
Luis mira la puerta “Adela Ruiz, Interiorista”, suspira, en los líos que se mete, pero lo que es, es, así que, a hacerlo, que no es obligación, es devoción.
Entra, unas campanas que suenan al rozar con la parte superior de la puerta, es algo pequeño, pero íntimo, como si entraras en la habitación secreta de una mujer, exquisitamente amueblada, decorada con mimo, con cariño, que te invita a sentarte y charlar, pero no de presupuestos, sino del mundo y sus necedades y reírse de ello.
Pelirroja, sonriente, con una cara más que bella, bonita, se acerca, le ofrece una silla, sin preguntarle nada más, ¿se le ve cara de cliente?, no lo sabe, él no está en el mundo de las ventas, pero debe de ser así.
– ¿Un café, un té?
-No, gracias, ya he cubierto el cupo diario.
– ¿Qué es lo que deseaba?
Luis saca a una carpeta, de ella, una serie de láminas, son fotocopias a todo color.
La mujer las mira.
-Un buen dibujante, si, sabe pintar, y sabe lo que quiere, ¿qué es lo que desea que haga con ellas?
-Son las ideas de alguien que pensó en cómo debía de quedar su hogar.
-Bien, ¿cuándo me puedo reunir con ella?
La cara de Luis se entristece.
-No, lo siento, no puede ser, solo tenga, -le da unas llaves-, la dirección está en la lámina principal, en la carpeta, todas las habitaciones, el jardín, todo.
– ¿Y que es lo que puedo…?
-Deme un presupuesto de cómo quedaría la casa con todo lo que aparece en las imágenes.
-Sería complicado encontrar…
-No soy estúpido, lo más cercano posible.
-Seria arduo, y no barato precisamente.
-Hágame el presupuesto, si es aceptable lo hará.
-Necesitaría cobrarle por el presupuesto.
-Me parece aceptable.
La mujer cuenta las láminas, son muchas, más el jardín, más… mueve la cabeza.
-No sé qué pedirle.
-Pida, pero no como comercial, sino como persona.
-Mil euros.
Luis saca la cartera y los deposita en la mesita.
– ¿Cuando los tendrá?
-No sé, ¿en una semana?
-Me parece bien, si es antes, mejor.
– ¿Cómo se encuentra la finca?
-Sin nada, recién construida.
La mujer asiente.
Luis le entrega una tarjeta.
-llámeme al privado, -una sonrisa de Luis-, si no puedo cogerlo, la llamaré después, ¿le parece bien?
La mujer asiente, mientras ve como el hombre se aleja, mira la tarjeta, Doctor Luis Monforte Luna, Cirujano, después muchas cosas que no entiende, y al final solo un teléfono, mira de nuevo, pero ya ha desaparecido, un mirlo blanco, le sacará el dinero, pero con cuidado, no hay rico tonto, lo aprendió pronto.