16 Los Trabajos de Hércules

Es noche cerrada, apenas un flamenquín en el bar de abajo, que no cocinan mal, pero que el aceite ha hecho dos guerras y mundiales, si lo cambiaran cada decenio estaría bien, pero por lo menos los hacen allí, la Concha, que tiene unas manos increíbles, y un marido rata y pedorro que todo lo estropea con aceite malo, sin cambiar y con un servicio que da pena, pero tampoco la cuenta es como para echarse a llorar, que lo bueno y lo malo del barrio está allí, en el lugar en el que nació el flamenquín que ahora mismo llena de triglicéridos las venas de su cansado cuerpo, que también tiene derecho a morir, como los demás.

             Una vuelta, otra más, TAC, ecos, análisis, mil cosas, las de siempre, las vistas, con diferentes motivos, día tras día, tan iguales, tan diferentes, solo iguales al cien por cien, en que normalmente la vida va en ellas, si se operan, malo, sino se operan…

             Vuelta a la tecla, la anterior, la siguiente, ampliar, ampliar más, mirar, una vez, otra vez, mil estrategias, el reloj del ordenador le dice que son las tres de la mañana, eso no es importante, importante es, que no puede dejar nada al azar, que las imágenes son de alguien que necesita que lo salven, algo genético, malvado, desde siempre, dos veces operada, pero sin sanación, arrastra la vida, es lo que ha hecho la bella de extraño nombre, se merece que la vida sea algo más que penar, que arrastrarla, y es difícil, tanto que mil veces está a punto de dejar que otro…, no, no puede, no debe; él, quizás…, es un prepotente, se cree dios, mira a la luz del viejo flexo, de los de bombilla, de los que le ayudaron con la anatomía, con los libros que tenía que entrarse en la cabeza, y sabe que el de arriba, que lo odia, pero que le dio las manos y el entendimiento espera de él, que pague una factura tan grande que nunca podrá solventar, pero que línea a línea…, y la que tiene delante es una que es difícil de corregir, de llenar de algo con sustancia, está como cogida con alfileres, un  solo movimiento que no sea necesario…

             Se echa hacia atrás, mira al techo invisible, sucio, sin pintar, que no conoce un fregado en profundidad, desde…, y sonríe, lo tiene, o cree tenerlo, si, nueva sonrisa, eso es, complicado, una locura, nadie se atrevería, ¿está seguro?, no, pero sabe que puede, se lo ha preguntado a su cabeza, a la que le ha ayudado siempre, y le ha respondido, “¿tú estás tonto?, pues claro”, eso le vale, cierra los ojos un milisegundo, quizás menos, y duerme, el ordenador continúa encendido, la luz del flexo se esparce sobre las teclas, pero el que estaba mirándolos ya solo descansa, solo un poco, no tiene derecho, eso les diría si le preguntaran, pero duerme, no por él, sino porque su cabeza, sus manos, no fallan, no pueden fallar.

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