
– ¿Cómo se encuentra hoy?
-Supongo que mejor, Ambrosio, quizás pueda ser, que, de alguna forma, todo mejore.
Lo que es la sonrisa en Ambrosio, la de un lobo disecado.
-No sabe cómo me alegro, su padre…
-Ahora no es el momento, de hablar del gran Pelayo.
-No señora, lo que usted diga.
Ambrosio se acerca a ella, le entrega una carpeta.
-En papel como usted quería.
-Sí, el papel arde, se va, lo informático se queda para siempre, por lo menos en la duda de su destrucción.
-Si me permite, le envié el dosier, enorme, -nuevo intento de sonrisa-, del Doctor Monforte, creo que era bastante exhaustivo.
-Lo era, sin duda, este como has podido comprobar, es más pedestre, no es sobre la estatua, sino sobre el hombre que sirvió de modelo.
Ambrosio, cree que lo ha pillado, pero por si acaso responde como siempre.
-Creo que así lo han hecho, lo he pedido.
-Lo sé, siempre confío en ti, eso es bueno…
-Pero también malo, señora, lo sé.
Se calla y mira a los ventanales de la habitación de hospital que parece más bien un ático, pero de los de clase, flores, humidificadores, una televisión increíble, portátil, aparatos por todos lados, pero de los colores que hagan juego con el color de los muebles, y lo mejor, ventanales, que dejan ver la ciudad, por la noche deben de ser increíbles.
Un tiempo después, ha perdido la noción del mismo, Guiomar levanta la cabeza.
-Sí, está bien, pero no es exhaustivo, quedan lagunas, muchas lagunas, ¿piensas rellenarlas o dejarlas para que criemos patos, y muchos?
Durante unos segundos le dan ganas de pegarle dos tiros, ¿Dónde está la niña con la que jugaba mil años atrás, supone que dentro, pero… y la mira esperando que le suelte algo más mordaz, con más inquina, con más mala leche, pobre del desgraciado del que ha pedido los informes, es del cirujano que parece que le ha devuelto la vida, pobre hombre, ¿Qué habrá hecho?, ¿se habrá pasado con ella?, suspira, levemente, que no se note, después escucha sin escuchar, antes de que pronuncie las palabras, sabe lo que quiere, asiente de nuevo, después sale, se va a la máquina de vending y saca un café de los apretados, tan apretados como los tornillos de un submarino, que al final no es nada, deambula hasta la cafetería, tampoco es tanto, sale a la calle, más calles, un café viejo en una calle vieja de viviendas de protección oficial, de las que ya no se hacen, de las que se caían, pero mientras no lo hicieran, protegían del miserable clima a los miserables.
Huele a rancio, la higiene no es algo fundamental, la cafetera tipo italiano, tiene holguras por todos lados, le sirven el café, es un vaso pequeño como si se quisieran cachondear de él, malditos andaluces, piensa, se bebe el café, de un trago, él es del norte, duro como una piedra, siente el rajar, el sabor, la patada den la cabeza, sonríe, que bueno está, duro como levantar piedras cuando nieva, como las jornadas segando, pero los ojos se te abren, quizás hasta el que no debe, te despabila o te mata, mira al viejo.
-Coño, viejo, que bueno esta esto.
El viejo lo mira, con la mirada de “me importas una mierda”, tan del lugar.
-Torrefacto, al que no le guste, -señala la puerta-, a tomar por el culo, que así los hacía mi abuela en la guerra, mejor dicho, tras ella, que antes era achicoria, ¿qué va a ser?, ¿enseñarle la puerta y a tomar…?
Ambrosio niega con la cabeza.
-No, otro, más apretado, que me reviente por dentro, y algo de alcohol, que tenga más de cien, que queme los dedos, ¿hay de eso por aquí?
El viejo sonríe.
-Así me gusta, la gente con los cojones granados, nene, va la siguiente, un sol y sombra de los de tomar sujetando el vaso con las dos manos.
Ambrosio sonríe, todo lo que puede, apenas una mueca, si Guiomar lo viera, se sorprendería, pero bebe el pequeño vaso.
-Hostia, que bueno.
-De los hechos en casa, el registro sanitario para el cornudo de sus padres.
-Como tiene que ser, otro, -y señala el vaso.
-Sí, extranjero, me caes bien, eso es suerte, sino estarías…
Ambrosio señala la puerta.
-A tomar por el culo.
El viejo sonríe, ahora el vaso del sol y sombra es más grande.