
-Ernesto.
-Dime, gilipollas, que no llamas como no sea para dar por el culo, ¿que se te ha roto ahora?
-El Gorrino, que no arranca, ¿puedes venir a recogerlo?, es que tengo prácticas hoy en el provincial, ya sabes que…
-No me los toques, las prácticas al lado de tu casa, y el capullo de tu hermano a recoger el coche.
-Básicamente, si, -una sonrisa malvada-, te jodes, ¿o se lo digo a padre?
-Que cabrito eres, ¿ves que soy bueno y te he quitado años?
Un momento de silencio.
– ¿Donde las llaves?
-Se las he dejado en la garita a Fernando, que es un amigo, dile que eres mi hermano, aunque no hace falta, le he dicho que, como yo, pero con cara de subnormal.
-Es el alternador, seguro, ¿qué hago?
-Arréglalo y me lo apuntas en la cuenta.
– ¿En la que está escrita en una barra de hielo?
-Mira que eres listo; sin bromas, ¿puedes hacerme el favor?
-Claro.
-Te dejo, que pena de genes míos en ti.
Ernesto sonríe, es su mejor amigo, el que lo va a sacar de pobre, seguro, pero antes ha tenido que sacarlo de mil peleas, amenazas, cualquiera toca a los Monforte, y sonríe, mientras pide a cualquiera del taller que le dé un salto, lleva una batería nueva, que pesa como un moro ahogado.
El compañero que lo deja en la garita, coloca la batería en el suelo y sonríe, una chica muy guapa, pero que parece que se ha comido un escorpión lo mira.
– ¿Que desea?
-Vengo a recoger las llaves de un coche, de un Peugeot.
– ¿Usted es…?, -lo mira con cara de asco.
-Ernesto, el hermano de Luis Monforte.
-Con esa cara, -sonríe con desvergüenza-, deme la documentación.
-Joder, que no la traigo encima, Fernando me conoce, ¿dónde está?
-Donde le sale de los huevos, fuera de aquí, -señala la cola-, que hay carrusel.
Ernesto se aparta, la cara le cambia a la mujer, es una anciana que pregunta algo que no puede oír, pero la chica se convierte de ácido en caramelo, todo sonrisas, señala lugares, no hay prisa, y se queda esperando, la cola se deshace.
Ernesto le ofrece un móvil.
– ¿Qué quieres, mi número?
-Coño, guapa, cógelo.
-Dígame, -la chica pone cara de asco.
-Isabel, guapa, que es mi hermano, el bestia que ves, es la mejor persona del mundo, solo que ha salido a mi padre, que es un gorila, cuídamelo, es lo que más quiero en el mundo.
-Vale, me debes una.
La mujer se da la vuelta, coge unas llaves, gira de nuevo, se encara con Ernesto.
-Donde los depósitos de oxígeno…
-Sí, guapa, lo sé, siempre lo deja ahí, por si explotan, que le pague el seguro el coche.
Isabel sonríe.
-Ves, con lo guapa que eres, y no sacas esa sonrisa.
-Yo se la saco a quien me da la gana.
-Me imagino, ¿a qué hora sales?
– ¿Por qué quieres saberlo, listillo?
-Me encantaría ver esa sonrisa de nuevo.
-Puede ser que a las ocho.
-Tengo un coche robado con batería nueva, -la levanta-, ¿hace una cerveza?
-Sin alcohol.
-Por supuesto.
-Gorila.
-Dime, Bombón.
-Tienes que recoger a las niñas, no me cuentes tu vida, si tardas cinco minutos te capo.
-Mi Isabel, lo más bonito del mundo.
-Sabes que te puedo reventar…
-En la cama lo que quieras, vamos a por el cuarto, que sea varón.
– ¿Para que sea tan burro como tú?
-Si es que dios me vino a ver, cuando no me dejaste ir a por el coche de Luis.
-Anda, que, si lo sé, -e Isabel sonríe, viendo al hotentote de su marido, levantando al aire una niña que pesa más de cuarenta kilos, suspira, si, es cuestión de pensar en que cuatro no es mal número, quiere un niño como su padre.