
Visitación mira la casa, el salón sin haberle dado un agua en condiciones desde hace mucho tiempo, todo sucio, pero de los de darle un trapazo y hacer que la mierda sea más, y piensa que como se puede ser tan guarra, como para cobrar por poner las cosas peor, ni que fuera funcionaria.
Entra en el dormitorio, huele a mocito viejo que tira de espaldas, y piensa en cómo es posible que alguien tan inteligente, con tanto dinero, se permita vivir como en una zahúrda; mira las sábanas, no están mal comparadas con el resto de la casa, solo tienen el olor del tiempo que llevan puestas, ¿y qué decir de los cuartos de baño?, una pátina en los azulejos que se extraña de que el que paga no hubiera hecho nada por echar a la puerca que decía que limpiaba, huele a suciedad, ¿y la cocina?, eso es otro mundo, un mundo que para que funcione hay que echar todo, no queda nada que se pueda aprovechar, ni tan siquiera las pocas especias que quedan, algunas caducaron hace más de cinco años, un desastre, y mirar en los armarios, los de ropa femenina, supone que de la fallecida, impecables, en plásticos, como todo, en los cajones, hasta la ropa interior, y al verlo siente repelús, más cuándo se ha dado cuenta de que todo está lleno de fotos del señor y de la difunta esposa, y en cuanto a la ropa, la que tiran para beneficencia mejor seguro, no la querrían ni en las tiendas de segunda mano, ni regalándolas, además con rotos, lamparones de haber cogido lejía cuando se lavaban, todo es un desastre, comenzar por el principio no tiene otra, pero lo primero que hacer, comprar miles de bolsas de basura, que otra cosa no, pero eso, seguro, seguro, que le va a hacer falta.
Luis llega del hospital, está cansado, entra en la casa, todo está igual, pero diferente, huele fuerte, es un perfume primario, poco agradable, mira unos aparatos que escupen algo que parece perfume de una mujer mayor y acabada, pero por lo menos no huele mal, mira el salón, está igual pero no es lo mismo, han desaparecido muchas cosas, supone que Visitación no se casa con nadie, como lo que descubre al entrar en el cuarto de baño, todo es nuevo, desde los cepillos de dientes, hasta la escobilla; abre el aparador, cuchillas nuevas, crema de afeitar, dentífrico, sonríe, una buena intendencia, y por supuesto, muchos rollos de papel higiénico, pero lo más importante, lo que le llega al corazón, es la cocina, en ella todo en su sitio, abre las alacenas, no hay nada, pero la hornilla, aparece limpia como los chorros del oro, la encimera es de otro color, y no queda nada, ni tan siquiera…, no, en el frigorífico, si, dos cosas, una botella de leche, del día, sin abrir, y una nota.
“Le he dejado una carrillada que he tenido que cocinar en mi casa, la mujer que cuidaba esto, no se cambiaba ni de ropa interior, y déjeme dinero, que tengo que reponer todo, y mi economía está como para poder pagar lo que necesita. Compre ropa, por favor”
Luis toma el plato de carrillada, enorme, de los de hueco profundo como el mar de Irlanda que no tiene fondo, y lo mete en un microondas que parece nuevo, gira, calienta, unos minutos después, un delicioso olor se reparte por toda la cocina, cuando lo saca, el aroma lo está matando, toma un cubierto, y aun quemándose, come, una maravilla, cuando termina, rebaña con pan de molde, que maravilla, repite, así, hasta que, sin darse cuenta, echa la cabeza atrás y se queda dormido profundamente con una sonrisa beatífica.