21 Domingo

             Es domingo, el domingo, Nieves lo mira.

-Si te mato, ¿tengo que entrar?

-Mi gente no va a llamar a la policía por mí, no te preocupes, mátame, me muero con naturalidad, que para mí tampoco es algo de gusto.

– ¿No quieres presentarme a tus padres?

-No es eso, lo sabes, voy en serio, pero el cabrito de mi hermano, la penca de mi hermana, ¿qué quieres que te diga?

-Eso, tu ponme el cuerpo mejor.

             Luis mira el piso de protección oficial, ya los están mirando, el viejo Roncero, sonríe con el cigarro en la mano y la otra libre con la que medio saluda.

-Ya estamos en los periódicos, el de arriba de mis padres, cotilla como los de la Gestapo.

-Sí, siempre es así, ¿le echamos valor?

-Te recuerdo que somos pobres.

-Lo sé, lo sé, me lo recuerdas cada vez que salimos, que te gastas menos que un chupe de plomo.

             Luis la besa en la boca fugazmente.

-Gilipollas, -le suelta Nieves-, que nos vean, lo arreglamos todo.

-Tengo miedo, ama Nieves, imita a los negros de las antiguas películas, necesito alcalinas.

             Nieves sonríe, lo coge del brazo.

– ¿Y sin ascensor?

-Como debe de ser, ¿tú te has fijado en las cachas que tengo?

-Ya, debe de ser eso, -suspira fuerte, toman las escaleras.

             La puerta, el ultimo bastión que queda entre ellos y una nueva forma de que la vida los vea, a través de los ojos de la familia Monforte.

             Luis va a tocar al timbre, pero misteriosamente, mágicamente, la que mira a través de la mirilla, abre.

-Ay dios mío, qué cosa más guapa.

             Nieves mira a la mujer menuda, mayor, pero que aún es guapa.

– ¿Tu eres Nieves?

-Si señora.

– ¿Señora?, quita eso, Teresa, la madre del penco que tienes detrás, que no veas la cabeza que tiene, para echarlo, que dolor madre mía, pero ahora, muchos años después, me alegro, pero, pasa, pasa.

             Una casa pobre de solemnidad, visillos, sofá de sky, salón con adornos decimonónicos, que rodean el centro de todo, la televisión, solo eso, y un Split que será la alegría de los calurosos veranos.

             Un tipo enorme, tan alto como Luis, pero como si estuviera inflado, que se le acerca.

– ¿Cómo te juntas con el perro de mi hermano?

-Nieves este es…

-Lo, se, lo sé, Ernesto, la bestia.

             Ernesto sonríe.

-Me caes bien, eres guapa, creía que subnormal por estar con Luis, pero parece que te funciona el coco, a ver si lo arreglas, yo le he dado como a las televisiones viejas, pero no, a golpes no se arregla.

             Un señor mayor, es medio Luis, más Ernesto, más el hermano, la mira, sus ojos si son los de Luis, suspira.

-Has tardado, Luichi, pero merece la pena, soy Ernesto, el original, la copia, -señala con la cara a Ernesto-, es ese, bienvenida a la humilde casa de los Monforte, falta la chica, se fue, vendrá cuando le dé la gana, no le hagas cuenta, siéntate, preciosa, y cuéntanos, cuéntanos…

             Es domingo por la tarde, han quedado en el centro, está cansado, mañana es lunes, un lamentable lunes, que…, la ve llegar, sonríe, se le acerca, lo besa en la boca.

– ¿Que es tan bueno?, Nieves.

             La chica levanta un brazo, mueve la mano, en ella una llave con un adorno grande.

– ¿Qué es eso?

-La llave del hotel que tenemos detrás.

             Luis no puede tragar.

– ¿Qué quieres decir?

-Que tengas cuidado, que es la primera vez, pero que tengo más ganas que tú, no sé cómo te controlas, esta noche, reviéntame, que sino pensaré que…

             Luis la besa, no tiene conciencia de lo que pasa hasta que llega a la habitación, lo que sucede en ella si se ha quedado grabado para toda la vida, muchas horas después sonríe, mientras Nieves, destrozada, ronca como un bicho en su oído, el mejor sonido del mundo.

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