58 Una Tarde Cualquiera

Paloma mira a Luis, está destruido, solo sonríe, le recuerda a su padre, el que hace tanto tiempo que se fue, que siempre penaba por alguien, que le gustaba llevar el peso del mundo en sus anchas espaldas.

-Don Luis…

-Luis, por favor, que me has limpiado los mocos, eso da confianza.

             La chica sonríe.

-La Concha, que ha traído caracoles, ¿me invita?

– ¿De los chicos?

             Paloma asiente,

-Y de los gordos, de las cabrillas con la salsa de siempre.

– ¿Los has probado?, niña.

-No hace falta probarlos, si, están de muerte.

– ¿Cuantos nos comemos?, -pregunta Luis con cara de niño malo.

-Una cubeta de cada uno, cada uno.

-Hecho, vámonos, Paloma.

             Eusebio lo ha oído todo, él no hubiera podido levantarle el alma al médico que salva vidas, dejándose la suya, como si tuviera la culpa de todo, no es como él, que si la tuvo y paga, el que se va, no ha hecho nada, o casi nada, pero paga como si fuera el que debe de pagarlo todo, y bendita sea la chica que le ayuda a llevar el peso, sea joven, sea vieja, guapa, fea, gorda, delgada, ¿qué más le da al de arriba?; cuando los diablos rondan a un santo, el de arriba manda a su San Miguel particular, que no tiene que ser varón, ni grande, ni fuerte, ni salvaje, solo duro, duro como el granito sobre el que se levantó la ciudad, y sonríe, mira a la figura clavada en la cruz, sonríe, y piensa, ”Mira que eres listo”

             Todo lleno de cuencos de caparazones de caracoles vacíos, Paloma reposa tirada hacia atrás con la cabeza caída en la misma posición.

-Madre mía, como me he puesto, mañana tendrán que repoblar todo de caracoles, que buenos estaban.

-Vamos a reventar, que maravilla, ¿quieres algo más?, -le pregunta Luis.

-La extremaunción, y que haya gente que le de asco comer esta maravilla.

-Déjalos, Paloma, que el señor, en su infinita inteligencia los castigará enviándolos al norte.

             Paloma sonríe.

– ¿Y si alguien del norte nos oye?

-Si está comiendo caracoles, es que no es tan malo.

             Paloma levanta la mano.

– ¿A quién saludas?

-A mi madre.

             Luis se yergue.

-Dile que se siente con nosotros.

             Paloma la llama, pero la mujer solo sonríe y se queda quieta, la chica se levanta y sin piedad, a empellones, la acerca a la mesa, Luis se levanta.

-No se levante, que la que molesta soy yo.

-No diga esas cosas, siéntese, que nos hemos puesto de caracoles…, ¿quiere usted?, que los de la Concha…

-Los de mi madre son mejores, Luis, de morir, -Paloma mueve la cabeza como si fuera la verdad más fundamental.

             Luis mira a la mujer, se la ve gastada, cansada, posiblemente más vieja de lo que realmente es, sonríe con cansancio, con la sonrisa del trabajo, que, para ella, Luis lo sea, y no sabe que hacer.

-Luis, de verdad, ¿tú ves los de la Concha?, pues nada que hacer, los de mi madre, increíbles.

-Si hay tiempo, Paloma, que sabes que son muy liados, -le contesta su madre.

– ¿Cómo se llama usted?, -pregunta Luis.

-Perdone, don Luis, Visitación, me llama Visi, para lo que usted desee, y gracias por ayudar a la niña, que es un zopenco, pero no es mala.

-No diga usted eso, -mira a Paloma-, ¿qué notas has sacado en esta evaluación?

-Número Uno.

-Yo no entiendo de eso, don Luis, de usted si, ¿va bien?

-Como un reloj, -le responde.

-Con eso me quedo más tranquila, y me marcho, que mañana a las cinco empieza la faena.

– ¿Sigue usted con lo de las comunidades?

-No sea usted tan fino, ¿con lo de fregar escaleras?, claro que sigo, que remedio.

– ¿Unos caracoles?

             La mujer sonríe.

-No le voy a decir que no, que yo no tengo tiempo, y que a la Concha no le salen mal, que chica más apañada, si no fuera…

-Por el Paquito, Visi, por el Paquito, la madre que lo parió.

-Me ha dicho la niña que vive aquí.

             Luis asiente.

-De toda la vida, -señala a su casa, aunque sea de mala educación, le da igual.

– ¿Usted es el médico que su mujer…?, -Visitación se corta.

             Luis asiente.

-Sí, que me la mataron, Visitación, ayer, hace mil años.

             La mujer calla.

-Lo siento, no quería…

-No importa, no miente, fue, es verdad, soy viudo desde entonces.

-Qué pena de mujer, con lo guapa que era, -suspira Visi.

Si, una pena, -está a punto de no decirlo, parece cotilla, pero le han dicho que no, solo que de conocimiento solo ha salido la niña.

-Me han dicho que cocina bien, Visi.

-Sí, eso dicen, yo no creo que sea para tanto, -intenta sonreír, se ha dado cuenta de que ha metido la pata.

-El caso, es que la chica que llevaba mi casa se ha ido, historias de las suyas, lo cierto es que me ha dejado tirado, si la contrato…

– ¿Que tendría que hacer?

-Cuidarme como si fuera su niño pequeño al que quiere con locura.

             La mujer sonríe.

– ¿Tan abandonado es?

             Luis asiente.

-Mientras que no se pegue, no está sucio del todo, además, comida, ropa…, todo.

– ¿Y de cuánto hablamos?

-Un buen sueldo, dada de alta, el que se paga de normal.

– ¿Puedo seguir con las escaleras?

-Si tiene cuerpo.

             La mujer levanta la mano.

-Por mí, trato hecho.

             Luis la estrecha.

-Mañana a las siete la espero en el segundo B, que me marcho a esa hora al hospital.

-Allí estaré.

             Luis mira a Paloma.

– ¿Tu qué opinas?

– Que sí, que es un santo.

-Que te lo diga tu madre cuando conozca como vivo.

             Paloma sonríe.

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