
– ¿Qué haces por aquí, más problemas?
Luis mira al cura, sonríe con poca gana.
-Lo de siempre, Eusebio.
– ¿Los que se van?
-Y los muertos de algunos, -mira a la sacristía-, con perdón, pero es cierto.
Eusebio sonríe también.
-Estás en la picota, algo gordo.
-Lo de siempre, los ladrones, que se esconden, o salen a la vista, el caso, es que me voy del hospital, quizás deje de operar para siempre.
– ¿Y qué vas a hacer?, ¿sabes hacer otra cosa?
Luis se encoge de hombros.
-Así, que el dinero se acabará.
-Al poco tiempo, cura, tus sablazos son dolorosos, otro motivo más para no ganar dinero.
-Eso nunca, ese, -señala a la cruz-, no lo permitirá.
-Lo permite todo, para el solo somos…, -mira a Eusebio, sonríe-, ¿qué somos, querido padre?
– ¿Vamos a empezar con la dialéctica?, ¿así estamos?
-Y peor.
-Por cierto, -intenta cambia de palo-, ¿has hablado con el obispo?
Luis asiente.
-Por teléfono, hemos quedado en comer cuando podamos, es decir, el que no quiera, tiene todas las excusas del mundo.
– ¿Sobre mí?
-Creo que salió algo, -mira a Eusebio a la cara-, no creo que fuera importante, ¿qué ha sucedido?
-Nada, pero el inminente traslado, ha sido suspendido sine die[1].
-Qué suerte, -Luis sonríe-, no sabes cómo me alegro.
Eusebio mueve la cabeza.
-Qué poca vergüenza tienes.
-Desde que me junto contigo, sacerdote de cuestionables orígenes.
-Sí, es cierto, pero has cambiado, te veo mejor, ¿la ropa?
-Supongo, y la comida, y mil cosas más, la madre de Paloma que me ha adoptado.
-Te hacía falta, ¿y Paloma?
-Bien, cumpliendo su promesa.
-Si no operas, ¿podrás cumplir la tuya?
-Sí, guardo algo en el sombrero, no mucho.
– ¿Suficiente como para seguir con la ayuda a la iglesia?
-Sabes que no, soy pobre.
-Y con muy poca vergüenza, señor cirujano.
-Todo se pega.
-Paloma, ¿qué piensas de ella?
Luis afirma levemente con la cabeza, frunce los labios.
-Sí, es buena, inteligente, lista, llegará lejos.
Ahora el que mueve la cabeza es Eusebio.
-Eres un idiota, la niña se muere por ti.
Luis lo mira con una medio sonrisa.
-No seas iluso, Eusebio, soy viudo, viejo, cansado, además…
-Pon más excusas, di que lo que tienes realmente es miedo.
-Además, también miedo, si, correcto, no estoy en el ruedo.
-Da igual, tienes que salir, asignaturas pendientes.
-Si lo sé no vengo.
-Eso suelen decir los clientes, agradecidos o no, el caso, ¿no te gusta Paloma?
-Es una niña, Eusebio.
-Joven, guapa, cristiana, inteligente…, ¿algo más?
-Sí, no es Nieves.
-Nieves ya no será, no puedes estar solo.
-Si puedo.
-No debes, dale una oportunidad.
Luis niega con la cabeza.
-No, esa niña necesita estar con gente de su edad que se divierta…
-Sí, que se eche un novio, que la desvirgue, los cubatas, los porritos, lo que viene detrás, -Eusebio niega con la cabeza-, no Luis, es cristiana, de las que ya no hay, pobre, pero cristiana.
– ¿Por qué has metido lo de pobre?
-Por si…, -sonríe-, no, déjalo, dale una oportunidad.
-No.
-Lo pensarás al menos.
-No lo sé.
-Pregúntaselo al de la cruz, aun tienes cosas que hacer, y solo no es forma de estar.
– ¿Y tú?
-Yo tengo al de la cruz, menudo es, entretenido como un escaparate de juguetes.
-Cada vez eres más andaluz.
– ¿Eso es malo?
Luis lo mira, se encoge de hombros.
[1] Latín. ( pron. [sine-díe]) que significa literalmente ‘sin día’. Se emplea con el sentido de ‘sin fijar una fecha o plazo’