
Paloma camina camino a casa, está reventada, ha sido un día duro, además lleva la bata para tirarla, la remendada, la de las prácticas, la que la mayoría de sus compañeros llevan bien visible, para que se sepa que son estudiantes, y sonríe, pensando en lo imbéciles que son los seres humanos, incluida ella, que se siente más cuando lo coloca como si fuera un parachoques sobre sus brazos.
Alguien que se le pone delante, es una mujer mayor, arreglada, pero sin más, cara nervuda, no de mala leche, pero sí de las de tener en cuenta, no se parece a su madre, pero sabe que es su madre en otro cuerpo, la universal, la que te riñe como nadie más puede hacer.
Se intenta echar a un lado, pero como si fuera una jugadora de rugby, la placa, Paloma sonríe, sabe que más se consigue con una sonrisa que dando un codazo, aunque algunas veces…
– ¿Que desea?, señora, -sonrisa aún más amplia, el segundo placaje denota experiencia, y sobre todo persistencia, nota que no se va a escapar por un movimiento de cintura.
– ¿Tu eres Paloma?
-Si señora, -otra sonrisa más, no le cuestan, pero ahora sí.
-Ven conmigo, tenemos que hablar.
– ¿Y usted quién es?
-Alguien que te interesa conocer, ¿te parece bien en el bar de la chica esa que el marido se juega hasta lo que no tiene?
-Sí, -asiente Paloma-, en lo de Concha.
-Esa mismo.
La mujer camina como un barco con el timón trabado, la quilla lo rompe todo, ni mira que la siga, solo que Paloma sabe que es mejor hacerlo, que encontrarse en el lado malo de la señora que avanza impertérrita.
La silla, la mesa, antes de que levante Paloma la mano, ya lo ha hecho la señora contúndete, hasta Paco se rinde ante la superioridad de la señora.
Una cola, fría como si fuera invierno, más frio en la mirada de la señora, que la estudia más que la mira, silencio, incómodo, de los de esperar que acaben, sabiendo que este tiempo es tarde o nunca.
-Así que tú eres la Paloma de la que me han hablado.
– ¿Bien o mal?, -se atreve a decir en voz tan baja que cree que no la ha oído, pero si, es un podenco con las orejas afiladas.
-No sé, me han contado que eres una meapilas, de las de la iglesia, que fregabas escaleras, que ahora te mantiene un tipo con pasta, no sé qué pensar.
Paloma se yergue.
-Vete a la mierda, que a mí me mantiene el mejor hombre del mundo, que soy católica, entera, vieja, si entera, de las que no quedan, y sí, soy una meapilas, mejor que una putilla, de esas hay muchas, -intenta levantarse, pero una mano de hierro lo impide.
La señora mayor sonríe, Paloma piensa que quizás sea para matarla de una vez por todas.
-Sí, tienes carácter, me gustas.
Paloma se queda a cuadros, ¿de qué va la historia?
-Tu madre es Visi, trabajadora, como tú, tu pobre padre uno con los cojones prietos, -nueva sonrisa-, que no está, como mi Ernesto, -suspira-, que pocos quedan ya de esos, pero no te subas a la parra, rubia, que no he venido a comerte, he venido a conocerte, las futuras suegras somos así.
A Paloma se le suben todos los colores, de la piel, blanca, casi sonrosada de las mejillas, no queda nada, solo un rojo que sube de temperatura a segundos vista.
– ¿Usted es?
-Sí, hija mía, la madre del torpe de Luis, de tu Luis.
-Señora, que yo…
-Cállate mocosa, que tengo más trienios que el tito Paco.
Paloma agacha la cabeza.
-Sí, se te ve que bebes los vientos por el pánfilo de mi hijo, que aún sigue en los tiempos de luto, por una mujer que fue buena, muy buena, pero que se murió, y no lo entiende, pero es lo que hay, juegas en un campo con todo lo de perder, ¿qué piensas?
