
Luis se persigna, se sienta en el banco, no reza, no es lo suyo, simplemente piensa, esperando lo que sabe, que, en poco, si está allí, aparecerá; mira el reloj, el record son cinco minutos, apenas tres y siente como el peso mueve el banco.
– ¿Algo más duro de lo normal que tengas que dejar aquí?
-No, supongo que no, quizás tu si, ya sabes, el hombre que fue, nunca deja de ser, Padre Eusebio.
El sacerdote sonríe, le encanta conversar con el médico al que extorsiona como en sus viejos tiempos.
– ¿A qué has venido hoy?, San Luis.
-A hacer una buena obra, vamos a la sacristía.
-Antes me gustaría hablar contigo.
-Traigo dinero, tú me indicas el orden.
-Vamos a la sacristía, excelso cristiano, -cómicamente se inclina en la salida del banco.
Se sienta frente al sacerdote.
-Tú me dices.
Luis saca un sobre gordo, muy gordo, lo deja en la mesa.
El cura lo coge, lo abre, sonríe.
-Me parece que este no necesita un justificante, un recibo, me recuerda los viejos tiempos, cuando el que apuntaba algo en cualquier sitio, al final, siempre, le disparaban.
-Sí, supongo, eres más perro que yo, el caso, es que me han querido hacer un regalo, y yo quiero hacértelo a ti, a la parroquia, que se me olvida que solo eres un recaudador, con mala uva, pero solo un recaudador, el jefe, está el pobre en una cruz.
– ¿El viaje a Alemania?
Luis asiente.
-Algunas veces los protestantes…
-En Alemania quizás haya más católicos que protestantes, aunque quizás ya no queden de ninguno de los dos.
Eusebio saca el dinero, lo mueve.
-En cuanto a tu conciencia, que permanezca tan nívea como siempre, ya sabes, al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, ¿tú te has preguntado para que sirve este dinero?
-Si tú me dices…
Eusebio mueve la cabeza.
-No, sirve para que se paguen las hipotecas de los viejos que no llegan a cobrar sino son miserias, de un país que promete, pero que solo da a los lameculos; a que coman, a que no estén solos, a que la vida sea un poco meno puerca que lo que es, y, ¿sabes que es lo más triste?
-No, pero me lo vas a decir.
Eusebio sonríe.
-Por eso me caes bien, por lo simpático que eres.
-Me vas a decir…
-Sí, te comentaba que lo curioso, es que muchos de ellos no son cristianos, pero cumplen el primer requisito y fundamental del que está clavado en la cruz, ¿sabes cuál es?
Luis niega con la cabeza, quiere que desahogue, que diga, sabe que el cura también sufre.
-Que son seres humanos, y que sufren.
-Eso son dos, Eusebio, ¿el Parkinson con la edad que tienes?
-Hubiera sido una buena pelea entre dos mareros, uno con más mala leche que el otro, solo uno hubiera salido con vida de la selva, Luis, ¿sabes quién?
-Sí, yo, seguro.
Eusebio asiente.
– ¿Sabes por qué?, Luis.
Luis niega.
-Porque quieres morir, yo no quería morir, ahora, con el jefe, el de la cruz, no me importa, pero a ti hace años que no te importa nada, quizás que seas católico evita que te quites de en medio, no lo sé, solo que doy gracias a lo que sea, porque vengas, -mueve el dinero-, a dar la vida a los viejecitos, y a los pobres…, -la sonrisa cada vez es más grande.