
Luis camina hacia casa, ha estado haciendo de todo, el papeleo que era mucho, primero en el nuevo hospital, después en hacienda, más tarde con sus abogados, la entrega de los contratos, la recomendación de ellos, mil cosas, trae la cabeza como un bombo, pero sabe que cuanto más alto vuelas, más te va disparar hacienda, que no conoce de nada que no sea llevarse lo que pueda, como buena carroñera que es, y sonríe.
El taxi lo deja dos calles antes de la suya, quiere unos falafeles[1], que han abierto una tienda, y algunos le encantan, lo mismo que hay otros que no puede ni oler, pero así es la vida, para gustos, colores.
Es una buena tarde, el frio se ha ido, y la primavera comienza a hacer de las suyas, pero aún no han cambiado la hora, y es de noche, apenas si ha corrido el día, y llega la noche, y piensa en las ganas que tiene de que sean las ocho de la tarde y continúe el día, que allí, en su tierra, la tierra de los milagros, es posible.
Garri ve a Luis, y también ve a los que llevan parados muchas horas, mirando como los halcones hacia el lugar por donde llega la paloma, se lo dijo el Chino, que no es nadie, que está como el mono, y sonríe, por la cuenta que le trae, que si se le escapa una lo capa, y no es algo que entre en una conversación, sino una dolorosa realidad para el que falla en sus encargos, el siguiente fallo, es el regalo de una bonita capa de tierra en algún lugar escondido, y sonríe de nuevo, pensado a donde ha llegado, y la idea le surge, ha llegado al agujero más profundo del pozo más hondo que se pueda imaginar un ser humano, y sonríe otra vez más, eso hace que le resalte la chirla que le hace el labio extraño, recuerdo de lugares en los que estar encerrado no es lo peor que te puede pasar.
Luis se acerca a su casa, va a entrar, cuando alguien se le coloca de frente, es alto, delgado y con gafas de sol en una noche que no tiene ni luna, el caso es que lo ha asustado.
-Don Alfredo que quiere hablar con usted.
Luis se para, lo mira de nuevo, e intenta seguir su camino, pero el hombre lo coge del brazo, con fuerza, con demasiada para la pinta que tiene, es una zarpa, el tipo sonríe.
– ¿Nos acompaña por las buenas o por las malas?
Luis va a decir algo.
-Bien, bien, bien, -se oye decir desde la cercana línea de setos-, así que aquí tenemos a los nuevos amos del barrio, Penco, ¿tú te habías enterado?
-No, -es otra voz, chulesca, más que la anterior-, es que nos tienen abandonados.
Luis ve como se acerca un tipo grande, de rasgos agitanados, que lleva a un tipo con una pistola en la nuca, detrás otro, que sujetan dos hombres, tiene la cara morada.
-Bicho, ¿qué hacemos con los dos pajaritos que hemos cazado?, -comenta el que amenaza la nuca.
-Nada, nada, solo vamos a tener una conversación, de esas cortitas, que terminan algunas veces como un tiro, con rapidez, y sonidos, -sonríe, se le notan dos mellas, a Luis le da más miedo que el que lo ha parado.
Se acerca al que lo tenía sujeto por el brazo.
-Así que tú te quieres llevar a Don Luis, a saber, con qué historia.
El tipo no contesta, solo mira con chulería al que lo amenaza, el golpe con la culata de una pistola que no se veía, es terrible, el individuo sale disparado unos metros, se queda en el suelo, parece que le ha roto la mandíbula, la mirada ya ha desaparecido.
-Mira, soy el Bicho, -sonríe-, me llaman así porque lo arreglo todo dialogando, con el que me enfrento, pero de cuerpo presente, no me gusta que me lleven la contraria, si vuelvo a ver por aquí a alguien que amenace a don Luis, -sonríe con maldad-, ni vuestros muertos os encuentran, ¿queda claro?
El de la mandíbula rota asiente, por la comisura de la boca, sale cada vez más sangre, se levanta, y cuando pasa por Luis se oye.
-Si Alfredo quiere algo de mí, que venga él, yo no voy a ningún lado.
Ni interrumpe su movimiento, en apenas unos segundos han desaparecido, el que se ha llamado Bicho, se acerca.
-Don Luis, ¿cómo está?
-Bien, pero, ¿por qué…?
El tipo se encoge de hombros.
-Son cosas que se hacen, algún día, quizás, supongo que sabrá porque, hoy solo que se ha escapado, así que ponga cuidado, que esos vuelven, son de los caros, y son como las bujías, se queman y se ponen nuevas, porque hay dinero para cambiarlas.
Luis asiente, sabe de las formas de su suegro.
-Puedo pagaros…
-No, Don Luis, cuídese, le echaremos un ojo, pero dios cuida al que se cuida, -sonríe, inclina la cabeza-, espero que no tengamos que intervenir de nuevo, o que podamos hacerlo a tiempo, solo una cosa más.
-Dígame.
-Que uno crea que no tiene enemigos, no lo hace cierto.
Luis sonríe mientras asiente, ve como se alejan, hablando de algo que es intrascendente como si solo se hubieran tomado unas cervezas.
Ambrosio mira desde la esquina opuesta, si, alguien no quiere bien al médico, pero alguien a su vez quiere que nada le suceda, interesante, es lo que piensa, cuando se lo comunique a Guiomar, a la niña, ¿qué pensará?, se lo imagina, pero lo que sabe, es que el médico no tiene ni puta idea de todo lo que se mueve a su alrededor, se encoge de hombros, no le gustaría estar en el pellejo del eminente cirujano, ni por todo el oro del mundo, los que lo buscan, más bien uno que lo busca, es malo con una enfermedad terminal
[1] Faláfel o falafel1 (en árabe egipcio: فلافل falāfil [faˈlaːfɪl], en arameo: ܦܠܐܦܠ) es una croqueta de garbanzos o habas. Suele consumirse en Oriente Medio, y en los últimos años se ha dado a conocer en occidente gracias a los restaurantes especializados en comida oriental y vegetariana. Tradicionalmente se sirve con salsa de yogur o de tahini, en pan de pita o bien como entrada.