-Nada, señora…
-Teresa, coño, que se me olvida decir cómo me llamo, al final acabaría siendo la esa, continúa.
-Pues que Luis es demasiado, el mejor médico, un hombre que es para los demás, que ayuda, que salva, que sana, que no hace mal a nadie…
-Sí, eso es una parte, lo es, pero lo que queda es un viudo, apático, olvidado, apocado en lo personal, que llora ausencias, la de su mujer, que murió, su hija que le robaron, y solo revienta por los demás, por pagar una deuda que el mismo cada día hace más grande.
Paloma mira a la mujer, a Teresa, sí que sabe de su hijo, y eso que conoce que no se ven…
-Pues sí, niña, quieres al gran hombre, al viejo que te saca quince años.
Paloma no levanta la cabeza, pero la mueve de arriba abajo, afirmando.
-Bueno es saberlo, sigo preguntando, pero, ¿quererlo de esos de amor eterno, de que me maten antes que olvidarlo…, de los de las películas esas de que van y se mueren si no están juntos?
Paloma vuelve a asentir sin levantar la cabeza.
– ¿Que dice tu madre?
-Que perderé mi vida esperando que me mire como mujer.
Teresa sonríe.
-Tu madre es como yo, nos llevaremos como dos gatos con un ratón a compartir, mírame.
Paloma levanta la cabeza, tiene dos regueros de humedad en la cara, Teresa saca el pañuelo, le limpia las lágrimas, después moja una punta, y le quita lo que queda, como su madre.
-Con lo guapa que eres, madre mía, eres espectacular, quiero nietos, no veo a mi nieta Nieves, pero si te ayudo, ¿cómo se llamara tu primera hija?
-Teresa.
Teresa sonríe.
-Es que, -continúa Paloma-, el nombre de mi madre…
-Sí, bonita, tiene cojones, Visitación, ni pagando.
Paloma sonríe de nuevo.
-Sonríes y se te ilumina la cara, ¿tu fregando escaleras?, no, tú la doctora Paloma, que se le cae la cara de guapa, ahora a la faena, que nos queda el concepto, ¿estás de acuerdo en que te ayude a que te lleves a la cama al penco de mi hijo?
-No, la cama, no.
-Es verdad, que eres una meapilas, sí, que se case contigo, pero cuando se te caliente el bollo, la iglesia, seguro que se va a la mierda, -Teresa sonríe-, que la vida es muy perra, un gustito, y nueve meses jodida, es decir, te joden del todo, suspira, pero merece la pena, y eso que he criado dos varones, más burros que…, -sonríe de nuevo-, se me va la pinza, que te cases o lo que sea, más que nada, que lo saques del pozo en el que está metido con una muerta.
-Da miedo cuando lo dice así, Doña Teresa.
-Esa era mi madre, yo soy Teresa, tu suegra, a la que tendrás que limpiar el culo cuando no pueda limpiármelo yo.
Paloma sonríe, le cae bien la mujer, es como Luis, pero salvaje.
-Lo que tú digas… Teresa.
-Bien, lo primero es el roce, que hace el cariño, ¿cómo andas de vergüenza?, -la mira bien-, con los colores que te han salido, seguro que demasiada, -suspira-, niña, que hay echarle poca vergüenza para que el bicho se agache, ¿estás dispuesta?
Paloma asiente, Teresa la coge de la cara.
-Anda que, si yo hubieras tenido una cara como esta, me hubiera casado con mi Ernesto…, sí, me hubiera casado, pero le hubiera hecho pasar…, nada, pero que tienes una cara por la que los hombres matan o mueren, -suspira-, que le vamos a hacer, de Celestina.
-Muchas gracias, Teresa.
-Cuando estés preñada me lo cuentas, ahora a comenzar el camino que te lleva a que des a luz a mis nietos.
Nuevos colores, como una amapola.
-Anda, que no me queda nada que pasar.
Paloma levanta la roja cara y sonríe.