
Luis lleva un buen rato dando vueltas por la llamada ciudad, todo lleno de coches, alemanes, para él, los mejores, para otros solo símbolo de status, le da igual, pero nadie le hace caso, supone que los vaqueros no hacen llamada para comprar vehículos tan caros, que, en su mayor parte, son prohibitivos para casi cualquiera.
Al final se acerca a un vendedor, que parece que no está haciendo nada.
-Oiga, me podría…
Media vuelta, después otra media, como si fuera idiota, ha sacado el móvil y ahora hace como si hablara por teléfono, es de los listos, sabe o se imagina que es un tieso, que no es mentira, que solo viene a darse una vuelta, o con suerte, a que se la den, además lo ha visto llegar con un coche que tiene miles de años, de abandono, demasiado salto para cualquiera.
Entra en la cafetería, pide un cortado, la señorita que le sonríe, le pone el café delante.
– ¿Me permite una pregunta?, señorita.
-Si, por favor, -sonrisa amable.
– ¿Aquí todos los vendedores son gilipollas?
Ahora se pone la mano en la cara, no quiere que la vean sonreír, la acerca a la de Luis.
-Casi que sí.
-Es que quiero que me enseñen un coche y supongo…
-Caballero, que los vaqueros, a estos, le tiran para atrás, pero espere, -toma el móvil dos segundos-, no se preocupe, ahora le atiende alguien que sabe de coches.
Efectivamente, chaqueta, pelo rizado por detrás, sonrisa amplia.
-Un cliente insatisfecho, me comenta Mandy, que es la reina de la ciudad, -sonríe a la chica, que se la devuelve-, ¿que deseaba?
-Ese, -y señala en dirección a la exposición, pero se puede interpretar varios.
– ¿El 200?
-No, el clase S, el full equip.
El vendedor sonríe.
-Alma de dios, ¿sabe lo que vale ese trasto?
-Si me lo imagino, unos ciento cuarenta mil euros.
-Sí, con todo el equipo, o casi todo eso vale, ¿para que lo quiere?
Luis se encoge de hombros.
El hombre sonríe de nuevo.
-También es motivo, vamos a verlo.
Luis lo acompaña, durante un cuarto de hora le explica las maravillas del vehículo, cuando termina lo mira, como diciendo, “ya lo has visto, hemos quedado bien, vuelve a tu madriguera, tieso”
-Ese que me ha enseñado, ¿está en venta?
-Sí, claro, se calla que no hay clientes para esos modelos allí, que seguro que en una o dos semanas volverá a la capital, es el más lujoso.
– ¿Cuánto?
Nueva sonrisa condescendiente.
-Supongo que ya lo sabrá, 147, 890 euros, sin seguro, si con matriculación.
– ¿Ciento cuarenta me ha dicho?
El hombre sonríe.
-Sí, -tira a la mentira para pillarlo. para demostrarle que lo está cansando, que lo ha pillado.
-Bien, de acuerdo, ¿dónde hay que firmar?
El hombre lo mira, sonríe.
– ¿Está seguro?, que es un dineral.
Luis asiente.
– ¿Dónde?
-Sígame.
Un despacho, este es grande, el que lo ha atendido no es un vendedor, es uno de los directivos, le ofrece un café que trae la misma chica, un contrato, Luis mira que el modelo esté con todo lo que ha pedido, asiente, firma.
Mira al vendedor que no lo es, saca la chequera, y extiende un cheque por el valor del coche.
El vendedor lo mira, sonríe, puede ser un quedo.
-Llame al banco, están esperando en la sucursal su llamada, me imaginaba que no sería aceptado sin comprobación, tampoco sabía el importe exacto.
Levanta el teléfono, llama, ha cogido el número de teléfono de su agenda, no quiere que haya un cómplice en el otro lado que diga a todo que sí.
-Buenas, tardes, estoy llamando referente a un cheque…
No lo dejan continuar.
– ¿Está allí el Doctor Monforte?
¿Doctor Monforte?
Luis asiente.
-Sí, está aquí.
– ¿De cuánto es el cheque?
-Ciento cuarenta mil, ¿es bueno?
-Sí, y cien veces eso, ¿sabe quién es?
-No.
-Espero que no tenga que conocerlo.
– ¿Por qué lo dice?
– ¿Ha oído hablar de San Luis?
-Sí, claro.
-Lo tiene delante.
-Muchas gracias.
-A usted.
El hombre cuelga, mueve la cabeza.
-Los vaqueros despistan mucho.
-Sí, supongo, no tengo nada que vender.
-Sí, -sonríe el vendedor-, le ofrece la mano, Lucas Estero.
– ¿Uno de los hijos de Manuel?
-Sí, ¿conoce a mi padre?
-No, a su madre, fue mi paciente, creía que viniendo aquí…
-Y, ¿por qué no lo ha dicho?
– ¿El que, que vengo a beneficiarme porque hice lo que tenía que hacer con una mujer que no quería morir?, -el que sonríe es Luis-, ¿cuándo pueden recoger el coche?
-La semana que viene, todo perfecto.
-Vendrá mi hermano.
-Bien, gracias.
Luis se levanta y se va.
Lucas mira como el que salvó a su madre, se mete en un francés con mil años y sale de la ciudad de nombre alemán, y suspira, espera que no se entere su padre, que lo capa, seguro.