– ¿Le prometió que me casaría con su nieto?
-Prometimos, niña, prometimos, eres mi futura nieta.
Nieves sonríe, mira al soldado de uniforme y vuelve a sonreír.
-Ni loca, primero que no estoy interesada en casarme, segundo que las promesas de mi abuelo, son de él, no mías, y tercero, que tengo novio.
El General toca el frio mármol.
-Ves, Arredondo, tiene los cojones prietos como tú, vamos a tener unos biznietos que serán de exposición, – y el viejo sonríe.
El viejo le coge la mano.
– ¿Eres enfermera?
-Si … General.
El viejo asiente.
-Bien, también sé que no tienes novio, lo dejasteis, ¿hace cuánto?, – y mira a su nieto.
-Ciento treinta y seis días, abuelo.
-Eres mayor que él, que además no ha tenido novia, y lo rondan de todos los colores, pero él solo se dedica a lo suyo, acaba de aprobar el curso de GOE, tiene ya el grado de Teniente, y está adscrito de momento aquí, a la plana mayor regimental, un gran futuro le espera, y a la mujer que esté con él.
Nieves mira a los ojos al General.
-Sí, feo no es, gilipollas, seguro, pero, además, ¿quién le ha dicho que yo quiero venderme por dinero?, ¿le digo en qué lugar se mete a su nieto?
-Víctor, ¿estarías dispuesto a casarte con esta chica?
-Sí, abuelo, con cualquiera, – y resalta la palabra -, es una deuda de honor de la familia, y se pagan, al ciento por ciento.
Mira a la chica.
-Ves, ¿en qué lugar vas a encontrar algo mejor que esto?
-En cualquier agujero, General, en cualquier sitio.
-La juventud, – suspira el viejo -, en ese caso, solo me queda pedirte que, por el recuerdo de tu abuelo, hagas algo por mí.
– ¿El qué?, General.
-Quiero que salgáis, diez veces, solo eso, diez cenas o similares, no te preocupes, el gilipollas del Teniente paga.
-No. – Nieves lo mira a los ojos.
El General coge la mano de la muchacha y la coloca sobre el mármol.
-Díselo a tu abuelo.
La muchacha intenta retirar la mano, pero el viejo la sujeta, es imposible que pueda moverla, el viejo sonríe, es un hijo de puta.
-De acuerdo, – consigue soltarse -, de acuerdo, por mi abuelo.
-Muchas gracias, – le sonríe el viejo, y Nieves observa como el nieto no ha movido un solo músculo.