
-Ya va, ya va, coño con los nervios.
Ernesto mira a la figura que tiene delante suya.
-Coño, no vienes a las horas normales, ahora dos veces, y antes de que el gallo saque los huevos a que le dé el aire.
-Qué cosas tienes, capullo, ¿puedo pasar?
-Se supone, la mitad es tuyo.
-Que pesado eres.
Entra en la oficina.
-Ernesto, dan premios a la mierda en el despacho, lo tienes fijo, y con notas meritorias, que puerco eres, seguro que Isabel no lo sabe.
– ¿Que te crees tú, que si lo supiera iba a estar esto así?
-Menos mal que te casaste con alguien con más huevos que tú.
Ernesto sonríe, de pronto se pone serio.
– ¿Que tiene que suceder para que vengas antes de que pongan las calles?
-No te asustes, es para algo bueno.
-Eso espero, ¿qué es?
Luis abre una bolsa de moda, de ella saca un paquete, se lo da.
– ¿Qué coño es esto?
-Ábrelo, capullo.
Ernesto lo abre, son mazos de billetes de doscientos euros.
-La hostia, ¿qué es esto?
-Dinero, ¿te lo explico?
-No me jodas, que, ¿de dónde viene?
-Un regalo que me han hecho, y quiero que tu tengas una buena parte.
-Joder, ¿cuánto es?
-Cien mil.
-La hostia, ¿qué hago con esto?
-Cómprales cosas a las niñas, le haces mimos a Isabel, la preñas con un varón, pero de dispendios, ninguno, hacienda esta como loca; para gastos comunes, un poco más, pero no demasiado, que no se pregunten como un taller que está siempre con un pie en la mierda, corre ahora las quinientas millas de Indianápolis.
Ernesto mira hipnotizado el dinero.
-Joder, que pasta, pero Luis, que es mucho.
-Tengo tres sobrinas maravillosas, que de vez en cuando les tienes que decir que no, porque son tres, porque el taller, mil cosas, no les compres tonterías, pero si detallitos, ¿lo entiendes?
-Claro que lo entiendo.
-Me voy, ten cuidado, -se levanta.
Ernesto le da un abrazo, no dice nada.
– ¿Te has vuelto moña?
-Como te quiero, mamón.
-Por lo que no pudiste estudiar, por las hostias que me quitaste, porque siempre estuviste ahí…
Ernesto lo mira, sonríe, con lágrimas en los ojos.
-Pues no te queda nada que pagar.
-Por eso, -señala el montón de billetes-, este es un pequeño pago.
-Piérdete, que los pobres tenemos que pasar fatigas.
Luis sale, mientras Ernesto mira los fajos de billetes que ha colocado encima de la mesa.