
Luis pasea por la casa, lleva en la mano el bloc de los dibujos de Nieves, habitación por habitación va comprobando lo que la pelirroja ha realizado con lo que le dio, que a fin de cuentas es lo mismo que él está mirando, tan solo que en fotocopia a todo color.
Camina por la casa, que no ha visto, pero que conoce, paso a paso, habitación a habitación, recorre el parque, la cochera donde duerme el alemán que cuesta lo que un buen piso, se para, mira el seto, que ha agarrado al final, dos veces se ha pospuesto la visita, la tierra de allí es mala para los setos, los seca, se han trasplantado, pero ahora lucen como una moneda al sol.
Mira la piscina, pequeña, recoleta, orientada al sur, que el sol le de desde que amanece, los que no la orienten así, a pesar de la calurosa ciudad, el agua no calentara lo suficiente, y sonríe, lo sabe por experiencia, Nieves se lo demostró más de una vez cuando iban, esas pocas veces, a bañarse a casa de alguien.
– ¿Qué le parece?
Es Adela Ruiz la sonríete interiorista que nunca creyó que aquel imbécil le aceptara la oferta sin regatear, pero ya se ha enterado, es un desgraciado que tiene las manos de oro, que se lo rifan los hospitales, estúpido, con dinero y viudo, una presa de las de tomar en cuenta, si puede, le quitará las penas al viudo, por supuesto, previo pago de su precio.
-Sí, no está mal.
-Yo creo que ha quedado bien.
-Sí, pero no por el precio que me ha costado.
La mujer sonríe.
– ¿Qué es lo que quiere decir?
– ¿Se cree que fue la primera opción?, tengo presupuestos en casa mucho más baratos que el suyo.
La cara de la mujer cambia.
-Entonces, -levanta la cabeza-, ¿por qué el mío?
-Confié, en la eficiencia de la mujer que tenía una oficina que me encantó, después me he enterado que es otra persona la que tiene el buen gusto, pero trabaja para usted, así que dese por bien servida.
– ¿No le gusta?
-Sí, no es lo que me guste o no, es que no es obra suya, ha cobrado lo que no debía, y encima viene a que le aplaudan, -Luis sonríe-, creía que era un pobre viudo idiota, quizás, pero criado en uno de los peores barrios de la ciudad, me enseñaron con tres años a bregar con gente como usted, así que, como ha cobrado el trabajo en su totalidad, salga de aquí, no quiero volver a verla, y por supuesto no espere que la recomiende a nadie.
-Lo del precio, lo aceptó…
-No hablo de eso, el precio lo pone cada uno, me parece bien, pero que le dignifiquen lo que a fin de cuentas es de puestecillo de mercado, de comercial de tercera, que es lo que es, pues no, usted vende bien, perfecto, pero, esto, -señala alrededor-, no tiene su espíritu, nunca lo tendrá, -sonríe-, querida, con este gusto hay que nacer, a nosotros, se nos nota el barrio del que salimos, querida Adela, ¿o te llamo Angustias como tu madre?
La cara le cambia.
– ¿Qué quiere decir?
-Que pocas pedradas nos hemos dado, allí en el barrio, mira el apellido, Monforte, los hermanos, ¿no nos recuerdas?, yo a ti si, eras como un caballo percherón de grande, pero a fin de cuentas una piedra del barrio, por eso te escogí, por eso y porque tenías contratada a la persona que ha hecho esto.
– ¿Tu eres el Monforte chico?
Luis asiente.
-Joder con la vida, ¿y que pasa porque vengamos del mismo lugar?
-Nada en absoluto, solo nos define, nos hizo lo que somos, tu una buena vendedora, yo el imbécil que paga esto, nada más, no pasa nada.
-Podemos quedar algún día…
-No, yo sigo siendo de los que no valía la pena, a ti te gustaba eso con mi hermano, con los de su pandilla, cada uno lo que es, Angustias, o Adela, o como te quieras llamar, sal de la casa, por favor.
Mala cara, pero al final sale de allí, se queda solo, llaman a la puerta, son los cerrajeros, no se fía de nadie, espera mientras colocan nuevas cerraduras, y vuelve a comprobar que todo está como Nieves hubiera querido, arranca el coche, cierra la puerta, y se echa sobre el volante, llora, ha pasado mucho tiempo, pero la herida no se cierra, ¿se cerrará, algún día? Niega con la cabeza, instintivamente; alguien que toca la ventanilla, una sonrisa, es un hombre joven, que le ofrece unas llaves.
– ¿Ya han terminado?
-Sí señor, todas cambiadas, mañana le paso la factura.
-Hágalo, y muchas gracias.
Ve como se marcha, se queda solo, pasea por la casa, una hora tras otra, oscurece, la casa tiene luz, pero no enciende nada, solo se encienden las luces que están programadas para dar la impresión de que está habitada, lo demás, no importa, se queda en el sofá, mirando por las cristaleras, ve a la gente pasar, como el parque se oscurece, como llega la oscura noche, los faroles encenderse, pero nada es importante; hace frio, mucho frio, obra nueva, el frio que no se ha ido, pero da igual, solo siente la humedad que cae por sus mejillas, es un día cualquiera, pero a la vez, es el día que hubiera querido compartir con la mujer que sigue queriendo más que a nada, aun sabiendo que no quedará casi traza en la tumba que ocupó su cuerpo, pero no, para él, no se ha ido, y no llora, gime, aúlla como una fiera herida, como un alma que se destruye, y la oscuridad, impávida, solo devuelve el eco de los lamentos del que sufre.