49 Encuentros

Guiomar está casi bien, Braulio que no la deja ni a sol ni a sombra, además parece que realmente este medicucho, la ha dejado bien, se alegra, cuando no es una hija de puta, vuelve a ser la niña que quería ser como él.

– ¿Dónde vamos, señora?

             Guiomar le da la dirección.

-Señora, ¿está segura?, esta es la parte, como decirlo, más asquerosa de la ciudad.

-Ya será menos, Braulio, que tiendes a exagerar.

-Seguro, señora, seguro.

             Un taller, mierda por todos lados, Braulio mira el cartel, “La Ponderosa”, sonríe, le recuerda las tardes tirado en el suelo, viendo la serie, cuando al padre de Guiomar no se le metía en la cabeza que cuando sabes andar, sabes trabajar.

-Señora, esto es un pueblo del oeste.

-Pues llevo a mi lado al mejor pistolero, ¿no es cierto?, Braulio, ¿o has venido en pelota?

-No señora, sabe que mi niña siempre me acompaña.

-Eso me da tranquilidad, desde que te conocí, la culata de tu viejo revolver, siempre ha sido para mí el símbolo de estar segura.

-Me alegro de que así sea, señora, pero déjeme que baje yo.

-No, ven conmigo.

-Y si dejo el coche, nos lo encontraremos.

-Pareces una vieja, ¿vienes o no?

-Si señora, sí.

             Braulio deja el coche en medio de la calle, siempre es mejor una multa, la grúa, que verlo aparecer años después sacando el chasis del rio.

             Ernesto que sale, han llamado.

-Ya va, ya va, que no hay un incendio.

             Cuando sale se le cae la quijada al suelo, alta, esbelta, bella, con clase para exportar, gafas de sol de las de letras de hipoteca, piernas de me pierdo, uñas de…, recupera el conocimiento, el de atrás es de los de tener en cuenta, sabe del negocio.

-Usted me dirá.

             Guiomar lo mira, es Luis en basto, como si hubiera comido de más y se le hubiera convertido en músculo, no está mal, pero es una anécdota, cuando Luis es el argumento principal.

-Supongo que usted es Monforte.

-Si señorita, -sonrisa que se le va a romper la cara.

-Me van a enviar un coche, un deportivo, quiero que lo recoja, que lo ponga a punto y que lo lleve a esta dirección, entrega una tarjeta que ni mira.

– ¿De qué coche hablamos?

-Un Bentley Continental GT Volante, deportivo, nuevo, viene del norte, me han hablado bien de usted, ¿será capaz de mantener mi pura sangre?

-Por supuesto, pero este taller…

             La mujer mira alrededor.

– ¿Me quiere indicar que no es apropiado…?

-No, no, por dios, no, ¿cuándo llega?

-Pasado mañana, por camión; mi hombre, -señala con la cabeza a Braulio-, le dará la dirección al camionero, compruebe que no tienen ni un solo rasguño, pintar el coche, vale lo que cuestan muchos utilitarios.

-Lo sé, lo sé, no se preocupe.

-Bien, me marcho.

             La mujer sale, los movimientos causan dolor de entrepierna, más a él, que siempre está como… sonríe, vaya jaca, fuera de alcance, pero…, mira la tarjeta.

             Guiomar Cienlobos Bartel, Juez del Tribunal de lo penal Número 3.

             Ahora se le queda más abierta la boca, ¿quién le habrá dado su nombre a la maravilla?

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