
Luis va a entrar en su casa, la entrada general está abierta, siempre dicen que la van a reparar, pero al final nada, siempre es lo mismo, suspira, en la próxima reunión de vecinos, volverá a pedirlo, todos dirán que sí, el administrador que no hay dinero, y vuelta a la rueca, que no saca hilo.
Sube por las escaleras, el sitio del ascensor está en la estructura, pero al final, para abaratar los pisos no se colocó, y ahora con la economía de los que allí viven, imposible pensar en eso, ¿si no pueden con una cerradura, con algo cien o mil veces más caro, podrán?, y sabe que no.
Va a meter la llave, cuando nota a alguien en sus espaldas, es mal barrio, nunca le han atracado, pero siempre hay una primera vez.
-No te asuste, Luichi.
Solo con el nombre ya lo sabe todo, agradece que la llave esté metida, en otro caso, se hubiera dado la vuelta, no hubiera podido meterla.
-Hola madre, -no se da la vuelta.
– ¿Puedo entrar?
-Claro, mamá.
Luis abre la puerta y se retira, su madre entra.
-Me sorprende que no sea una cochiquera absoluta, conociéndote, ¿quién ha conseguido que al final vivas como un ser humano?
-Visitación, una señora mayor que me ayuda con la casa.
– ¿Que lo hace todo en la casa?, -le pregunta la madre.
Luis asiente.
– ¿Por qué te fuiste de casa el otro día?, mejor dicho, la única vez que has ido en muchos años.
Luis se sienta enfrente de ella, agacha la cabeza, duele.
-Madre, he destruido tantas cosas, que no sé cómo podrías perdonarme, tu nieta, padre, la decepción, el dolor, no sé, es difícil poner las cuentas a cero.
-Si fuéramos extraños, quizás, o, mejor dicho, seguro, pero soy tu madre, te tuve muchos meses en mi vientre, después te eche con el pedazo de cabeza que tienes, eso sí que duele, ¿crees que no te perdonaría?
-No lo sé, madre.
-Está esto bien, ¿puedo husmear?
-Claro, mamá, es tu casa, la conoces.
– ¿No me acompañas?
-No, si no te importa.
La mujer niega con la cabeza y se pierde en el pequeño piso, como si fuera el palacio de un príncipe.
Unos minutos después la mujer vuelve.
-Sí, la que te ha ayudado tiene la cabeza en su sitio, si, lo necesario, sin locuras, una persona sensata, me gusta esa mujer, ¿me has dicho que se llama?
-Visitación, Visi.
-Pues eso, me gusta, -mira a Luis-, te veo mejor de aspecto, ¿también te cocina?
Luis vuelve a asentir.
-Me gusta que estés bien alimentado, me molesta que no sea yo la que lo haga, ¿no te gustaba lo que cocinaba?
-No es eso, tú lo sabes, después de la crisis…
– ¿Crisis?, una mierda, caíste tan profundo que no se te llegaba a ver.
-Pues eso, me das la razón, ¿cómo voy a volver como si no hubiera pasado nada?
Teresa lo mira.
-Que capullo eres, siempre lo has sido, ¿tú te crees que a tu padre le importó que no fueras al entierro?, el será feliz ahora arriba viendo que te has mejorado.
– ¿Seguro?, mamá.
– ¿Conocías a tu padre?
Luis asiente con la cabeza.
-Pues ahí tienes la respuesta.
– ¿Y ahora, madre?
-Ahora a seguir caminando, ¿qué sabes de tu hija?
A Luis se le viene el mundo encima, niega con la cabeza.
– ¿Nada?
Vuelve a negar.
-Malditos hijos de puta, como se aprovecharon de todo, ¿vas a luchar?
-He perdido tantas veces, que ahora, años después, si sale de allí, ¿no será peor?
-Supongo, pero que lo decida ella, ¿eres un Monforte, o un maricón de playa?
Luis sonríe.
-Lo que tú digas, mamá.
-Así me gusta, querría que por lo menos conociera a sus primas.
-Estaría bien, madre.
– ¿Que podemos hacer?
-Ahora mismo, nada.
– ¿Por qué?
-He dejado el hospital.
-Y, ¿no tienes dinero?
Luis asiente.
-Sí, mucho, pero lo que busca el tribunal es que el progenitor que pida la custodia tenga un trabajo bien remunerado.
– ¿No puedes encontrar otro hospital?
-Sí, pero en el quinto pino.
– ¿Como de lejos?
-Alemania, Inglaterra, los más cercanos.
La madre de Luis suspira.
-Lo dejamos en suspenso, este domingo a casa, a comer con todos, sé que ves a tus sobrinas, y que le sacas las castañas del fuego al torpe de tu hermano, ¿algún problema?
-Ninguno, en absoluto, Doña Teresa.
La mujer sonríe, se levanta, cuando Luis lo hace, se abraza a él.
-Pero que imbécil eres.
Luis llora, el abrazo se vuelve eterno, y se lleva las trazas de nubes grises, por lo menos en ese momento, que ya es bastante.