
Luis fuma con Ernesto.
-Te pasas con las niñas tres pueblos, le compras lo más caro, ¿cómo puedo yo igualarlo?
-Soy su tío, vengo de vez en cuando, trago como un cerdo, y les traigo regalos de vez en cuando, vosotros las tenéis todos los días, ¿me vas a privar de eso?
-No, pero verás como mañana en el colegio hay problemas, los colgantes en este barrio, no se pueden sacar.
-Ya les he dicho que tengan cuidado, -le comenta Luis a su hermano.
-Y van ellas y te hacen caso.
-No, eso es verdad, pero que lo den, les compro otro y ya está.
-Que cabrito eres.
-Gracias por quitarme la edad, por cierto, el otro día, ¿sabes a quien vi?
-Ni idea, estás todo el día con una multitud de personas, a saber.
-Tu ex.
Ernesto lo mira.
– ¿Mi ex?
-Esa misma.
– ¿Y que quería la del coño alto?
Luis sonríe.
-Su marido, viejo y cansado, la patata con problemas, lo desvié a uno de los otros cirujanos, complicado, pero fácil a la vez, no veas como se puso, me amenazó con destruirme, con echarme, mil cosas, ya la conoces, mala como antes, no, peor.
-Ya tiene lo que quería, dinero, pues que lo disfrute, y tu haz lo que veas, me jodió a mí, a ti no.
-Eres mi hermano, si me lo hubieran hecho a mí, me hubiera dado igual, pero a ti, no, será guarra.
Ernesto mira a lo que da el horizonte, el bloque de enfrente.
-Como lo pasábamos en la cama, no paraba, te dejaba seco como la mojama, sonríe, mira a Luis, que panzadas de follar…
– ¿Que dices?, Ernesto, -es Isa, su esposa.
-Nada, que este ya ni follar.
-Esa boca, que las niñas.
-Esas, Isa, -le contesta Ernesto-, saben más que tu cuando nos casamos, –se vuelve a Luis, ten cuidado, esa no ha perdonado nunca, a mi menos, porque la culpa fue suya.
-Sí, Ernesto, hay gente a la que la cabeza le funciona así, pero ya me conoces, soy cabezón hasta aburrir.
-Te repito que por mí no lo hagas.
-No, es por los Monforte, ¿te parece poco?
-Para ti la perra gorda.