64 La Encerrona

Guiomar está sentada en el bar entre los edificios de los grandes almacenes del centro de la ciudad, del Corte Inglés, le han asegurado que los churros allí son geniales, lo cual es cierto, como también lo es, que quiere probar los clásicos jeringos, los del jardín de la princesa Wallada, el de los amantes, que aseguran que son los mejores, pero el motivo de estar allí sentada, bajo el parasol enorme que protege la separación entre los dos edificios, no es ese, el culinario, el de saber sobre el sabor de esto o de este otro, el motivo es diferente, le han informado lo que ha pedido, se lo han susurrado al oído, en forma de dosier completo, y efectivamente, sonríe, allí esta, mira la Tablet, si, es ella.

             El uniforme del colegio mal puesto, una falda que está de cualquier forma, pero no en línea, debajo unos pantalones cortos, que sigue siendo una ciudad de provincias, y allí nadie enseña el culo, menos una señorita de las de familia de bien, despeinada, con una pinza que recogió el pelo de una manera determinada, y ahora apenas si cuelga de una forma que no tiene ninguna.

             Si, se parece a su madre, son quince años, casi dieciséis, y ya tiene el cigarro en la boca, cosa de los genes, dicen, pero ya saben hasta liar el cigarro, como su abuelo, y sonríe, la mira de nuevo, la chica se sienta en uno de los pitotes colocados para impedirlo, cosas de tener el culo prieto como una granada.

             La chica la mira, Guiomar levanta la mano, la chica la mira fijamente, mueve el brazo indicándole que se acerque, la chica se coloca la mano señalándose, ella asiente con la cabeza, sabe que es la mejor forma de tomar contacto con alguien que está con las hormonas locas de una edad que ella también pasó, aunque de forma diferente.

             La chica se acerca con el cigarro en la mano, intentando que se note que es dura, dura como una piedra, que es más mujer que nadie, que es…, simplemente joven.

– ¿Qué quería?

             Por lo menos habla de usted, que sirva de algo el colegio de pago.

– ¿Tu eres Nieves?

-Sí, ¿qué pasa?

-Nada, cariño, ¿Nieves Monforte?

-No, Nieves Robledo.

-En ese caso, perdona por haberte molestado, creía que eras la hija de Luis, pero me he equivocado.

             La chica la mira de nuevo.

-Y si soy la tal Monforte, ¿hay un premio o algo?

-No, siéntate, ¿quieres un chocolate, unos churros?

-Una cola, muy fría.

             Guiomar levanta la mano, el solícito camarero se acerca, la mujer de ojos de cielo lo tiene loco.

             En dos segundos la cola descansa en la mesa, junto con un vaso de tubo largo, lleno de hielo.

– ¿Y qué es eso de Monforte?, -pregunta la muchacha mientras echa la cola en el vaso, y se despide de las amigas, a la vez que pega un chicle debajo de la mesa.

-Nada, una persona que admiro, Luis Monforte, tiene una hija, vamos, que te pareces a su difunta mujer mucho, ¿no conocerás a Nieves Monforte?

-Aquí no hay muchas Nieves, con el calor que hace, -sonríe-, ¿y si la conozco?

-Nada, solo decirle algo sobre su padre.

             La chica la mira, le da un sorbo a la fría cola, de los de amigdalitis.

– ¿Y qué es eso de su padre?

-Nada, guapa, son cosas de ella, no tuyas.

– ¿Y si fuera la tal Nieves Monforte?

             Guiomar la mira.

– ¿Me quieres engañar?

             La chica niega con la cabeza.

-Sí, soy Nieves Monforte, pero al cabrón de mi abuelo, lo mataría de un infarto si lo dijera por mi gusto; cuando pasan lista en el colegio, de oxidado que tengo el apellido, me sorprendo, ¿qué es eso de mi padre?

-Nada importante, solo decirte que nunca te ha dejado.

             La niña sonríe, bebe más cola.

-Sí, y una mierda, -la boca se le llena con la palabra, es del sur, y las palabrotas son solo formas de ensalzar lo que se quiere decir hasta límites que el lenguaje normal no alcanza.

– ¿Que te han contado los abuelos?

-Lo que vi, que me dejaban tirada como una perra, -se encoge de hombros-, supongo que es lo que soy.

             Guiomar la mira, uno no es lo que es, sino cómo se siente, y durante un momento sabe creer, con las distancias, lo que siente la muchacha.

-No lo has visto desde…

-Desde nunca, se fue, se murió, que lo jodan.

-Nunca lo han dejado que se acerque a ti, ni una sola vez, y lo ha intentado mil veces.

-Si lo hubiera intentado, si hubiera querido…, ¿hay dinero para otra cola?

             Guiomar levanta la mano, dos segundos, nuevo vaso de tubo lleno de hielo, nueva cola.

– ¿Sabes quién es tu abuelo?

-Sí, -asiente con la cabeza-, un hijo de puta, que se cree que es dios porque me paga la mierda de colegio de monjas putas, que un día quemaré.

             Guiomar sonríe, es como la madre, no como Luis, o quizás como el hermano, como Ernesto, le hierve la sangre, quiere venganza.

-Pues ese querido abuelo, ha hecho y deshecho con el poder que tiene, toda tu vida, toda la de tu padre.

             La chica la mira, sonríe.

-Venga ya, no me jodas, ¿que eres, adivina?

             Guiomar deja una tarjeta en la mesa, se levanta y se marcha.

             Nieves mira a la tipa, es un espectáculo, si, se los tiene que comer crudos, mira la tarjeta, una puta jueza, así que no está loca, es una hija de puta que está de buena que ya quisiera ella, loca, pero jueza, ¿Qué juego se trae?, ¿la querida del puerco de su padre?, se encoge de hombros, pero se guarda la tarjeta en la mochila, en el compartimento que solo ella sabe cómo llegar, por si acaso, que la bruja de su abuela, le mira hasta las bragas, por si…

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