84 Alfa y Beta

Guiomar se sienta en la silla que le ofrece Alberto Serrano, del Juzgado de Familia, una institución en la ciudad, cualquiera que lo conozca tiene conocimiento de que es corrupto como las putas de la ribera.

-Usted me dirá, Jueza, es un placer tener en la ciudad a alguien con tanto peso específico.

-Supongo que sí.

– ¿Y qué le trae a este modesto juzgado?, aquí no hay casos penales, solo, ya sabe, problemas familiares, desagradables, pero raramente regados en sangre, -el viejo Juez sonríe, se cree que es algo así como un galán maduro, realmente es un viejo verde del que huyen las mujeres instintivamente, incluso las niñas…, por si acaso.

-Era para comentar un asunto relativo a una pieza que me trae uno de los fiscales, en el cual, creo que puede aportar información para que el caso, sea lo mejor juzgado.

-Podría haber mandado a cualquiera de su juzgado, encantado de que venga a vernos, pero ya sabe, usted tiene el tiempo justo, vale demasiado, -nueva sonrisa-, ¿y de que se trata en concreto?

-De una patria potestad.

-De esos miles, -sonrisa más amplia-, es casi que lo más.

-Es de hace unos seis o siete años.

-Con ese arco tan amplio será difícil que lo encuentre, quiero decir, que mi gente lo encuentre, -quiere resaltar que él también tiene mando.

-No, -sonrisa, la primera de Guiomar-, seguro que lo recuerda.

– ¿Y por qué sería?

-Por la misma razón que yo he venido aquí, me interesa personalmente, y mucho, no como para recusarme, pero si para tener un interés más que notable en que la justicia se restablezca.

-Bien, perfecto, ¿podría decirme el nombre del menor, o de los solicitantes?

-Por supuesto, Nieves Monforte Robledo.

             La cara le cambia al juez, sabe quién es, claro que lo sabe, lo que no se imagina es porque la puta de la jueza viene a tocarle los innombrables, cuando él tiene peso específico en la ciudad.

– ¿Monforte…?, no me suena.

-Sí, la nieta de su amigo Alfredo Robledo.

– ¿Qué quiere decir con amigo?

-Que hicieron la carrera juntos, que su esposa es prima de la suya, que van de vacaciones juntos, mil motivos para excusarse, pero no, usted juzga, ¿sabe cómo se llama lo que ha hecho?

             EL juez va a contestar, pero Guiomar no lo deja.

-Prevaricación, dictar una sentencia a sabiendas de que es injusta, por si lo ha olvidado, este es un claro ejemplo del nombre que he sacado, prevaricación.

-Es muy grave lo que dice.

-Más grave, es separar a un hijo de sus padres.

-No, -sonríe-, el padre estaba destruido.

-Sí, pero los abuelos paternos, no, también reclamaron la custodia, ni aparecen en la sentencia, por supuesto de derechos de visita, nada, incluso los abuelos paternos que no la ven desde entonces, así como su padre, que ahora es un reputado cirujano, y se le deniega de continuo el derecho a verla, incluso con orden de alejamiento.

             La cara del juez cambia.

– ¿Cómo podemos arreglar esto?

-Una investigación, y que caigan las cabezas de los que han cometido delitos.

-Es decir, quiere que me manden fuera de la judicatura.

-Realmente se lo merece, aunque muchos hay, pero eso no excusa, el caso, ahora le pregunto yo, ¿qué puede hacer para revertir, en lo que se pueda, la injusticia que provocó su sentencia?

             El juez piensa.

– ¿Que quiere?

-No me importa como lo consiga, pero quiero que la patria potestad, retorne al que tendría que tenerla, a Monforte, eso apaciguaría los vientos que rondan este juzgado, después, tendríamos que hablar de más cosas.

– ¿Qué cosas?

-Primero, lo primero, después lo siguiente.

-No sabe quién es el abuelo.

-Si lo sé, alguien que poco a poco se ha ido comiendo medio colegio de abogados, que se ha hecho rico con la defensa de lo peorcito de la ciudad, y de lo más depravado, eso le da poder, mucho, pero ante una ley inexorable, la que viene de Madrid, -Guiomar mueve la cabeza-, mal asunto, una larga batalla legal, puede acabar con alguien en la cárcel.

– ¿Me está amenazando?

-No, le estoy asegurando lo que sucederá, tiene tres días.

– ¿Para qué?

-Para devolverle la patria potestad.

-Es imposible…

-Medidas cautelares, mejor defensa, invéntese lo que quiera, pero le doy eso, setenta y dos horas, después, -Guiomar sonríe sádicamente-, me dedicaré a lo que más me gusta, impartir justicia, pero de la de verdad, de la que habla de la vida y libertad de las personas, y no le robo más tiempo, -sonrisa extraña-, Señoría, que tenga buen día.

             Guiomar se marcha, mientras el juez se queda pensando en lo estúpido que fue ayudando al puerco de Alfredo, que con nada que consiguió lo que quería, lo borró de la lista de amigos, de beneficiados, apenas unos días en la playa, no, no se merece nada, menos que él vaya a la cárcel, sonríe, no, piensa, no, eso no puede suceder nunca, soy un juez.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *