
Luis está debajo de un todo terreno, colocando la caja de cambios, Ernesto a su lado, entre los dos, que tienen fuerza, les cuesta trabajo, pero al momento oye los taladros de apriete, ya está en su sitio.
-Luis, ven a la oficina.
-Espera que termine con Ernesto.
-No, ahora mismo.
Luis se encoge de hombros mirando a su hermano.
-Corre, gilipollas, que el jefe te hostia.
Entra en la oficina.
-Cierra la puerta.
– ¿Qué quieres?, padre.
-Quítate los guantes, enséñame las manos.
Luis lo hace, el padre mira unas manos casi sin uñas, sucias, callos por todos lados, un dedo esta chafado, le falta la uña completa, en el dorso de una de ellas una quemadura sin sanar, respira hondo, si, Nieves tiene razón.
– ¿Cómo tienes las manos?
-Bien, se curan solas, la genética, padre.
– ¿Y cuándo estudias?
-Siempre encuentro algún momento, -sonríe.
-Eres gilipollas.
Luis se queda en blanco, preguntándose qué quiere decir su padre.
-Quiero que seas médico, pero no uno cualquiera, el mejor, el más grande, que digan, ¿el Monforte?, ese es la hostia; hoy me han dicho, que, si tuvieras tiempo, serías el número uno.
Luis sigue mirándolo no sabe que decir, pero se da cuenta.
– ¿Nieves?
-Como te quiere esa mujer, me daba el sueldo para que no trabajaras, para que estudiaras, -le coge las manos-, estas manos que salvaran miles de vidas, no pueden estar quemadas, machacadas, sin uñas, -mueve la cabeza-, no, Luis, no volverás a trabajar aquí, no, pero con una promesa.
– ¿Cual padre?, pero que no me importa seguir, me gusta.
– ¿Más que ser médico?
Luis agacha la cabeza.
-La promesa, es que seas el número uno, y otra promesa más.
-Pide, padre.
-No permitas que Nieves te deje, es difícil que encuentres a alguien que te quiera más que ella.
-Eso sí que lo sé, padre.
-Deja a tu hermano con la caja de cambios, ya le ayudo yo, ¿si te dejo libre, puedes estudiar?
Luis asiente con la cabeza.
-Ya sabes, el número uno.
Vuelve a asentir.
Sale de la oficina, su hermano echado en la columna de un elevador.
-Padre me lo contó, me pidió que te ayudara, lo tienes, con dos condiciones.
-Otro más, no me jodas, pero suéltalas.
-Número uno.
-De acuerdo.
-Y si me va mal, que me ayudes.
-Siempre, aunque me sigas cayendo tan mal como ahora.
Ernesto se le abraza, casi no puede respirar.
-Eres un gilipollas, pero mi hermano, te quiero ver arriba del todo.
Luis llora.
-Y como llores, te comes dos hostias, que no vas a poder masticar con los dientes que han salido disparados.
Sonríe, lo mira.
-Que bulto con ojos, Ernesto.
-Sí, lo eres, pero te he tomado cariño.