
– ¿Cómo está mi enferma favorita?
Guiomar mira al simpático médico.
-Supongo que bien, ¿me va a estudiar?, y mira a los dos médicos que lo acompañan.
-No, ya sabe, médicos también, terminando de prepararlos para que el mundo se los coma.
Un amago de sonrisa, que no lo es, quiere parecerlo, solo eso.
El médico mira y mira en la Tablet.
-Todo perfecto, ¿y de ánimo?
-Estoy acostumbrada a las vicisitudes, otra más no me tumbará, por lo menos moralmente, físicamente, ya me ve, postrada en la cama, después de una difícil operación, en la que el médico que la hizo, ni se molesta en saber…
Galante levanta la mano.
-Está equivocada, Luis, quiero decir, el doctor Monforte, me pide, mejor dicho, me obliga a que le pase un parte diario sobre su salud.
-Como a todos sus enfermos, supongo.
-Supone mal, solo de usted, y de una niña de doce años, con más complicaciones que las suyas.
-No ofenda mi inteligencia, Galante.
El doctor mira a la enfermera, esta asiente, toma el móvil.
– ¿Estás vivo?
-Cinco minutos.
-Espérame.
La enfermera la coloca en una silla de ruedas.
– ¿Dónde vamos?
-A ver al ínclito doctor, entre carnicería y carnicería.
Entran, Guiomar ve como el doctor sonríe, tiene el estúpido gorro de los cirujanos, se acerca a ella, huele a tabaco, y sin vergüenza ninguna, le toma la cara, la pellizca, le tira de los parpados, la palpa como si fuera una fruta, después le coge las manos, las mira, después a Galante.
-No me mientes, si, está muy bien, -después la mira a ella-, bella Guiomar, ¿estás tan bien como pareces?
Ahora si sonríe, asiente con la cabeza.
-Me tenías preocupado.
– ¿Tan mal estaba, Doctor Monforte?
-No me gusta engañar, solo hemos tenido suerte, solo eso.
– ¿Liado?
-Como la cabeza de una loca, pero salió bien, he estado en tu habitación, no la había visto nunca, me la he pedido para vivir, Guiomar, y me han mandado a la mierda, ¿cuánto cuesta?
-Eso solo lo saben los que lo pagan, ¿lo vas a pagar tú?
-No puedo, enferma pastosa, no puedo, pero me alegro, -le toca la mejilla-, calor, en esta blanca piel, calor, que bien se siente, me alegro, sigue con tu vida, espero haberte ayudado, pero dalas al que las merece.
– ¿A quién, había alguien más en el quirófano?
Luis asiente.
– ¿Quién?, -sonríe con prepotencia Guiomar.
-Dios, querida, ese dios omnipresente, que algunas veces se comporta como un niño mal criado, otras como un hijo de puta, pero a ti te quiere, vive, preciosa, que merezca la pena tu vida.
Guiomar mira al médico, intenta descifrarlo, pero no lo entiende.
-Me voy a fumar, queridos, que yo también tengo derecho a un enfisema pulmonar, a una enfermedad coronaria crónica, quiero bypass, válvulas, eso sí, de las mejores, -sonríe-, vive, preciosa, vive.
Luis sale.
– ¿Quién es la persona detrás de esa ropa azul?
-La mejor persona del mundo.
– ¿Estás enamorado de él, Doctor Galante?
-Hasta los tuétanos, pero más lo quiero como amigo, pagaría por estar a su lado, solo con eso me levanto con ganas de venir todos los días a este pudridero, donde la vida y la muerte, se juegan a los dados, el alma de los desgraciados.
-Que profundo, -comenta con sorna.
-Sí, ladra como una perra, pero ese hueso no es para ti.
Guiomar se queda blanca, ¿quién es el medicucho para decirle…?, se calla, y piensa que el hueso es para el que lucha por él.