
Paloma recoge los bancos de la iglesia, tampoco es tanto, ha terminado de estudiar, más bien se ha aburrido, todo va como tiene que ir, el no tener que fregar escaleras le hace mucho, sonríe para sí misma, no es que haga mucho, es la diferencia entre un antes y un después, ahora las asignaturas siguen siendo duras, pero no tanto, apenas si son paseos comparadas con el tiempo…, vuelve a sonreír, fue hace poco, en que no podía casi dedicarle tiempo, ni de veces que ha pensado en dejar la carrera, ahora con la ayuda de don Luis, quizás…
Mira una figura en uno de los bancos de la esquina, los que nacen de tener que retorcerse en sí misma para acoplarse al reducido solar que ocupa, le es familiar, si, es…, no sabe qué hacer, se acerca poco a poco, recogiendo lo que tiene que recoger, pero en dirección a la encorvada silueta.
Sin querer, como si fuera impelida por alguien que no conoce, se sienta al lado, eso no es lo peor, la reseca madera, olvidada de años, cruje ante su peso que aun siendo poco, es.
La figura no se mueve, solo está con la cabeza baja, parece ni respirar, se queda quieta a su lado, como si…, no sabe que es lo que está haciendo, pero…
Pasa un buen rato, sigue quieta sin decir nada, respetando el silencio de la figura.
-Hola, Paloma.
-Buenas tardes, Don Luis.
– ¿Qué haces aquí?
-Haciéndole compañía, que desde donde estaba se le veía de solitario que daba miedo.
Luis gira la cabeza, sonríe.
– ¿Que le sucede?, Don Luis, ¿algo malo?
-Siempre es lo malo lo que nos trae a pedir al que a saber si existe, si es algo bueno, la mayoría se nos olvida, nos crearon egoístas, chiquilla, muy egoístas.
– ¿Y que le ha pasado hoy?
– ¿Quieres una vacuna contra la ilusión, contra la vocación?
– ¿Qué quiere decir?
-Déjalo, no quiero hacer daño, menos a alguien tan inocente como tú.
-No, diga lo que tenga que decir, el peso compartido es la mitad para cada uno.
-Si fuera cierto.
-Eso es lo que dice Don Eusebio.
-Si fuera cierto todo lo que dice ese cura fullero…, pero vale.
– ¿Me va a contar?
Luis asiente.
-Imagina, tu que ya estás de aspirante a matasanos, un niño, guapo, simpático, con ganas de vivir, lo has visto, sabes que lleva el quinario pasado, que le queda solo un paso para poder ser normal, solo un paso, -Luis va juntando dos dedos.
Mira a la cruz.
-Todo está bien, las máquinas dicen que todo está bien, me piden que haga la operación por favor, es fácil, media hora, y a la calle, todo perfecto, las malas fueron las dos anteriores, hace mucho tiempo, las que yo no hice, pero que están guardados los vídeos, que he visto varias veces, ¿sabes lo que son los vídeos?
-Sí, las grabaciones de operaciones, son obligatorias.
-Así es, pues entro en el quirófano, todo bien, sonrisas, Bach, el omnipresente Bach, abro, ¿todo bien?, no, nada está bien, una válvula que no restañaron bien, un aparato mal puesto, todo lo que podía estar mal, lo estaba, de media hora, seis, no pasa nada, -intenta sonreír-, solo es tiempo, cansancio, dolor, pero no, es más, es la vida que querías tener, que se escapa, como si no fuera nada, y te oyes decir caldeando, “hora de la muerte…”, y eso no es lo peor, la familia, que la conoces, que confiaban, que no saben que los que operaron eran unos matarifes, los llantos, las lágrimas, las maldiciones, los golpes, con razón, sin ella, ¿Dónde echan el dolor los que sufren?, -mira a Paloma-, esa es nuestra profesión, por eso nadie la quiere, hazte médico de familia, que también tiene tarea, pero, ¿cirujano?, -niega con la cabeza-, no, Paloma, no, matas, y a la vez mueres, dejas morir, mueres, salvas, mueres esperando que no regrese, mueres, mueres, solo mueres, día a día, y eso con suerte, no eres como mis compañeros, que les da igual, que los que están en la mesa son solo números, estadísticas, dinero, buena vida, el que rajan, que procure estar bien, que ellos…, -y , sonríe sarcásticamente-, también son médicos, cirujanos, -suspira-, y el que está enfrente, mira como lo putearon, lo clavaron en una cruz, que no dice nada, que no manda a San Miguel encabronado, a eliminar a la morralla, que solo en mi hospital tiene para hartarse, -sonríe de nuevo-, si, bonita, San Miguel, el de la espada, nada de advertencias, cortar por lo sano, conmigo también, mejor me callo, que estoy para partirme y probarme.
Paloma lo mira, le quita una lágrima con un dedo, después en el otro ojo lo mismo, saca un pañuelo, moja una punta y la pasa por los hinchados párpados, no dice nada.
Luis la mira, la chica sonríe.
-Cuando lloro, mi madre me hace lo mismo, a mí me consuela, ¿a usted, don Luis?
-A cualquiera, Paloma, a cualquiera.