46 Regreso

Acaba de llegar de Alemania, todo bien, un trato exquisito, pero once días en la nieve, para los esquimales, ha llegado a la ciudad, y lo primero ha sido bajar a Concha, a por dos pringosos flamenquines, un salmorejo, y un secreto ibérico que llevaba tiempo en la familia, pero que le ha sabido a poco.

             Tan bueno estaba todo que ha tenido que salir en estampida al cuarto de baño, la grasa española, si se olvida, aunque sea por una semana, te lo hace pagar con carreras de muerte al cuarto de baño, de las de no llegas y llevarás la vergüenza toda tu vida, que no ha sido el caso.

             Se echa en el sofá, ha abierto las persianas, anochece, ha merendado-cenado, pero es lo que le pedía el cuerpo, no tiene que ir a trabajar mañana, pero irá, como siempre, ¿tiene algo mejor que hacer?, sabe que no, así que irá, controlará, mirará, corregirá, y le tocará los innombrables a aquellos que lo merecen, así será recordado por sus pacientes como un santo, y por sus compañeros como una autentico hijo de puta, como tiene que ser, que esa forma de ser es la que salva las vidas.

             Mira por la ventana, enfrente el de la camiseta, con el sempiterno cigarro, sale de traje, que le han hecho ponérselo, y que no le ha dado tiempo ni de quitárselo, ni comiendo, ni yendo al cuarto de baño, simplemente parece otro, y el fumador lo mira, sonríe y asiente, como diciéndole que parece de mejor familia, él sonríe también, y levanta el cigarrillo, el hombre vuelve la cabeza, parece que lo están llamando, lo mira, se encoge de hombros, apaga el cigarro en el parterre y entra en su casa, posiblemente a que le monten un expolio, y siente envidia, a él nadie le dirá nada, ni bueno ni malo; se queda allí, mirando los ojos cerrados y abiertos de los edificios, las ventanas de los que los moran, cada uno con su historia, hoy el, no está mal, ha regresado a su madriguera, ha estado en una maravillosa, que no quiere, y regresa a la de Nieves, que lo ha saludado, con, “ya era hora”, y ha sonreído.

             Se tumba en el sofá, y se mira como si fuera imbécil, al pensar en cómo se ha resistido a las insinuaciones de Helga, quizás porque los hacia una hija agradecida, quizás porque estaba casada, o quizás porque él no está preparado, lo único cierto, es que se siente bien, aunque también, sonríe, un poquito de por favor…

             Llaman a la puerta, abre, de primeras se asusta, pero es solo un tipo con aspecto de gorila, pero está bien vestido.

             Le ofrece un maletín.

-De parte de la señora Helga.

             No le da tiempo a más, instintivamente lo coge, quiere devolverlo, preguntas, pero cuando quiere hacerlo, el tipo no está, parece más una ardilla que una persona, y se queda solo con el maletín en la mano, y cara de gilipollas.

             Entra en casa, se sienta en el sofá de nuevo, y mira el maletín, sabe lo que contiene, no es imbécil, otras veces le han dado regalos, que la mayoría ha rechazado, otros no ha podido, no ha querido, no es imbécil, pero sabe que no solo está mal, sino que hacienda está como un mono con un palo, disfrutando de las cabezas que rompe.

             Con cuidado lo abre, es un amarillo intenso, son billetes de doscientos euros, los de quinientos están malditos, apretados con gomas que lee, pero no indican nada, toma uno, los cuenta, son cincuenta, cuenta uno de ellos, cien billetes en cada uno, si, la cifra exacta, es la que asusta, un millón de euros, se deja caer en el sofá, mira al techo que se alumbra con la tenue luz de una lámpara vieja como la humanidad, que no sabe lo que es el LED, amarilla de necesidad, no de fabricación, y su alma parece igual, es demasiado dinero, no es tonto, si lo pillan, con ese monto, puede ir a la cárcel, pero también piensa que puede dar una parte a quien lo necesite, otra a su hermano, otra a su madre, otra…, quizás, el caso es que no va a hacer el imbécil, el dinero viene de Alemania, no piensa declararlo, no piensa malgastarlo, solo usarlo para lo común, el resto a guardar, a pagar las trampas, que las hay, con más rapidez, quizás hacer algún dispendio…, y durante unos instantes piensa, no quiere nada, no desea nada, mira el maletín, los relucientes billetes amarillos, y decide quedárselo, sabe que no los gastará el, serán para otros, los guardará en una caja de seguridad, ya no son inviolables, pero si más seguras que su casa, tampoco es tanto, y sonríe, si, es mucho, demasiado, si lo pillan no podrá justificarlos, que los jodan, y piensa en la pensión de viudedad de Nieves, que le costó trabajo, en las dos inspecciones de Hacienda, en la jubilación de su padre, en la de viudedad de su madre, en… así puede estar mil horas, el estado es un ladrón, el peor de todos, pues roba con impunidad, y suspira, si, cierra el maletín, mañana irá a la caja de seguridad, la que tiene desde hace años, y quitará las telarañas y los once mil euros que ha conseguido meter, que entre Eusebio y quien no lo es…

             Sonríe mirando al techo, sin darse cuenta cierra los ojos, y se queda dormido, mientras piensa la tranquilidad que da el dinero en altas dosis.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *