
Luis entra en el cuartillo de la azotea, cada uno de los vecinos tenía derecho a un trozo de suelo para edificar un pequeño lugar donde guardar cosas, solo tres lo han hecho, los otros dos, están abandonados, uno de ellos con la puerta abierta, pues los robos se disparan continuamente en el barrio, solo queda incólume el suyo, que defiende con mucho acero, hormigón armado, y que la gente sabe que en algún momento le puede hacer falta que le eche un cable, más que a ellos, a sus familias, así que permanece en perfecto estado, cuando lo mira.
Lo abre, está con humedad, como todo lo que permanece a la intemperie, que le cae el agua como si fuera castigo, y que no esta tan impermeabilizado como gustaría, además de que el agua en las alturas, entra desde todos los ángulos.
Cajas, más cajas, sobre todo libros, de investigación, de conocimiento, de la carrera, cientos de los que no quiere desprenderse, al final, en cajas de la ignifugas, anti humedad, las grabaciones de las operaciones que ha tenido en toda su vida, siempre pedía una copia al de informática, para tener la colección, que aun ahora sigue aumentando, pronto habrá otra caja con mas, permanece abajo porque no está llena aún.
Organizado como es, la encuentra rápido, es un disco pequeño, con un terabyte de capacidad, donde cogen muchas operaciones, espera que esté bien, en aquellos tiempos, que no tenía mucho dinero, compraba los discos duros reparados, que solían estar bien, y eran mucho más baratos, aunque tuvieran sectores inaccesibles que, si estaban controlados, no daban ningún problema.
Saca el disco, y deja las cajas como estaban, solo cambia de lugar la que tenía el disco que ha sacado; cuando haga la copia, volverá a ocupar su lugar, el disco y la caja, sabe que no es interesante para nadie la colección, pero el disfruta con tenerla.
-Buenos días, ¿podría hablar con el Doctor Jordano?
– ¿Ha pedido cita con el Catedrático?
-No, soy un compañero de facultad, dígale que Luis Monforte quiere saludarlo, más bien dígale, que necesito informarle de algo que es de sumo interés para él.
-El asunto es…
-Que le repita lo que le he dicho.
-No sé si podrá.
-Si no puede, pues me marcharé, y que el asunto al que he venido salga sin el conocimiento de uno de sus protagonistas, -Luis sonríe, se da la vuelta, y se sienta en uno de los sillones, saca el móvil, y comienza a leer una revista inglesa de cirugía, un artículo que tenía ganas de leer, y no encontraba tiempo, ahora lo tiene, seguro.
Media hora, sabe que tiene que cocerse, el que se cree más poderoso, hace sufrir, rebaja al que cree más débil, es la ley de la selva, que en los médicos es de la más salvaje que se pueda pensar, pues se supone que son personas con grandes empatías, y más bien son personas con miles de antipatías.
-Señor Monforte, -es la chica de recepción.
-Me dice Don Raúl, que puede pasar.
Nueva sonrisa, cierra despacio el libro, coge el maletín y entra en el despacho.
Un Raúl más viejo, mucho más, envejece rápido, con su bata blanca, vaya a ser que lo confundan con alguien normal, engominado, gafas de diseño, y una sonrisa más que destacable, casi de desencajarse la mandíbula.
-El bueno de Monforte, ¿qué te trae por aquí?
– ¿No me esperabas?
Le ofrece la silla frente a su gran mesa de despacho.
-No sé qué quieres decir.
-Torralbo.
– ¿Torralbo?, -hace como que piensa.
-La conoces, piensa un poco más.
– ¿La de mi clase?
Luis asiente.
– ¿Que sucede con ella?, -nueva sonrisa.
– ¿Todo matrícula y le dejas la asignatura?, es extraño, ¿no te parece?
-Que revise el examen conmigo, ningún inconveniente.
-En todo caso sería mejor la junta, ¿no es cierto?, Raulito, -la cara le cambia.
-No estabas parado, pues quédate quieto.
-No, lo estaba, dejé ese hospital, ahora soy el jefe de cirugía del nuevo, del monstruo de aquí al lado.
-Qué suerte, me alegro.
– ¿Que va a pasar con Torralbo?
-Pues, -sonrisa amplia-, que tercero se le va a hacer complicado.
-No creo, -Luis abre el maletín, saca una Tablet, la toca, comienza a oírse voces.
– Pero, ¿qué haces?
-Los siento, Monforte, lo siento.
-Has perforado la vena, ¿te lo quieres cargar?, que te pasa, ¿te debe dinero?
-No, perdona, arréglalo.
-Te denuncio, que estás borracho, o te has metido algo, voy a pedir que te hagan pruebas…
Luis corta la comunicación, la cara de Jordano ha cambiado, la prepotencia ha desaparecido, ahora solo la cara de póker que denota más de lo que quiere ocultar.
-Tú me dices, Raulito.
– ¿Cómo es que tienes eso?
-Eso y todas las operaciones que hiciste conmigo, no he traído las mejores, en una de ellas lloras.
-No, -sonríe-, es mentira.
-No, uno de los compañeros grabó, cuando de rodillas me pedías que no te denunciara, cosas que no hice y me lo pagas atacando a personas que estimo.
– ¿A tu querida?
-Lo que tu pienses con tu cabeza de cerdo, no me importa, ¿qué va a suceder?
-Nada, aprobada.
-Con buena nota, la mejor.
Jordano asiente.
-Dedícate a escribir libritos, sé que estás muy orgulloso de eso, porque de médico solo para enseñar, que ni para eso, es lo que me han dicho los que han estado en tu cátedra, que pena de comida la que se gasta en que estés vivo, -mueve la cabeza-, esta semana, la siguiente, la junta del colegio de médicos…, cuanto antes se saca la basura, mejor.
Luis se levanta, sale de la habitación, sonríe a la secretaria y se marcha, sabe que se la jugará si puede, de todas maneras, lo hubiera hecho, tan solo que ahora sabe, que, si hace algo que no le guste, el infierno caerá sobre su pobre cabeza, respira con más facilidad, si, es bueno poner las cosas en su sitio.