97 Figuras en la Noche

Luis regresa del trabajo, ha dejado el coche mal aparcado, después de dar dos vueltas, el barrio que se está poniendo de moda, y por la tarde, que es lo peor, que antes con los estudiantes y los pacientes, de día, imposible, pero en la tarde, fácil, ahora, con los edificios pijos de enfrente, todo se ha vuelto peor, buenos coches, carne para los chorizos, y otra fauna que comienza a aparecer por un lugar en el que nunca hubieran imaginado estar.

             El bar de Conchi, figuras familiares, se acerca, son Paloma y su hija dormidas profundamente, las mira, son guapas, muy guapas, mira el trolley, el corazón se le sale por la boca, quizás…, pero no, espera que Guiomar le diga, así que ninguna campana al vuelo, suspira, levanta la mano, y por una vez, Paco no hace ruido, hay pocos parroquianos, pero parecen haberse puesto de acuerdo, el lugar más ruidoso de todo el barrio, es ahora un camposanto, y ese Paco, que levanta el dedo, que Luis asiente, ni un ruido, como si fuera inteligente o le importara algo, y bebe una cola que sabe entre amarga y dulce hasta que empalaga, y el tiempo pasa, la mirada fija, el pensamiento perdido en las oportunidades perdidas, en las que pueden nacer, y el tiempo pierde su contexto, no es nada, vuela.

             Un ojo que se abre, es el de Nieves, que lo mira sin decir nada, minutos, una sonrisa de imbécil de padre que no sabe decir nada, cuando tiene millones de cosas que decir, al poco Paloma que lo mira, y se yergue como si hubiera tenido un picotazo de algo muy doloroso.

-Paloma nos hemos quedado fritas, eres solo huesos.

-Casi, Nieves, casi.

-Hola, padre, -Nieves lo mira-, ¿cómo ha ido el día?

-Como siempre, una lápida en la cabeza de un muerto, -señala con la cara el trolley-, ¿eso qué es?

– ¿Me vas a aceptar en tu casa?

-Sí, sabes que es tuya, solo tengo…

-El usufructo, lo sé, eso no es lo importante, ¿qué dices?

-Claro, siempre, eres lo que más quiero, Nieves.

-Pues lo disimulas que da miedo.

             Luis intenta cambiar de conversación.

– ¿Solo eso traes?

-Sí, ropa interior, alguna muda, el resto, supongo que me lo comprarás, tu que no eres el tieso que dice el cerdo de mi abuelo, y que se metan donde les quepa lo que me han comprado como si fuera una esclava.

             Luis sonríe.

-Eres tu madre.

– ¿Eso es malo?

-No sabes la suerte que tienes.

-Querido padre, me tienes que explicar tantas cosas.

-Las que quieras.

-No, primero una cena, después a la cama, -mira a Paloma que no ha abierto la boca-, tú te quedas a dormir conmigo, tengo miedo.

-No, -una sonrisa que no lo es-, no tengo ropa…

-Te presto unas bragas, en de lo poquito que llevo en el neceser, y como nuevas, además no te hace falta sujetador, las tienes como si fueran de piedra, que envidia.

             Paloma se pone colorada.

– ¿Qué me dices?

-No, tu padre…

             Nieves interrumpe.

– ¿Que dices, padre?

-Lo que quieras, Nieves, lo que te haga sentir más cómoda.

             Mira a Paloma con cara de pena.

-Estoy triste.

             Paloma asiente, Nieves le acerca la boca al oído.

-Me debes una grande, tamaño extra.

             Más colores a la cara de Paloma.

-Que bien empezaría a estar, querido padre, si no tuviera tanta hambre, -mira a Paloma-, ¿Churrasquitos?

             Paloma asiente, Nieves levanta la mano, Paco que se acerca, pone tres dedos.

-Churrasquitos de esos, de los que hacen tradición, me han dicho que no son malos, ¿lo son?

             Paco niega con la cabeza.

-Pues tres, y colas, y cogollos, y patatas a la brava, el de enfrente, -señala a su padre-, invita, -mira a Paloma-, ¿cómo lo ves?

-Bien, -es lo único que contesta Paloma.

-Que lacia eres, hija mía, padre, ¿te has dado cuenta de lo guapa que es Paloma?

-Sí, claro, no soy tonto.

-Pues algunas veces, he estado aquí, viéndote sin que me vieras, y me ha dado la impresión de que muy espabilado no eres.

– ¿Te estas vengando?

-Y lo que me queda.

-Derecho tienes.

-Pues eso.

             La cama es pequeña, la compraron de segunda mano, no es de una niña, quizás la de un matrimonio pequeño, y las dos son grandes, Nieves está agarrada a Paloma y llora, no puede parar.

-Te voy a dar la noche, -le comenta entre hipido e hipido.

-No te preocupes, mi padre se fue, como tu madre, pero al final yo tenía madre, tu…

-Sí, dicen que me raptaron casi, que me robaron.

-Creo que sí, se aprovecharon de que tu padre…

– ¿Vas a luchar con mi madre?

-No, Nieves, no, los que se fueron son perfectos, yo no lo soy.

-Pero eres joven, estás de buena que te sales, guapa, lista, simpática, meapilas, perfecta.

-Qué poca vergüenza tienes.

             Nieves continúa llorando.

– ¿Dónde dan el carnet de meapilas?

-Que tortazo te daba, ¿tan mala vida te han dado tus abuelos?

-Imagina, el abrazo anterior a este, fue el de mi madre, aun lo recuerdo, fue antes de que me recogiera el autobús del cole, parece que fue hace un rato.

             Paloma la aprieta un poco más.

-Sí, sigue, aprieta, aunque duela, -y continúa llorando.

             Nieves se calma, Paloma se duerme, Nieves se duerme, y detrás de la pared del cuarto, Luis, sentado, con la espalda sobre ella, no se atreve a pensar en el futuro, ni siquiera en el más cercano.

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