
-Buenos días.
Ernesto mira al que acaba de entrar por la puerta del taller, es como los podencos, conoce el paño, enteco, ya en edades, pelo gris, pero poco, sonrisa parca, y cuidado con los lugares oscuros, que, si le debes algo, lo pagas en tripas.
-A los buenos días, -responde con la sonrisa de a pocos euros la hora-, ¿que deseaba?
-Venía a recoger el automóvil de la Señorita Cienlobos, ¿le ha llamado?
-Sí, ¿usted es…?
-Ambrosio Regueras, para servirle, si no es mandar mucho, -sonrisa de las de muerdo con bichos que no matan los antibióticos.
-De acuerdo, -nueva sonrisa-, todo correcto.
– ¿Me puede informar de cómo estaba el coche?, para que, a su vez, yo le informe a la señora.
-Bien, algo a notar, que el aceite de la caja de cambios, que no era bueno, lo pedí, una pasta, también el del aceite, una pena para un coche que marca solo doscientos kilómetros.
-Más un capricho que otra cosa, usted me entiende.
Ernesto sonríe, le hace una indicación de que lo siga; pasan por innumerables pasillos, señal de que el taller creció como las setas entre los árboles, lo que le dejaban los edificios y los locales comerciales de los mismos.
-Muy reconcentrado, ¿su nombre es?, -pregunta Ambrosio.
-Ernesto, y sí, mi padre fue comprando lo que pudo entre los solares que se vendían, suerte, que, aunque malamente, están comunicados.
-Sí, conozco la situación, ¿y el coche?
Ernesto enciende una luz, se ve un enorme guarda polvos, que tira con presteza, aparece el coche de un azul precioso, dado brillo hasta la saciedad.
-Sí que lo han dejado bonito.
-Buen material, buena herramienta, -contesta Ernesto-, más tiempo que dedicarle, pero merece la pena.
-Sí que la merece, supongo que la dolorosa será…
Ernesto sonríe.
-Dolorosa, por supuesto, si fuera menos, menos le gustaría.
-Me cae bien, Ernesto, está criado en la vida.
-No hay más remedio, o espabilas, o te arrancan la cabeza.
-Como la biblia de claro, -nueva sonrisa de fiera.
– ¿Y cómo ha sido que la señorita…?
-Señoría, que es juez, -levanta la barbilla-, y de las que van al supremo.
-Joder, que alegría, pero como es que…
-Porque le cae bien, Ernesto.
Este sonríe.
-Supongo, pero mejor decir eso, que no me va a contar una mierda.
-Pues eso, pago, me llevo el coche, y todos como hijos de dios.
-Vivos, -responde Ernesto.
-Que sí que es listo, coño, -nueva sonrisa.
Ahora Ernesto sonríe, pero deseando que se lleven el coche, que estaba mal mantenido, espera que haya podido…, mejor no pensar en nada.