
Nieves hace como que se va, pero encuentra en uno de los soportales, sucios y abandonados, un lugar desde el que poder ver sin ser vista, quiere saber cómo es la vida del que la trajo al mundo y después la dejó en el infierno, tiene demasiadas preguntas, y muy pocas respuestas, todo el mundo habla, pero al final, no dicen nada, retazos, pero no realidades, y está cansada de dar vueltas a una noria como si fuera un asno cansado de todo o tonto del culo.
La tipa, la querida, la guarra que quiere comerse a su padre tiene un gran problema, le cae bien, parece buena gente, educada, fuerte, y lo peor, guapa, que se le cae la cara de lo guapa que es, y que eso el viejo, seguro que no se da cuenta, aunque tenga dos mil años, que los tiene.
Mira alrededor, todo abandonado, cerca suya, cartones de alguien que pasa las noches allí, pintadas por todos lados, como si pagaran por hacerlas, un parque que está más abandonado que áfrica, bancos rotos, luces que brillarán cuando algún día las cambien, y poco tiempo, el mobiliario urbano, es motivo de tiro, que no dé más, y por supuesto en un parque como aquel, la hierba está intentado comerse las aceras, dentro, pocas briznas de una hierba que no quiere, que no puede crecer, y el olor, es de lo peor, como si se mezclara la grasa de una comida de mala calidad, con los destrozos, grandes destrozos de una entrada triunfal en uno de los cuartos de baño, que seguro que serán tazas turcas, respira fuerte, no se imagina como puede vivir allí su padre, diciendo de él lo que dicen, en un barrio que no es extrarradio, es que es otra ciudad, que ni siquiera está dentro de la ciudad en la que ella vive, dos mundos distintos.
La espera no es larga, lo ve llegar, como siempre, discreto a pesar de lo alto que es, cazadora clásica, ni de cuero siquiera, pantalones vaqueros, parece que menos gastados, como si hubiera comprado algunos, que dicen que le cuesta soltar la pasta por mucha que tenga, ella es reflejo de que no quiso gastarse ni un euro por conservarla, y va el cabrito y cuando lo saluda la pelleja, sonríe y se sienta, a partir de ahí, romperle el alma sin saberlo, ¿cómo es posible que con la vida que le ha dado, se ría como si no hubiera hecho nada malo?, lo odia, como lo odia, y se da cuenta de que su cara está mojada, muy mojada, no sabía que podía llorar tanto, de hecho piensa, y cree, que no ha llorado así…, desde que tiene recuerdos, que es mucho tiempo, y maldice al hombre que la hace llorar, que supone que no será el último, aunque los motivos varíen.
Sale del barrio, quizás un poco asustada, las pintas son cuando menos difíciles de ver, las miradas si dan miedo, como si se la fueran a comer, incluso las niñas, que la miran con cara de asco; se da cuenta de que el uniforme escolar, de ir con el allí, es como declarar la guerra, como si fuera a reírse de ellas, pero ya es tarde, allí está, se acercan varias, se para, aprieta los puños, a alguna le va a dar una hostia…, pero pasan a su lado, solo risas, pronunciación barriobajera, y un olor a mocita vieja que tira de espaldas, y sonríe, como ella misma, ¿será rebeldía o guarrería?, le da igual, al final, todos somos iguales, piensa, sobre todo porque ya ha llegado a una zona civilizada, llama a un taxi, y cuando realmente está lejos del barrio de su padre, respira aliviada, sin saber porque, pero sabiéndolo, ella no pertenece allí, ella… mira a través de la ventana, la realidad le ha dado una bofetada con fuerza y con las dos manos.