99 Turismo

– ¿Que vas a hacer el resto de la semana?

-Nada, más bien menos que nada, -le responde a Luis Nieves-, como sabes, he aprobado.

-Sí, lo sé, pero por los pelos, supongo que eso, para ti, está bien.

– ¿Para mí?, -se señala Nieves-, para cualquiera.

-Para mí no, pude ser médico porque mi hermano no lo fue, porque mi padre casi revienta, por mil cosas, para mí el aprobado raspado era un suspenso de los de cárcel.

-Ya me han refregado mil veces, que soy la hija de una Robledo y de un puerco hijo de mecánico.

             Luis sonríe, quizás poco a poco le cueste menos hacerlo.

-Sí, querida Nieves, pero tenemos que organizarnos.

-Sí, esto no está mal, entre los indígenas, pero si, el piso es coqueto, ¿quién lo ha decorado?, tu no.

-Paloma.

-Se le nota, pobre mujer.

– ¿Por qué dices eso?

-Nada, cosas mías, pero que me gusta un montón, es alguien especial, no tiene maldad, es una meapilas, más meapilas que tú.

             Nueva sonrisa de Luis, se puede acostumbrar.

-Sin bromas, Nieves, sabes la historia, ¿te crees ya que intenté casi todo para que volvieras, y que tu abuelo lo impidió?

-Supongo que sí.

-En ese caso, si quieres vivir aquí, tienes que respetar unas normas, sabiendo que estamos solos, que tú eres menor de edad, y aunque no lo fueras, eres mi hija, y que el hecho de que ha sucedido un milagro, no me va a hacer cejar en mis deberes, así que hay que obedecer.

-Si, al principio me costará, después entre que te engañe y que cambie algo, pues si, viviremos más o menos bien.

-Qué poca vergüenza tienes.

-Sí, querido padre, -se sienta al lado, sobre el apoyabrazos del sillón-, no sé cómo comportarme.

– ¿Qué quieres decir?

-Quiero abrazarte.

-No te cortes.

             Nieves lo hace.

– ¿A qué viene esto?

             Nieves se encoge de hombros.

-Tus abuelos…

             Nuevo encogimiento de hombros.

-Como si fuera una extraña que tiene que agradecer que le den cama y comida.

             Luis calla, el estómago se le retuerce.

-Lo siento, Nieves, no sabes cómo lo siento, pero…

-Lo sé, y si no lo sabía, me he enterado, mi abuelo, es como decirlo, un hijo de la gran puta.

             Luis siente que el bocado del estómago se le afloja, casi sonríe, por suerte, su hija tiene muchos más genes de su madre que de él.

– ¿Y tu abuela?

-Una puta, a la que no le entraría ni un marinero borracho pagándole una pasta.

-Vaya boca que tienes.

-Papá, -se despega, lo mira-, ¿tú crees que un colegio de pago, es para mejor educación?

-Supongo, soy del público.

-Pues es lo mismo, la morralla la misma o peor, pero la separan de los tiesos, solo eso, las monjas son malas como animales de esos que se lo comen todo, que aprovechan cualquier oportunidad para hacer daño, y que solo sirven para lamerle el culo a los que tienen pasta.

-Así es la vida aquí fuera también, Nieves, todo va para abajo.

-Sí, la mierda, no te cortes, Papá, que no me he criado en un convento, no, me he criado en algo duro, solitario y cruel, eso sí, con dinero, con ropa de marca, con la mejor comida, pero solo eso, -se vuelve a abrazar con fuerza-, tengo que recuperar el tiempo perdido.

-No te cortas.

-No, papá, no me corto, puedo perder el tiempo recriminándote, haciende pagar porque no lo has hecho mejor, más tiempo, mil cosas, no, perdería lo que más he echado de menos, no te perdono, dejo la culpa flotando por si me hace falta usarla, necesito mimos, muchos mimos.

             Luis la mira, la salvaje de su hija llora, ahora el que aprieta es el.

-Pues nada, querida hija mía, disponga de su padre como quiera.

-Lo primero, tiré la ropa que me compraron los abuelos, olía a tristeza, a dolor.

-Me parece bien.

-Sí, pero en bragas no puedo salir a la calle.

-Porque no quieres, serías un espectáculo antes de que te detuviera la policía.

-Ja, ja…, hablemos en serio, necesito pasta para ropa.

– ¿De la cara?

-No, en este desierto cantaría, no, de la buena, pero sin pasarme.

-De acuerdo.

-Solo hay un problema, no tengo olfato, gusto, como para no tener, que es lo que se lleva por aquí.

-Y…

-Necesito que venga Paloma, pídeselo tú.

– ¿Por qué yo?

-Porque yo estoy vista, la chiquilla se quedó conmigo la primera noche, la ahogue en lágrimas no durmió, es una bendita.

-Y que lo digas, hecho, pero con una condición.

-Hecha está, ¿cuál?

-Que le compres ropa a ella también, apenas si pude comprarle algo la última vez que me echó una mano…, aunque eso es casi todos los días, sí, me paso con ella.

             Nieves piensa que se pasa con la chica, menos en lo que la chica quiere que se pase.

-No te preocupes, eso está hecho, ¿se puede quedar a dormir conmigo?, no tengo amigas, no tengo a nadie…, -lo mira, sonríe-, aparte de ti, así que es mi único sostén femenino con la que pudo hablar de cuando me entra la tristeza, el dolor del período…

-Vale, vale, esta es su segunda casa, no estoy acostumbrado, aunque tu madre era como tú.

– ¿Sí?, cuéntame.

             Luis sonríe.

-Tu madre era, como si aquí hubiera caído un platillo volante, y un ser superior hubiera bajado de él, y enamorado del hijo de un mecánico.

-Sigue, es interesante, me suena el argumento, pero parece que está bien, sigue, sigue.

-Pues bien, encontraron un nido de amor, en el lugar donde te encuentras…

             Nieves duerme plácidamente, mientras Luis nota como se le duerme un cachete del culo, y sonríe, es su hija, que ha vuelto como si no pasara nada, después del dolor, de la soledad, del miedo que ha tenido que pasar, respira fuerte, mira al techo, y le da gracias a dios, porque haya vuelto, y también porque sea como su madre, dura como el pedernal, y lista como una ardilla, lo que le falta a él, y sin darse cuenta, también se queda dormido.

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