
Nieves sale del colegio, ha sido como todos los días, una mierda, con todas las letras, dicho en voz alta, y se despide de las pencas, amigas que no lo son, pero que a la vez son necesarias si no quiere luchar contra toda la clase, así son las congregaciones de personas, más bien de puercas, que hay en su colegio, donde el dinero, el poder, la posición social lo marca todo, lo único bueno que han hecho por ella los cerdos de sus abuelos, es darle el estatus de nieta de hijos de puta, sonríe, sí, eso es ella, el residuo de quemar unos viejos hijos de puta.
Levanta la cabeza después de intentarse colocar la coleta, que al final queda peor de lo que estaba, reconoce, que será muchas cosas, pero lo que es coqueta, es que no le sale de dentro, le da igual, si algún día alguno de los del pito se le acerca, pasara el quinario si quiere estar con ella, se le va la pinza, y ve el coche, lo conoce, es el enorme, el de la juez tía buena, que al bajar la ventanilla ofrece la pinta de lo que es una tipa guapa como le da la gana, se acerca.
– ¿Otra visita a los monumentos?
-Supongo que sí, Nieves, ¿me acompañas?
-Que educación, como se nota que no eres de aquí, -da la vuelta, y se mete en el coche.
– ¿Traes tu ropa?
Nieves asiente.
-Cámbiate.
– ¿Para qué me vea el rubio el que conduce?
Guiomar sonríe, toca un botón, una pantalla de separación de vidrio oscuro se levanta.
-Ya no nos ve nadie, y yo no soy lesbiana.
-Eso es lo que dices, que lo de ser adolescente está caro con los guarros.
-Anda, que no voy a ver nada que no veo por las mañanas al despertarme.
-Sí, pero apretado como la mano de un albañil.
Guiomar mira a la ventana mientras Nieves se cambia, sabe que todo es defensa, es atacar para defender.
Cuando mira de nuevo, la niña ha cambiado, ahora a pesar de los vaqueros, de la camisa a la última moda, es la misma, tan solo que parece de otra forma, la del envoltorio.
– ¿Y ahora qué?
-Vas a conocer a alguien que conoce a tu padre, que te puede informar…, si quiere.
– ¿Y si no quiere?
Guiomar se encoge de hombros.
-Joder, que ayuda la de la jueza.
Paran delante de una iglesia pequeña, moderna, de las pocas que hay, las normales tienen más años que matusalén, Nieves mira a Guiomar.
– ¿Ahora que, me van a bautizar de nuevo?
Guiomar la mira.
-Sí, puedes entrar, dentro un cura, se llama Eusebio, es borde, desagradable, duro, pero un auténtico perro de los de Cristo.
-Joder, vaya elementos los que tengo que conocer.
-Sí, pero por lo menos, vestida de una forma que no denote que eres de un colegio pijo, que parece querer reírse de los pobres.
-Vale, lo he pillado, -va a coger la mochila.
-No, te esperamos aquí.
– ¿Y si pegamos la hebra?
-Cenaré aquí, dormiré aquí, -sonríe Guiomar-, soy funcionaria, a fin de cuentas, no gasto nada que sea mío, ¿lo entiendes?
-Sí, que te mueves menos que una talega de rasillas.
-Que lista eres.
Nieves sale del coche y entra en la pequeña iglesia, que cambia el fulgor de la tarde del sur, por una penumbra alimentada por vidrieras y velas de las de pago, que la iglesia se une a la realidad en lo malo, que sabe que el dinero es el amo de todo.
Se queda de pie, mirando el púlpito, pobre donde los haya, un cristo que sufre, como todos, una triste leyenda, la de siempre, y algunas hornacinas en los laterales, nada que no sea, estoy aquí por los que me rodean, no quiero nada, y doy todo lo que tengo, o eso tenía que ser, que los del centro, los curas, son unos puercos que pillan de todo y no sueltan ni pedos, sonríe al pensarlo.
– ¿Eres nueva?, sé que eres nueva, ¿quién eres?
Nieves se gira, un cura moreno, de los de sudaca, como los llaman los compañeros, que ella también, pero no le gusta, la cara fuerte, sólida, los brazos grandes, unas manos del mismo tamaño, XXLLLL, de los que han sido, quizás ya no, pero en sus tiempos…
-Solo vengo aquí, ¿hay que dar el pasaporte, esto es otro país?
El cura sonríe.
-Sí, no eres de aquí, aunque lo de borde, me suena a este barrio, la ropa no.
– ¿Por qué?, son vaqueros, una camisa…
-Con esos vaqueros, con lo que valen, te visto yo media clase de un colegio.
-Tampoco es eso, pero, ¿qué pasa, tengo que comprar de mercadillo?
