
Hay cosas que son imposibles de comprender si no las has vivido en el lugar apropiado, en el único, otras podrán ser mejores, peores, pero como la experiencia de una terraza en la calle, cuando el calor se ha ido, es algo que solo es posible experimentar en esta ciudad, y al que le pique que se rasque.
Luis sonríe, es casa Concha, como siempre, ¿para qué variar?, por lo menos sabes lo que comes, que no es gran cosa, pero tampoco lo peor; la tarde que cae, casi que llega la noche, nada que hacer, el sol se marcha con su cansancio, el albero, la loseta, lo que sea, regado, con el calor esparcido, que nunca huye, que tiene el desparpajo de ser el que domina el sur, y se queda esperando que llegue el día, para seguir dando por donde más duele; pero en ese momento, Luis solo mira a la calle, donde pasa gente humilde, con un Vargas, que en cualquier lugar del país puede ser una cosa, pero allí, donde fue la capital de un imperio, es vino tinto con gaseosa, que hora es casera, antes Pijuan, o la que fuera, pero siempre es lo mismo, un Vargas, y este poco cargado, que el tinto no es de campeonato, y carraspea cuando pasa, pero la gaseosa, que no el sifón, lo ennoblece, al lado, las patatas fritas, más al lado, lo que sale de pegarle una patada a un olivo, y Luis respira tranquilo, son los momentos que no valen lo que cuestan, es como el sexo, si supieran lo bueno que es, lo joderían a impuestos, pues una terracita es lo mismo, lo mejor para la ansiedad, para la depresión, para cualquier cosa, siempre que no se te presente el que no quieres que se te aplaste.
La ve venir, la vieja, que se dirige como un torpedo; arregló a la niña, y del más rancio odio, al amor más persistente, parece que prefiere el primero, pero alguien que se sienta.
-Buenas tardes, Doña Maruja, aquí con Don Luis, que quería preguntarle una cosa, -ve como Paloma sonríe con desparpajo.
-Si niña, si, pregúntale lo que quieras, como si tú supieras…, buenas tardes, don Luis, cuando pueda.
-Por supuesto, -sonríe Luis.
Ve como se marcha la mujer y sonríe.
-Lo que quieras, cola, patatas, flamenquín, riñón de médico, lo que quieras, que pesada es.
-Sí, le ha dado por usted, pasaba por aquí, le he visto la cara de miedo, y he pensado en salvarlo con riesgo de mi vida.
Luis sonríe, la mira, es una niña con cuerpo de problema, y la cara de lio de los gordos.
– ¿Que hace por aquí?
-Vivo aquí, Paloma.
La muchacha lo mira sorprendida.
-Venga ya, con la pasta que tiene.
Luis señala.
-En el segundo tienes tu casa, si vienes con tu madre, o acompañada de una persona mayor.
– ¿Por qué dice eso?
-Con lo guapa que eres, en casa de un viudo, hazme caso, somos modernos, pero no tanto, esto es un barrio, que es un pueblo de los perdidos en la serranía.
Paloma ríe.
– ¿Conoce esto?
-Sí, llevo viviendo aquí, -piensa-, no sé, unos quince años, o más.
Paloma señala atrás un bloque.
-En el tercero vivimos mi madre y yo, villa Miserias como la llamo.
-Porque no conoces el mío, Paloma, el otro día entró un ratón, y cuando iba a ir a matarlo, se dio la vuelta, vomitaba, me dijo, ya me voy, ya me voy, arregla esto, por favor.
La muchacha ríe con ganas.
-Qué cosas tiene.
-Háblame de tu.
-Es usted un médico…
-Un vecino, talludito, que se toma un Vargas, ¿quieres uno?
La chica asiente.
-Pero flojito, que no soy de…
-Eso está bien, el alcohol y nuestra profesión no hacen buenas migas, lo sé porque pisé el cable bien pisado, no dejes nunca que el alcohol entre en tu vida, por lo menos como actor principal, secundario y de los que no aparecen al final de la película.
La chica lo mira, no dice nada, al momento, el Vargas, Paco, el de Concha que los mira con una sonrisa.
Luis levanta la cara.
-Paquito, ¿quieres un problema conmigo?
-No, Don Luis, es que…
-Lárgate.
– ¿Qué pasa?, Don Luis, -pregunta Paloma.
-Que la Concha, buena gente, el Paco es un cerdo.
Paloma asiente, de un golpe se ha bebido el Vargas.
-Que calor.
– ¿De dónde vienes?
-De la biblioteca de la facultad.
-La conozco, ni horas que me he pegado allí, ¿con que estás?
-Fisiopatología.
-Es un castigo, pero útil, sobre todo si la apruebas.
-Sí, pero cuesta trabajo.
-Eusebio me asegura que no, que eres una monstrua.
La chica sonríe.
-Sí, pero hay que echar troncos a la candela, que cuesta, entra, pero siempre es trabajo, sobre todo llegar a ser la número uno.
-Eso espero, me voy a comer un churrasco a la pimienta con salsa cordobesa, ¿te apetece?, de los que le salen las orejas fuera del plato, que ya sabes cómo es la Concha.
-Es que mi madre…
-Después le llevas uno, ¿no los has probado?
-Claro, pero…
Luis levanta la mano.
-Paco, dos de los salvajes con mucho pique, después, uno para llevar.
-Muchas gracias.
-No, si veras el turbión en la barriga cuando termines.
Paloma agacha la cabeza, la oye contener las ganas de reírse.
– ¿Qué te pasa?
-Es que yo soy de esas.
– ¿De cuáles?
-De las del turbión.
Luis se ríe de buena gana, mientras que Paloma no puede contener la risa y se estremece, entre carcajada y carcajada.
Luis la mira, si, es la juventud, ese divino tesoro, del que ya ni se acordaba, pero continúa riendo, son esos escasos momentos los que hay que atesorar, como lo que son, algo irrepetible.