
Luis da vueltas en la cama, todo va bien, las operaciones salen, algunas mal, es ley de vida, sigue siendo el médico con la tasa más alta de defunciones, le da igual, todos saben que cuando alguien le llega, tiene todas las papeletas para irse rápido, así que se le va, si quieren, si no lo entienden, que lo larguen, que se irá a seguir de médico, pero de forense, sin complicaciones, ¿que alguien llega?, está muerto, ninguna responsabilidad, y sonríe mientras siente el zumbido que lo está volviendo loco, ¿será la ligera diabetes que ha ocasionado debilitamiento en la circulación de uno de los oídos?, improbable, lo que sea, pero le da porculo como un niño chico al que no han cambiado después de que haya salido lo gordo.
Mira al techo, Eine kleine Nachtmusik, suena levemente, la Serenata n.º 13 para cuerdas en sol mayor, más conocida como Eine kleine Nachtmusik (Una pequeña tonada nocturna, Una pequeña serenata o Pequeña serenata nocturna), K. 525, Mozart en sus mejores momentos, cuando el sol brillaba al simple toque de sus manos, e intenta perderse en ella, pero no puede, ¿Cuándo terminara todo?, y se levanta, abre el cajón de la mesilla de noche, abre la caja, mira el rótulo, el dibujo, y saca el arma, es una veintidós, suficiente para reventarse el corazón, dos dedos del esternón hacia la izquierda, apretar un poco, el gatillo, y se acabó, te mueres de solemnidad, la bala no te rozará y te dejará medio tonto, si lo haces como lo ha dicho, no hay salvación, aun haciéndolo mal, te desangrarás antes de que llegue alguien, por muy cerca que esté; suspira, la saca, la acaricia, saca el cargador, la amartilla, se la coloca en el pecho, está fría, y nota como está llorando, roza el gatillo de la vieja pistola, de su abuelo, de cuando la guerra, de cuando…, pero está engrasada, limpia, compró, por medio de amigos, balas nuevas, le cambiaron de extranjis el percutor que se rompe mucho en ese modelo, todo es un segundo, quizás menos; mira a la ventana, no ha cerrado la persiana, el vecino que fuma inefable con el frio que hace, en su camisa con agujeritos, sin mangas, la de su padre, la de su abuelo, y sonríe, des amartilla, la bala sale, la coloca en el cargador que deja en un lado de la caja, en el otro la pistola, cierra el cajón, se acerca a la ventana, la abre, entra un frio de muerte, enciende un cigarro, mira al vecino que lo mira a él, agacha la cabeza, el vecino hace lo mismo, levanta el cigarro, Luis sonríe, si, el vecino lo tiene prohibido, él no tiene nadie que se lo prohíba, que suerte tiene el de la camiseta de agujeritos, y sonríe, la noche no es tan negra como hace unos instantes, y no por las farolas que poca luz dan, como si les costara la vida, es el vecino, que sigue desobedeciendo, sigue con sus costumbres, a pesar del agobio, de todo, y piensa que siempre es momento de destrozarse la patata, que la pistola estará siempre en la mesilla de noche, sonríe, se despide, el viejo ya no está, cierra la ventana, se echa en la cama, y antes de poder taparse se queda dormido.