-Aquí sí, tu si puedes hacer otra cosa, hazla, pero no me vendas la moto, tu cara me suena.
-La tuya, cura, no.
-Supongo, ¿qué quieres?
– ¿Tu eres Eusebio?
-Sí, el padre Eusebio, ¿qué quieres?, te vuelvo a preguntar.
-Tú conoces a mi padre.
-No lo sé, ¿si me dices quién es?
-Luis.
Eusebio sonríe.
– ¿Conoces a muchos Luises?, -pregunta Nieves.
El cura le pide con la mano que le acompañe, cuando llega a una hornacina con un santo la señala.
Nieves mira.
-Sí, San Luis.
-Mírale la cara.
-Coño, es el viejo.
-Esa boca.
– ¿San Luis?
-Así lo llama alguna gente.
– ¿Y por qué San Luis?
-Puede hacer lo que quiera, es un genio, pero aquí está, penando por lo que le hizo a una hija que abandonó.
– ¿Esa soy yo?
-Claro, Nieves.
– ¿Sabes de mí?
-Me tiene aburrido, que hartón de Nieves, ven, siéntate, no hay nadie, ya no quedan católicos practicantes.
-Supongo, es que aburrís a las moscas.
-Sí, ¿qué quieres saber?
-Tengo solo una pregunta.
-Pues hazla.
-Una amiga, me dice que puedo volver con mi padre, no sé qué hacer, tu que eres cura, que no conoces a mis abuelos, dime, aconséjame, ¿qué hago?
– ¿Cómo son tus abuelos?
-Si son más malos, no nacen, se hubieran comido a los bisas.
Eusebio asiente.
-Escoger entre unos abuelos malvados, que se aprovecharon de alguien que el amor llevó al infierno, y que al final salió de él, infierno al que contribuyeron ellos, y una persona, buena, amable, inteligente, dura, pero sabía, no sé cuál escogería.
– ¿Tú estás enamorado de mi padre?
-No, pero es un buen amigo, al que le saco la pasta con facilidad.
Nieves sonríe.
-Si yo vuelvo con mi padre, será menos pasta, soy especialista.
-Todas las mujeres, pero no me importaría, os merecéis los dos, eres como tu padre, pero con la maldad, con la picardía, mejor dicho, de tu madre.
– ¿La conociste?
Eusebio asiente.
-Poco tiempo, lo que si conocí, fue la caída en picado de tu padre, de una pareja que daba gusto verla, a alguien que se refugió en el alcohol, al que el dolor casi mata del todo, triste, tan triste que no le encontrabas explicación, un gran médico convertido en una piltrafa, ayudé lo que pude, pero todo iba de mal en peor, hasta que un día, un año después, cuando voy a su casa, a llevarle comida, me lo encuentro, afeitado, con traje, las manos temblorosas, delgado como una cadáver y tan blanco como uno, que me dice, “ni una gota más, tengo que luchar por mi hija”, era creyente, desde aquel día, supe que dios estaba al lado de todos, y se levantó, pero tu abuelo es malvado, una hiena, casi lo devora, no sé si te quiere, pero como tu padre, no.
-Pero me quedé abandonada…
-Y tu padre muerto, paso de ser la mitad de la perfección con tu madre, a la unidad de nada, ¿quién puede soportar eso?
Nieves calla.
-Mira que charlas, cura, simplificando, ¿qué hago?
-Tu padre, sin duda, pero si lo vas a apoyar, si lo vas a joder, -el cura se persigna-, no vengas, que ya está mucha gente intentándolo.
Nieves lo mira.
-De todas maneras, haré lo que me dé la gana.
-Que ilusa eres, joven Nieves, no harás lo que quieras, harás lo que te dicte el corazón, y así conocerás quien eres realmente, lejos del borroso espejo de tus abuelos.
-Sí que eres listo, -lo señala-, eres muy listo, a saber quién eras cuando te vestías de colorines.
Eusebio sonríe.
-Siempre de negro, gallega, siempre.
Nieves sonríe, ha visto muchas telenovelas sudamericanas, se levanta, y se despide con la mano.
Sale de la iglesia, se monta en el coche, nada más hacerlo, Guiomar le pregunta.
– ¿Cuál es la respuesta?
Nieves suspira, mira a ningún sitio.
-Con mi padre, aunque sea saltar de la sartén al fuego, este calienta más.
Guiomar sonríe, asiente levemente con la cabeza.
-De acuerdo, Ambrosio, vamos a dejar a la pasajera en su casa.
-Si señora.
Nieves mira como el coche se mueve, pero su cabeza está en otro sitio, en algún lugar que no conoce, ni de oídas.