero tú debes de ser Teresa, que tenías más mala leche que una gata romana.

             La chica la mira con cara de asco, Nieves se fija en el look de poligonera, camisa que no le tapa el ombligo que lleva el obligatorio piercing, una coleta en una melena, que, seguro que no es rubia, aunque lo parezca, el resto es digno de estudio, pero calla.

             Una figura que se le abraza, la conoce, es la abuela Teresa.

-Madre mía, eres una mujer.

– ¿Que esperabas?, abuela, ¿una burra con purgaciones?

             Teresa la mira seriamente.

-Que hija de la gran puta, con perdón de tu madre, que estás hecha.

-Sí, abuela, -la vuelve a abrazar.

-Vamos a la mesa, que está todo preparado, -mira a sus primas, un movimiento de cabeza y se van directas a la mesa.

-Padre, que control tiene la abuela.

– ¿No lo recuerdas?

-Apenas, no sé, retazos, solo eso.

             Una buena comida, recuerdos, una Nieves que solo escucha, cuando terminan, se van al cuarto de la abuela con las primas, obligatorio.

-Luis, ¿cómo te va con ella?, -pregunta Isabel.

-Dura como su madre, todo un carácter.

-Y que lo digas, -sonríe la abuela-, y con la boca de su abuelo, que nivel, con purgaciones.

             Ernesto sonríe, recuerda a su padre.

-Es verdad, la que nos liaba, Luis, con esa boca que tenía, -asiente Ernesto-, pero va a ser difícil de criar, está muy suelta, demasiado inteligente, siempre he dicho que eso es un problema.

-Porque te lo han contado, que tú, -sonríe Isabel-, de eso, en las películas.

– ¿Y en la cama?, leona.

-Por eso te escapas, -sonríe Isabel-, si no…, -mira a Luis-, si necesitas ayuda, ya sabes.

-Sé, pero de momento solo quiero disfrutar de algo que hace pocos días, era un sueño.

 – ¿Como el puto abogado, maldito sea, ha consentido?, -pregunta la Abuela.

-Una amiga, que es jueza, lo ha pillado mal, madre.

-Bendita sea, ¿quién es?

-La que sea, madre, el caso es que esta aquí.

-Pero, es menor de edad, -insiste la abuela-, y si…

             Luis la coge de la mano.

-Déjalo mamá, ya habrá tiempo de llorar, hoy es otro día.

-Sí, hijo mío, si, que alegría, mis cuatro nietas, tu, -mira a Isabel-, que te coja el bestia y te haga un par de varones, que se va a caer la casa con tanta raja.

-Sí, que me voy a dejar yo, que tiene en el pito para hacer nenas, Luis, -lo mira-, ¿y tú?, un ratito conmigo siempre es bueno.

-Cuando mate a mi hermano, no te preocupes, que tampoco.

-Luis, ya sin bromas, ¿tú le has dado dinero a tu hermano?, -pregunta Isabel-, quiero decir, más del que te saca normalmente.

             Luis pone cara de asombro, se señala.

– ¿Yo?, no, quizás se esté vendiendo como fabricante de niñas.

-Vaya con los hermanitos, tu, bestia, ¿cuánto te ha dado Luis?

-Nada, cariño, nada de nada, te lo diría si fuera cierto, -mira a Luis-, ¿a que no me has dado nada?

             Luis niega.

-Ni te voy a dar, que estoy canino.

– ¿Te hace falta?, Isabel, -pregunta Teresa.

-No Teresa, es que, en estos días, el taller parece una mina de oro, tanto que quiere que deje el trabajo y me quede con las niñas, -sonríe-, y una mierda.

             Se oyen unos gritos, ambos hermanos salen corriendo, cuando llegan el espectáculo es serio, Nieves está siendo golpeada por las tres hermanas, mientras se defiende como puede, en un momento se las quitan de encima, Luis la mira, le han mordido en la cara, tiene un ojo que se pondrá morado, le levanta la camisa, tiene un golpe en el costado.

-Joder, estáis locas, -mira a las tres sobrinas-, ¿las tres?

             Ninguna dice nada, despeinadas y con cara de malvadas, la miran con odio, Ernesto coge a Teresa.

– ¿Que ha pasado?

-Nada, papá, que se cree que es alguien, es una puerca, que no la quieren ni los puercos de sus abuelos.

             La bofetada la tira de espaldas, ha sido Isabel que parecía que no había llegado.

-Coged la ropa, puercas, que sois unas puercas, estáis castigadas hasta que se me olvide, danzando.

             Las niñas se retiran.

-Lo siento, -le dice Ernesto-, no sé…

-Déjalo, -le responde Luis-, cosas de niñas, con el tiempo…

-Se pondrá la cosa peor, -reniega Teresa-, Isabel, que las tienes muy sueltas.

-Abuela… -le contesta Isabel de malas maneras.

– ¿Qué, me vas a comer?, -la abuela se enfrenta a ella con los brazos en jarra.

-Vámonos Ernesto, vámonos que…

             Isabel da la vuelta y se marchan, Ernesto se encoge de hombros.

-Anda guapa, siéntate, que te voy a limpiar la cara, que te cure tu padre, traeré los aperos.

             Luis le mira la cara, después el costado.

-Pegan fuerte.

-No, pero son tres, que las mire su puta madre cuando lleguen a su cochiquera, yo he cobrado, pero ellas se han llevado más.

-No seas así, -le pide Luis.

– ¿Dejo que me maten?, vieron la ropa, y ya empezaron, ¿tengo yo la culpa?, después, que, si era guapa, rubia, que yo era rubio sucio, que esto que lo otro, atacando, entonces le respondí, -sonríe.

– ¿Que le dijiste?

-Rubias de bote, chocho negrote.

             Se oye una carcajada, algo que se cae, es Teresa que se está partiendo de risa y ha dejado caer lo que traía.

-Después empezaron con los abuelos, no sé quién se lo ha contado, pero el que lo haya hecho es un hijo de puta.

             Teresa le acaricia la cabeza.

-Eres una Monforte, dura como una piedra, el problema, es que ellas también, te salva la mezcla de tu madre, que cosas dices, ¿por qué, no te habrás callado tú?

             Nieves levanta la cara.

– ¿Tú me has visto callada alguna vez?

             La abuela niega.

-Pues eso.

             Teresa mira a Luis, sonríe y asiente, suspira, sabe lo que le queda que pasar, es demasiado parecida a su madre, le encanta, despeinada, mordida, golpeada, pero no asustada, así era la Nieves madre, así es la Nieves hija.

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