
Luis mira el reloj digital, no soporta el ruido de los despertadores, de los relojes mecánicos, es malo de dormir, los sonidos lo vuelven loco, sobre todo si son continuos, aunque sean tenues, como el latido del corazón de una rata, así compara a los sonidos de los despertadores mecánicos, pero el problema no es ese, el digital no suena, no emite sonido, pero si su insidiosa cara de cómo va pasando el tiempo; entra en la carpeta de música, y se atreve, Karl Orff, duro como el pecho de un enano, y sonríe, la noche se las va a traer, ¿por qué no poner algo que es distinto a lo que se siente al escucharla?, Carmina Burana, las canciones de un pequeño pueblo alemán, en latín, pero que pone los vellos de los brazos, del cogote, como escarpias, además que quizás con esa fortaleza, logra echar el zumbido del maldito tinitus, que ahora se ha crecido, como si quisiera comerse la mente, la suya, y le da al play, al reproducir, que el inglés, como las ladillas, entra cuando no te das cuenta.
Pero el sonido, incólume, se pasea por su cabeza, a pesar de la fortaleza de la música, y el cuerpo cansado, se resiste más aun, pasea por el dormitorio, y piensa que ha sido un día malo, dentro de una semana terrible, no ha sido médico, ha sido enterrador, el cincuenta por ciento, algo terrible, el propio director lo ha llamado, no para recriminarlo, sino para felicitarlo por el cincuenta por ciento que ha salvado, reconociendo, a pesar de lo que piensan sus colegas, que lo que entró en el quirófano, por desgracia, era insalvable, pero eso no es óbice para nada, los muertos son muertos, el sonido sigue, subiendo a cada estrofa de la música, a cada golpe de tambor, a cada…, y piensa que está mal, que no quiere seguir, se plantea si le merece la pena seguir operando, un día…, quizás no tan lejano, se pondrá en el pecho el hierro, o se tirará por la ventana, sonríe, tendría que subir al cuarto para hacerse daño, sabiendo además que no hay ascensor, una nueva sonrisa, es lo que le echaría más para atrás.
Deja caer la cabeza sobre la almohada, y mira el reflejo de las luces rojas del reloj digital que se proyecta tenuemente en la pared, en el techo, se hacen grandes con la distancia, y sin darse cuenta, sabiéndose perdido, creyendo que el sueño es algo imposible, sin poder creerlo porque no piensa en ello, se queda dormido.
Abre la puerta de casa, un día no demasiado denso, más bien anodino, que de vez en cuando se necesita, oye voces de mujeres, sale Visi que sonríe, está entre bolsas de basura enormes.
-Don Luis, que esto no se acaba nunca.
– ¿Tan cochino soy?
La mujer sonríe, al momento sale Paloma con un pañuelo en la cabeza.
-Madre mía, Luis, que cantidad de todo.
– ¿Os ayudo a bajar las bolsas?
Visi lo mira.
-Don Luis, ¿puedo llamar para que pinten el piso?, que es blanco, que lo de color hueso, es de la porquería que tiene, que se puede sacar nicotina y alquitrán solo con pasar un trapo, que no se ha pintado…
-Lo sé, lo sé, soy un dejado, pero, ¿dónde duermo?
-En la otra habitación un par de días, después vuelve a su dormitorio y se pinta el resto, yo le traigo la comida, pero que esto parezca una casa, y de los muebles no hablamos, ¿de cuando son?
-De cuando eran nuevos, ¿la única diferencia?, que eso fue hace mil años, compra los que quieras, no te preocupes, son solo recuerdos que no significan nada, no los he cambiado, -se encoge de hombros-, porque…, no lo sé, no tengo ni idea, compra lo que veas.
-Es que, Don Luis, yo soy vieja, mi gusto…
Luis mira a Paloma.
-Atrévete, tu eres joven, piensa que yo no, pero cómpralos tú, ¿de acuerdo?
Paloma asiente.
-Y don Luis, ¿de la ropa?, -continúa Visitación.
– ¿Que ropa?
-De la que no tiene, todo está de pobre, solo una chaqueta que se salva, y dos camisas blancas, y unos pantalones azules…
-Qué control, -sonríe Luis-, iré algún día a comprarlos.
-Paloma, -Visi mira a su hija-, llévalo a comprar algo.
– ¿Yo?, madre.
-No, esperamos a que se la compre él, que está abandonado, niña.
Luis sonríe, le recuerda algo que hace tiempo que no…, y suspira.
-Menos cháchara, -coge una bolsa-, a llevar esto para abajo, que mujeres más vagas.
Visi sonríe, después coge una de las grandes bolsas y sigue al insigne médico, que sabe que es el hijo de un mecánico, y que ahora mismo parece lo que era, no lo que es, y le gusta, cosas que le pasan por esa cabeza suya, que la tiene loca.