
Se levanta, le duele la cabeza, como no podía ser menos, la noche de las de película de terror americana, de las que nunca te quedas con el argumento, solo con las cubetas de sangre, Mozart sigue oyéndose en el equipo de música, es algo, por lo menos el tinitus has disminuido, es algo que le minora, no le deja descansar, anoche durmió, no cuanto debía, ni como tendría que haberlo hecho, pero ya está con la cabeza en alto.
Frigorífico, lata de café fría, fuerte, no tanto como querría, pero bien, ducha, de rato, de las de pago, de las de factura imposible de comprender salvo la última línea, la de la pedrada en la frente, como todas, basura, electricidad, lo que es un ayuntamiento buitre, que se queda como pollito descabezado ante un buitre-hiena que hiela la sangre de pensar en quien nos está gobernando.
La fea, la que no saluda.
-Don Luis, Don Luis, que tengo una sobrina…
La mala leche, que le sale, los mil no saludos.
-Pues yo tengo dos, que le vamos a hacer.
Una mala mirada que se vuelve a meter en el enorme estuche de mala leche, en el barrio la conocen.
-Sí, ya sé, no se digna con los pobres.
-Lo que usted diga, y hágase mirar la mala leche, que eso mata mucho.
Un intento de ponerlo como un ropón, pero algo más fuerte, más grande, que se lo impide.
-Sí, se quién soy, lo siento, nací así, me hicieron peor, pero tengo una sobrina que no merece estar en un sillón, con catorce años, porque ningún maricón se atreve a matarla o a devolverle la vida, me han asegurado, que no solo es el mejor hombre, sino el mejor cirujano, ¿puede ayudar a la sobrina de la vieja bruja?
Luis la mira, sonríe, no de maldad, sino de la vida, que, al más duro, lo hace pedazos con nada que le sale.
-Claro, mujer, dígale que se presente, espere.
Móvil.
-Mariana, llama a Galante, diez minutos, una niña, de las mías, si no tiene tiempo, lo jodo.
-Ya quisiera, jefe, ya quisiera galante.
-No seas mala.
Deja el teléfono, la mujer que lo mira sin saber qué hacer.
-Dos minutos, Mariana es como una bomba alemana, no pasa sin dejar muertos.
La mujer sonríe, quizás el medicucho…
El móvil que suena.
-Suerte como siempre, a las once.
– ¿De cuándo?
-De ahora, que corra.
-Gracias.
Cuelga, mira a la vieja.
-Las pilas.
– ¿Que pilas?, contesta con bordaría, se le ha olvidado.
-Que a las once la recibe el Doctor Galante.
-Pero, ¿no era usted?
-Yo opero según lo que me diga Galante que es como mi mano derecha.
-Ah…, no sabía.
-Pues ya sabe, zumbando, que tiene que lavar a la niña, montarla en un taxi de los reformados, y llegar a las once en punto, si no llega mal asunto, Galante perdona casi todo, la impuntualidad, no, además es un favor.
-Que dios se lo pague.
-Con que me salude todos los días.
-Va a costar trabajo, lo intentaré.
-Lo sé, lo que no es de natural, le cuesta salir.
La vieja sonríe.
-Al final, me va a caer bien.
-Tampoco es eso, que la educación cansa.
-Y que usted lo diga.